EL PAJARO DE LA MUERTE Harlan Jay Ellison

Comentario de Asimov

Aquí está Harlan. No es posible compilar un volumen de premios Hugo sin Harlan, ¿verdad?

Respecto a Harlan y a mí, creo que existe un malentendido. Muchos lectores piensan que estamos enfadados el uno con el otro. Pero nada más lejos de la verdad. Harlan y yo nos queremos mucho.

Lo que sucede es que ninguno de los dos soporta la fisonomía del otro. Yo no soporto a los bajitos y él no soporta a los rollizos. Por eso, ambos hablamos en presencia del otro de lo que no soportamos. Es un pequeño pasatiempo que los dos compartimos, y del que nos reímos de todo corazón.

Por ejemplo, a principios de este año presenté a Harlan en un local de Manhattan, donde él iba a leer dos de sus relatos (y si no le han oído leer sus relatos, no saben lo que se han perdido, ya que si es excelente como escritor, lo es más como lector). Al levantarme para hacer la presentación, con una sonrisa de benevolencia judeocristiana en mi rostro, le oí musitar detrás de mí:

—Ahora contará un chiste.

¿Cómo pudo pensar eso de mí? Ni se me había ocurrido. Mi intención era hablar de mi aspecto larguirucho y desgarbado. Naturalmente, sus palabras me espolearon. No pude reprimirme. Y hablé de los festejos por el nacimiento de Harlan, de cómo había invitado a todas las hadas de la tierra, excepto a la malvada Diabola, a la que no invitaron por distracción. Pero en mitad del festejo apareció Diabola entre un remolino de vapores de azufre, y se inclinó sobre la cuna del bebé Harlan.

—Bien, maldito mocoso —le espetó—, tienes que elegir; o talento o estatura.

¿Hubiese contado esto de no haberme metido Harían lo de los chistes en la cabeza? Claro que no. Pero debemos poner término a nuestro pequeño juego. Porque nos aleja al uno del otro. En realidad, nadie puede mantener quince asaltos de insultos con Harlan, excepto yo. (Harlan me perdona por amor.) Uno de los juegos de las Convenciones consiste en subir al estrado y darnos mutuamente el tratamiento Don Rickles. Y esto fue lo que hicimos en la 32.ª Convención de Washington. Cada uno de nosotros estaba en una plataforma separada, con cuatro mil personas entre ambos, en tanto los dos procedíamos a lanzarnos comentarios poco halagüeños.

Bueno, supongo que fue algo muy poco digno y elegante. Peor aún: los vapores de azufre de la malvada Izada Diabola se metieron en la cuna de Harlan, y ahora es muy hábil en el uso de un lenguaje sulfuroso, que fue el que usó en aquella ocasión.

Lo que no sabíamos era que se hallaba presente un periodista, el cual se quedó horrorizado. Jamás había oído semejante lenguaje. Una jovencita que estaba sentada a su lado le tradujo algunas de nuestras expresiones, y él se ruborizó intensamente. Bueno, lo escribió todo para su periódico, y Harlan y yo convinimos en que las convenciones ya no eran lo bastante íntimas, por lo que hemos abandonado esta costumbre.

Lástima. El mundo se vuelve viejo.

1

Esto es una prueba. Pueden tomar notas. Esta prueba supondrá las tres cuartas partes de su nota final. Pistas: recuerden que, en ajedrez. los revés se anulan mutuamente y no pueden ocupar cuadros contiguos, y son por tanto todopoderosos y totalmente impotentes, no pueden influirse el uno al otro. producen tablas. El hinduismo es una religión politeísta: la secta de Atman adora la llama divina de la vida en el interior del Hombre: en efecto, dicen «Tú eres Dios». Las condiciones de igualdad de tiempo no se cumplen si una opinión llega por los medios de comunicación a doscientos millones de personas antes que una opinión contraria difundida desde una tribuna improvisada en cualquier rincón. No todos dicen la verdad. Nota para realizar la prueba: las distintas partes no siguen el orden numérico que indican: ordénenlas de nuevo para adaptarlas con la mayor claridad posible. Vuelvan la página y empiecen.

2

Incontables estratos de roca comprimidos sobre el magma. Este escupía y vibraba al rojo blanco con la ferocidad burbujeante del núcleo de níquel y hierro fundido, pero no mellaba ni chamuscaba ni tiznaba ni dañaba en lo más mínimo la tersa y bruñida superficie de la extraña cripta.

Nathan Stack yacía en aquella cripta, silencioso, dormido.

Una sombra pasó a través de la roca. A través del esquisto, a través del carbón, a través del mármol, a través de los esquistos de mica, a través de la cuarcita; a través de los depósitos de fosfatos de kilómetros de profundidad, a través de la tierra cargada de diatomeas, a través de los feldespatos, a través de la diorita; a través de las fallas y pliegues, a través de anticlinales y monoclinales, a través de depresiones y sinclinales, a través del fuego infernal: y llegó al techo de la gran caverna y pasó; y vio el magma y se sumergió en él; y llegó la cripta. La sombra.

Un rostro triangular dotado de un solo ojo observó la cripta, vio a Stack y posó unas manos con cuatro dedos en la fría superficie de la cripta. Nathan Stack se despertó ante el contacto y la cripta se hizo transparente; se despertó aunque el contacto no se había producido sobre su piel. Su alma notó la presión de la sombra y abrió los ojos para ver el brillo refulgente del núcleo del mundo a su alrededor, para ver la sombra y su ojo solitario que le observaba.

La sombra serpentina envolvió la cripta; la oscuridad la levantó otra vez, a través de las capas geológicas, hacia la corteza, hacia la superficie en cenizas, aquel juguete roto que era la Tierra.

Cuando llegaron a la superficie, la sombra condujo la cripta a un lugar donde no llegaban los vientos ponzoñosos y la obligó a abrirse. Nathan Stack intentó moverse y sólo pudo hacerlo con dificultad. Se agolparon en su cabeza recuerdos de otras vidas, de muchas otras vidas, de muchos otros hombres: luego, los recuerdos fueron suavizándose y se fundieron en un segundo plano que finalmente pudo ignorar.

La sombra extendió una mano y tocó la carne desnuda de Stack. Con suavidad, pero con firmeza, aquella cosa le ayudó a levantarse y le proporcionó vestidos, una bolsa para el cuello que contenía un cuchillo corto, una piedra para calentarse y varias cosas más. Le ofreció la mano y Stack la tomó, y tras doscientos cincuenta mil años de dormir en la cripta, Nathan Stack puso el pie en la superficie del enfermo planeta Tierra.

Entonces aquella cosa se inclinó contra los vientos ponzoñosos y empezó a avanzar. Nathan Stack. sin otra elección, se inclinó también y siguió a la sombra.

3

Habían enviado un mensajero a Dira y éste acudió en cuanto se lo permitieron sus meditaciones. Cuando llegó a la Cima, encontró a los padres esperando allí. y éstos le llevaron suavemente a su ensenada, donde se sumergieron y empezaron a hablar.

—Hemos perdido el arbitraje —dijo el padre-espiral—. Es necesario que vayamos y se lo demos.

Dira no podía creerlo.

—Pero ¿no atendieron a nuestros argumentos, a nuestra lógica?

El padre-colmillo negó tristemente con la cabeza y tocó el hombro de Dira.

—Había que llegar a... acuerdos. Les tocaba a ellos. Por eso tenemos que hacerlo.

El padre-espiral añadió:

—Hemos decidido que te quedes. Se nos permite dejar a uno de vigilante. ¿Aceptas nuestro encargo?

Era un gran honor, pero Dira empezó a notar la soledad en cuanto le dijeron que se marcharían. A pesar de ello aceptó. Se preguntaba por qué le habían elegido a él, de entre toda la gente. Debía de haber razones, siempre las había, pero no podía preguntarlas. Por ello aceptó el honor, con toda la tristeza que acarreaba, y se quedó atrás cuando se fueron.

Los términos de su situación de vigilante eran duros, puesto que especificaban que no podría defenderse de calumnia y leyenda alguna que surgiese, ni podría actuar a menos que estuviese claro que los otros, que ahora tenían la posesión, rompieran el compromiso. Y no tendría más amenaza que el Pájaro de la Muerte. Una amenaza final que sólo podría usarse cuando se hicieran necesarias medidas definitivas, y fuera por ello demasiado tarde.

Pero era paciente. El más paciente de su gente.

Miles de años más tarde, cuando vio el destino que esperaba en el futuro. Cuando no hubo duda alguna de cómo terminaría, comprendió que aquélla era la razón por la que había sido escogido para quedarse. Pero aquello no le ayudó en su soledad.

Ni salvó a la Tierra. Sólo Stack podía hacer tal cosa.

4

1 Y la serpiente era la más astuta de las bestias del campo que el SEÑOR Dios había creado. Y le había dicho a la mujer: «¿Esto dice Dios, que no puedes comer de todos los árboles del jardín?».

2 Y la mujer le dijo a la serpiente: «Podemos comer del fruto de los árboles del jardín».

3 «Pero del fruto del árbol que está en medio del jardín, esto dice Dios, no comerás de él, ni lo tocarás o morirás. »

4 Y la serpiente le dijo a la mujer: « Ten por seguro que no morirás».

5 (Suprimido).

6 Y cuando la mujer vio que el fruto del árbol era bueno para comer y que era agradable a los ojos y que era un árbol deseable que le convertía a uno en sabio, tomó del fruto del árbol, y comió de él, y dio también a comer a su esposo; y éste comió.

7 (Suprimido).

8 (Suprimido).

9 Y el SEÑOR Dios llamó a Adán junto a sí y le dijo: «¿Dónde estabas?».

10 (Suprimido).

11 Y El dijo: «¿Quién le ha enseñado que estabas desnudo? ¿Has comido del árbol a pesar de que te ordené que no lo hicieras?».

12 Y el hombre dijo: «La mujer que me diste de compañera me dio a comer y comí».

13 Y el SEÑOR Dios le dijo a la mujer: «¿Qué es lo que has hecho?». Y la mujer respondió: «La serpiente me sedujo, y comí».

14 Y el SEÑOR Dios le dijo a la serpiente: «Porque has hecho tal cosa, eres maldita entre todas las bestias y entre todos los animales del campo; te arrastrarás sobre tu vientre y comerás polvo todos ¡os días de tu vida».

15 «Y pondré la enemistad entre ti y la mujer y entre tu semilla y la suya; y ella te pisará la cabeza, y tú le morderás los tobillos.»

GÉNESIS. Cap. 11

TEMAS A TRATAR

(5 puntos por cada respuesta correcta)

1. La obra de Melville Moby Dick empieza con las siguientes palabras: «Me llamo Ishmael». Se dice que está escrito en primera persona. ¿En qué persona habla el Génesis? ¿Desde el punto de vista de quién?

2. ¿Quién es el «chico bueno» del relato? ¿Quién es el «malo»? ¿Puedes presentar argumentos convincentes para invertir los papeles?

3. Por tradición, se dice que la manzana es el fruto que la serpiente ofreció a Eva. Sin embargo, las manzanas no son propias de Oriente Medio. Selecciona uno de los siguientes sustitutos, más lógicos, y escribe sobre cómo adquieren existencia los mitos y cómo se corrompen tras largos períodos de tiempo: aceituna, higo, dátil, granada.

4. ¿Por qué aparece siempre el vocablo SEÑOR en mayúsculas? ¿Por qué la inicial de Dios también va en mayúscula? ¿Debería ir también en mayúscula la palabra serpiente? En caso negativo, ¿por qué?

5. Si Dios lo creó todo (ver Génesis, cap. I), ¿por qué se buscó problemas a sí mismo al crear una serpiente que podía llevar por el mal camino a sus criaturas? ¿Por qué creó Dios un árbol del que no quería que Adán a Eva supieran nada, y luego se apartó de sus normas y les advirtió en contra de él?

6. Compara el mural de Miguel Ángel del techo de la Capilla Sixtina, «Expulsión del Paraíso» y «El jardín de las delicias» de El Bosco.

7. ¿Se comportó Adán como un caballero al cargarle la culpa a Eva? ¿Quién hacía de colaboracionista? Habla de la condición de «chivato» como defecto de carácter.

8. Dios se enfadó cuando descubrió que había sido desafiado. Si Dios es omnipotente y omnisciente, ¿cómo es que no lo sabía? ¿Por qué no pudo encontrar a Adán y Eva cuando éstos se escondieron?

9. Si Dios no quería que Adán y Eva comieran del fruto del árbol prohibido, ¿por qué no se lo advirtió a la serpiente? ¿Podía prevenir Dios a la serpiente de que no tentara a Adán y Eva? Si la respuesta es afirmativa, ¿por qué no lo hizo? Si la respuesta es no, habla de la posibilidad de que la serpiente fuera tan poderosa como Dios.

10. Mediante ejemplos sacados de dos periódicos diferentes, demuestra el concepto de «noticias tendenciosas».

5

Los vientos ponzoñosos aullaron y cayeron sobre el polvo que cubría el suelo. Allí no había nada vivo. Los vientos, verdes y mortíferos, se cernieron desde el cielo y escudriñaron la Tierra agonizante, buscando y buscando algo que se moviera, algo todavía con vida. Pero no había nada. Polvo. Talco. Piedra pómez.

Y la aguja de ónice de la montaña hacia la cual se habían estado dirigiendo Nathan Stack y la sombra durante toda la primera jornada. Cuando cayó la noche cavaron un hoyo en la tundra y la sombra lo cubrió de una sustancia lechosa que había estado guardada en la bolsa de cuello de Stack. Este sólo había dormido a ratos, con la piedra de calentarse apretada junto al pecho y respirando por un filtro que también había estado guardado en la bolsa.

En una ocasión se había despertado a causa del ruido de unas criaturas enormes, parecidas a murciélagos, que volaban sobre su cabeza; las había observado bajar con lentitud, en amplios círculos, sobre el erial, en dirección al agujero del suelo en que se encontraba. Sin embargo, no parecieron advertir que en el hoyo estaban él y la sombra. Los grandes animales defecaron unos hilillos delgados y fosforescentes que bajaron con un brillo intenso a través de la noche y se perdieron en el llano; entonces las criaturas se elevaron de nuevo y se dejaron llevar por los vientos. Stack recuperó el sueño con dificultad.

Por la mañana, helada por la fría luz que daba a todas las cosas un tinte azulado, la sombra resurgió de entre el polvo acumulado, se arrastró por el suelo y se estiró al máximo para alcanzar la superficie batida por el viento con sus garras. Tras ella. Stack surgió también del polvo y alzó la mirada hacia la salida del hoyo, extendió la mano v pidió ayuda con un estremecimiento.

La criatura de sombras se deslizó por el suelo en lucha con los vientos que durante la noche se habían hecho más fuertes y regresó al hoyo que había sido su refugio aquella noche hasta alcanzar a la mano alzada entre el polvo. La asió y los dedos de Stack se contrajeron convulsivamente. Entonces la sombra que se arrastraba hizo fuerza y extrajo a Stack del polvo traidor.

Se echaron sobre la tierra el uno junto al otro, luchando por ver algo. luchando por respirar sin llenar los pulmones con aquella muerte sofocante.

—¿Por qué es así...? ¿Qué ha pasado? —gritó Stack contra el viento.

La criatura de sombras no le respondió, pero se quedó observando a Stack un largo rato; luego, con movimientos muy cuidadosos, alzó una mano, la puso ante los ojos de Stack y, poco a poco. haciendo garras de sus dedos, fue cerrándolos primero en forma de jaula, luego en un puño y luego en una masa compacta que era más elocuente que cualquier palabra: destrucción.

Luego empezaron a arrastrarse hacia la montaña.

6

La aguja de ónice de la montaña surgía del infierno y pugnaba por alzarse contra el cielo hecho jirones. Era de una arrogancia monstruosa. No era posible que nada hubiera intentado surgir de la desolación de las llanuras, pero aquella montaña lo había hecho, y el éxito la había acompañado.

Era como un anciano. Arrugada, vieja, con el polvo sedimentado y endurecido en sus estrías, otoñal y solitaria; negra y desolada, alzada golpe a golpe. No se entregaría a la gravedad, la presión o la muerte. Luchaba por alcanzar el cielo. Ferozmente sola, era la única silueta que rompía la línea desolada del horizonte.

En otros veinticinco millones de años, la montaña se desharía en algo tan liso y sin huellas como un delicado ónice ofrecido a la deidad de la noche. Pero hasta entonces, la acción de las llanuras polvorientas y los vientos ponzoñosos que escupían los restos de piedra pómez contra los flancos del pináculo, sólo habían servido para suavizar los vértices del contorno de la montaña, como si una intervención divina hubiera protegido la aguja.

Unas luces se movieron cerca de la cumbre.

7

Stack descubrió de qué estaban hechos los hilillos fosforescentes que la noche anterior viera defecar a las criaturas parecidas a murciélagos en la llanura polvorienta. Se trataba de unas esporas que, a la pálida luz del día, se convirtieron en extrañas plantas hemofílicas.

Cuando Stack y la sombra empezaron a avanzar a la luz de la aurora, aquellas pequeñas cosas vivientes que estaban a su alrededor advirtieron su calor y empezaron a echar brotes a través del polvo. Cuando el embrión color rojo desvaído del sol agonizante se alzó dolorosamente en el firmamento, las plantas de sangre alcanzaban ya su estado adulto.

Uno de los tentáculos en forma de zarcillo de aquellas plantas se enroscó en torno al cuello de Stack y éste gritó. Otro zarcillo le cogió por el tobillo, impidiéndole avanzar.

Unas delgadas capas de sangre negra como jugo de zarzamora cubrían los zarcillos y dejaban sus marcas en la piel de Stack. Aquellas marcas ardían de un modo terrible.

La criatura de sombras se volvió sobre su estómago y regresó junto al hombre. Acercó la cabeza triangular al cuello de Stack y mordió el tentáculo. Cuando éste se partió de su interior brotó sangre negra, y la sombra siguió royendo con sus dientes afilados como cuchillos hasta que Stack volvió a respirar con normalidad. Con un violento movimiento el hombre se encogió sobre sí mismo v sacó de la bolsa de cuello el cuchillo corto que le proporcionara la sombra y lo clavó repetidamente en el zarcillo que tenía asido inexorablemente al tobillo. La planta gritó al sentir la herida, con la misma voz que Stack oyera la noche anterior procedente del aire. El tentáculo herido se retiró y volvió a hundirse en el polvo.

Stack y la sombra avanzaron lentamente una vez más, con los vientres pegados a la Tierra agonizante: siempre en dirección a la montaña. En lo alto, en el cielo de color de sangre, el Pájaro de la Muerte daba vueltas en círculo.

8

En su propio mundo, habían vivido durante millones de años en cavernas luminosas de paredes grasientas, y habían evolucionado y extendido su raza por el universo. Cuando se cansaron por fin de construir el imperio, se encerraron en sí mismos y la mayor parte de su tiempo se consumía en la intrincada construcción de canciones de sabiduría y en el diseño de mundos adecuados para albergar muchas razas distintas.

También había otras razas que se dedicaban al diseño, y cuando surgía un conflicto sobre jurisdicciones, se apelaba a un arbitraje, que era presidido por una raza cuya razón de ser era la imparcialidad y la sabiduría de la resolución de casos conflictivos de reclamaciones y contrarreclamaciones. Su honor racial dependía, de hecho, de la aplicación impecable de tales cualidades. A través de los siglos habían perfeccionado su talento en innumerables decisiones arbitrales, hasta que llegó el momento en que se convirtieron en la autoridad máxima. Los litigantes se veían impulsados a atenerse a las sentencias, no sólo porque éstas fueran siempre sabias y estuvieran cargadas de razón y creatividad, sino también porque, en el caso de que sus decisiones se tildaran alguna vez de sospechosas o parciales, la raza de los árbitros se destruiría a sí misma. En el lugar más sagrado de su mundo habían erigido una máquina religiosa. Podía ser activada para que emitiese un tono que rompería los caparazones de cristal en que tenían que vivir. Eran una raza de criaturas delicadas, parecidas a grillos, no mayores que el pulgar de un hombre. Todos los mundos civilizados los apreciaban como un tesoro sin igual y su pérdida hubiera significado una catástrofe para el universo. Nunca se ponía en cuestión su honor ni su valor. Todas las razas acataban sus decisiones.

Por eso el pueblo de Dira entregó su jurisdicción sobre aquel mundo y lo abandonó, dejando sólo a Dira y el Pájaro de la Muerte, un cuidador especial que los árbitros habían urdido en un alarde creador durante aquel juicio.

Se conserva un registro del último encuentro entre Dira y los que le habían encargado aquella misión. Había lecturas que no podían ignorarse —y que, de hecho, los árbitros habían expuesto con urgencia a la atención de los padres de la raza de Dira— y por ello el Gran Espiral le había contado a Dira en el último instante la naturaleza del loco en cuyas manos se había dejado aquel mundo y lo que aquel loco podía hacer.

El Gran Espiral, cuyos anillos eran signos de sabiduría adquiridos a través de siglos de dulzura y percepción y meditaciones profundas que habían dado como resultado multitud de mundos diseñados con gran maestría, él que era el más santo entre la raza de Dira, honró a éste al venir a él en lugar de hacer que acudiese Dira a su presencia.

Sólo tenemos un regalo que dejaros, dijo, y es la sabiduría. El loco vendrá y mentirá y dirá: Yo os he creado. Y nosotros nos habremos ido y nada habrá entre ellos y el loco salvo tú. Sólo tú puedes darles la sabiduría necesaria para vencerla cuando llegue el momento oportuno. Y luego el Gran Espiral golpeó con gran afecto la piel de Dira y éste quedó profundamente conmovido y fue incapaz de contestar. Luego le dejaron solo.

El loco llegó, y se interpuso entre Dira y ellos, y Dira les dotó de sabiduría y el tiempo pasó. Su nombre se convirtió en otro diferente de Dira, y fue llamado Serpiente, y su nuevo nombre fue despreciado, pero Dira pudo apreciar que el Gran Espiral había acertado en sus predicciones. Por eso seleccionó a uno entre ellos. Un hombre, uno de tantos, al que dotó del rayo.

Todo esto está registrado en alguna parte. Es historia.

9

Y aquel hombre no era Jesús de Nazaret. Pudo haber sido más bien Simón. No fue Gengis Khan. sino quizá un soldado de a pie de sus hordas. No fue Aristóteles, sino posiblemente uno de los que se sentaban a escuchar a Sócrates en el ágora. Tampoco fue el cavernícola que descubrió la rueda ni el que por primera vez dejó de pintarse de azul y aplicó los colores a las paredes de la cueva. Pero pudo ser alguien cercano a él. El hombre no fue Ricardo Corazón de León, Rembrandt, Richelieu, Rasputín, Robert Fulton o el Mahdí. Fue sólo un hombre. Un hombre con el rayo.

10

En una ocasión. Dira fue al hombre. Fue muy al principio. Aquel ser tenía el rayo, pero la luz necesitaba convertirse en energía. Por eso Dira vino al hombre e hizo lo que tenía que hacer antes de que el loco se enterara. y cuando éste descubrió que Dira. la Serpiente, había entrado en contacto con el hombre, rápidamente inventó una serie de fábulas para seguir sometiéndole a su poder.

Esta leyenda nos ha llegado bajo el nombre de la tabula de Fausto.

¿CIERTO O FALSO?

11

La luz se convirtió en energía, y por ello:

En el cuadragésimo año de su quincentésima encarnación, totalmente desconocedor de los eones de los que había formado parte, el hombre se encontró vagando por un lugar terriblemente seco bajo un disco de sol diáfano y abrasador. Era un bereber que nunca había pensado en las sombras a no ser para gozar del placer que le proporcionaban cuando las encontraba. La sombra vino a él arrastrándose por las arenas de aquel desierto como el khamsin de Egipto, el simún de Asia Menor o el harmattan. todos los cuales había conocido en sus varias vidas, de ninguno de los cuales guardaba recuerdo. La sombra vino a él en forma de sirocco.

La sombra le robó el aliento de los pulmones y los ojos del hombre se alzaron a mirarla. Luego cayó al suelo y la sombra se lo llevó abajo, abajo, a través de la arena, dentro de la Tierra.

De la Madre Tierra.

La Madre Tierra vivía. Aquel mundo de árboles, ríos y rocas tenía profundos pensamientos de piedra. Respiraba, sentía, soñaba, daba a luz, reía y se hacía contemplativa. Durante milenios, aquella gran criatura que surcaba el mar del espacio lo había hecho.

«Qué maravilla», pensó e! hombre, pues nunca antes había comprendido que la Tierra era su madre. Nunca había entendido, hasta aquel momento, que la Tierra tenía vida propia, a la vez parte de la humanidad y totalmente separada de ella. Era una madre con vida propia.

Dirá, la Serpiente, la sombra... llevó al hombre a las profundidades e hizo que el rayo de luz se convirtiera en energía al tiempo que el hombre se fundía con la Tierra. Su carne se deshizo y se convirtió en tierra tranquila y fría. Sus ojos brillaron con la luz que resplandece en los centros más oscuros del planeta, y vio el modo en que la madre cuida de sus hijos: los gusanos, las raíces de las plantas, los ríos que forman cascadas de kilómetros entre las grandes rocas de enormes cavernas, las cortezas de los árboles. Una vez más fue llevado al seno de la gran madre Tierra y comprendió la alegría que representaba la vida de ésta.

Recuerda esto. le dijo Dira al hombre.

«Qué maravilla», pensó el hombre...

... y fue devuelto a las arenas del desierto, sin ningún recuerdo de haber dormido, amado y disfrutado del cuerpo de su madre natural.

12

Acamparon en la base de la montaña, en una cueva de cristal verde; no era un lugar profundo, pero tenía unos ángulos muy agudos que hacían que el polvo llevado por el viento no les alcanzara. Pusieron la piedra de Nathan Stack en una escarpadura del suelo de la caverna y el calor se expandió con rapidez y les calentó. La sombra de cabeza triangular se retiró a la oscuridad y cerró el ojo y dejó que sus instintos cazadores salieran a buscar algo que comer. Un grito agudo llegó del exterior.

Mucho después, cuando Nathan Stack ya hubo comido, cuando se sintió razonablemente satisfecho y saciado, alzó la mirada hacia la oscuridad y le habló a la criatura de sombras que allí reposaba.

—¿Cuánto tiempo he estado ahí abajo...? ¿Cuánto tiempo he dormido?

La sombra respondió en un susurro:

Un cuarto de millón de años.

Stack no replicó. Aquella cifra le resultaba totalmente increíble. La sombra pareció comprenderlo.

En la vida de un mundo no existe el tiempo.

Nathan Stack era un hombre capaz de adaptarse a las circunstancias. Sonrió rápidamente y dijo:

—Debía de estar muy cansado.

La sombra no contestó.

—No entiendo gran cosa de todo esto. Me está resultando condenadamente terrible. Morir, luego despertar... aquí. No entiendo...

No has muerto. Fuiste tomado y depositado ahí abajo. Cuando lleguemos al final lo comprenderás todo, te lo prometo.

—¿Quién me depositó ahí?

Yo. Yo fui a ti y te encontré cuando fue el momento y te deposité allí.

—¿Soy aún Nathan Stack?

Si quieres...

—Pero ¿lo soy o no?

Has sido tú siempre. Has tenido muchos otros nombres, muchos otros cuerpos, pero el rayo ha sido siempre tuvo.

Stack pareció a punto de añadir algo, pero la criatura de sombras añadió:

Siempre has estado en el camino de ser quien eres.

—Pero ¿quién soy? Maldita sea, ¿sigo siendo Nathan Stack?

Si quieres...

—Mira: no pareces estar muy seguro de eso. Tú viniste y me despertaste; quiero decir que me desperté y tú estabas allí; por tanto, ¿quién mejor que tú puede saber cuál es mi nombre?

Has tenido muchos nombres muchas veces. Nathan Stack es sólo el que recuerdas. Hace mucho tiempo, al principio, cuando vine por primera vez u ti, tenías otro muy diferente.

Stack dudó. Temeroso de la respuesta, pero acabó por preguntar:

—¿Cuál era mi nombre entonces?

Ish-lihth. Esposo de Lilith. ¿La recuerdas?

Stack hizo un esfuerzo e intentó abrir su mente al pasado, pero éste era tan insondable como el cuarto de millón de años que había pasado durmiendo en la cripta.

—No. Pero hubo muchas otras mujeres, en otras ocasiones.

Muchas. Entre ellas la que reemplazó a Lilith.

—No la recuerdo.

Su nombre... no importa. Pero cuando el loco se la llevó de tu lado y la reemplazó por la otra... entonces supe que todo acabaría así. Con el Pájaro de la Muerte.

—No quiero parecer estúpido, pero no tengo ni la más ligera idea de lo que estás hablando.

Antes de que todo acabe, lo comprenderás completamente.

—Eso ya lo has dicho antes.

Stack hizo una pausa, contempló un largo instante a la sombra y prosiguió.

—¿Cuál era tu nombre?

Antes de encontrarte me llamaba Dira.

Lo dijo en su lengua nativa. Stack no pudo pronunciarlo.

— Antes de que me encontraras... ¿Y ahora?

Serpiente.

Algo pasó deslizándose ante la boca de la cueva. No se detuvo, pero emitió un susurro como de fango húmedo engullido por un tremedal.

—¿Por qué me has puesto ahí abajo? Y antes aun, ¿por qué viniste a mí? ¿De qué rayo me hablas? ¿Por qué no logro recordar esas otras vidas o mis otras personalidades? ¿Qué quieres de mí?

Tienes que dormir. Será una escalada larga, difícil y fría.

—He dormido durante doscientos cincuenta mil años. No me siento cansado —dijo Stack—. ¿Por qué me cogiste?

Después. Ahora, duerme. El sueño sirve para más cosas.

La oscuridad se acentuó alrededor de la Serpiente y se filtró alrededor de la cueva y Nathan Stack se acostó cerca de la piedra de calentarse y la oscuridad se apoderó de él.

13

LECTURA COMPLEMENTARIA

Lo que viene a continuación es el ensayo de un escritor. En él se apela claramente a las emociones. Al leerlo pregúntese que relación tiene con el tema que estamos tratando. ¿Qué está tratando de expresar el escritor? ¿Logra transmitirlo? ¿Nos ofrece este ensayo alguna luz sobre el tema en discusión? Una vez lo haya leído, utilice el reverso de la hoja de respuestas para escribir otro de su invención (máximo 500 palabras) sobre el tema de la pérdida de un ser amado. Si no ha perdido nunca ninguno, imagíneselo.

AHBHU

Ayer murió mi perro. Durante once años Ahbhu fue mi amigo más intimo. Fue él el responsable de que yo escribiera un relato sobre un muchacho y su perro que mucha gente ha leído. No era un animal de compañía, sino una persona. Sería imposible convertirlo en antropomorfo, pues él no lo resistiría, pero era una criatura tan absolutamente ella misma, estaba tan decidido a compartir su vida sólo con las personas que escogía, tenía una personalidad tan sólidamente formada, que resultaba imposible pensar en él como un simple perro. Aparte de las características caninas a las que se veía obligado por su pertenencia a la especie, su comportamiento era el de un ser absolutamente único.

Nos encontramos por primera vez en una ocasión en que acudí al Centro de Recogida de Animales de Los Ángeles Oeste. Yo deseaba un perro porque me sentía solo y recordaba que. cuando era niño. tenía uno de mi propiedad que siempre era mi amigo cuando nadie quería serlo. Un verano estuve en un campamento y cuando regresé descubrí que una vieja podrida del vecindario que vivía en mi misma calle lo había hecho recoger y gasear aprovechando que mi padre había salido a trabajar. Aquella noche me deslicé al jardín trasero de la casa de la arpía y encontré una alfombra colgada del tendedero. El sacudidor de alfombras colgaba de un poste cerca de allí. Robé ambas cosas y las enterré en un descampado.

En la cola del centro de recogida de animales había un hombre delante de mí. Había traído un cachorro de sólo una semana o así. Era un puli, un perro pastor húngaro, una cosita de aspecto triste. El hombre tenía tantos entre los escombros que había llevado aquél para que alguien se hiciera cargo de él o para que lo eliminaran. Se llevaron adentro al perrito y el empleado que había tras el mostrador me preguntó qué deseaba. Le conté que quería un perro y me envió al interior, donde pude pascar un rato entre las hileras de jaulas.

Habían metido un momento antes al pequeño puli en una de ellas, y en aquel instante se veía atacado por los tres perros, mucho más grandes, que hasta aquel momento habían sido los habitantes de la jaula. Estaba hecho un ovillo en un rincón, intentando quitarse de encima a sus avasalladores compañeros. Era diminuto, pero luchaba con todas sus fuerzas. Era el enano de la carnada.

—¡Sáquelo de ahí! —grité—. ¡Me lo llevo, me lo llevo, sáquelo en seguida!

Me costó dos dólares. Fueron los dos billetes más bien empleados de mi vida.

A la vuelta a casa en coche, el perro se estiró en el asiento delantero v se me quedó mirando. Yo ya había pensado vagamente en cómo llamaría al perro que comprara. pero al mirarle y ver que me devolvía la mirada se me apareció en la mente la escena de la película de 1939 «El ladrón de Bagdad», de Alexander Korda, en la que el malvado visir, interpretado por Conrad Vcidt, transforma a Ahbhu, el ladronzuelo cuyo papel hacía Sabú, en un perro. En la película salían superpuestas la cara humana y la canina en el preciso instante en que la del perro tenía una extraordinaria expresión de inteligencia. Rl pequeño puli me observaba con aquella misma expresión.

—Ahbhu —le dije.

No reaccionó en absoluto al nombre, pero eso le traía entonces sin cuidado. Sin embargo, aquél fue su nombre desde entonces.

Nadie que viniera a mi casa le dejaba indiferente. Cuando advertía vibraciones buenas en alguien, no dudaba en acercarse y tenderse a sus pies. Adoraba que le rascasen, y a pesar de años de advertencias y reprensiones no dejó nunca de mendigar las sobras de la mesa, pues había descubierto que la mayor parte de los que venían a comer a mi casa eran gente insensible incapaz de escapar a su mirada desconsolada, como la de Jackie Coogan en «El Chico».

Además, era también un fiel detector de vagos. En todas las ocasiones en las que yo encontraba a alguien que me gustaba y Ahbhu se negaba a portarse bien con él. Siempre acababa por demostrarse que tal persona no valía la pena. Empecé a observar siempre su actitud hacia los que aparecían por primera vez por mi casa v debo admitir que tenía cierta influencia en mis decisiones. Siempre recelaba de aquellos a quienes Ahbhu volvía la cola.

Había mujeres con las que había mantenido algún asunto insatisfactorio que. Sin embargo, volvían de vez en cuando por la casa... a visitar al perro. Este tenía su propio círculo íntimo de amistades, con muchas de las cuales yo no tema trato en absoluto, y entre sus compañías se contaban algunas de las actrices más hermosas de Hollywood. Había una dama exquisita que acostumbraba a enviar a su chofer a recogerlo los domingos por la tarde para ir a dar una vuelta por los rompientes de la playa.

Nunca le pregunté qué sucedía en tales ocasiones. Además, no hablaba.

El año pasado empezó a decaer su ánimo, aunque no lo advertí porque siguió manteniendo su actitud de perrito faldero hasta casi el fin de sus días. Sin embargo, empezó a dormir mucho, y no podía ni con su comida, ni siquiera con los platos húngaros que preparaban para él los magiares que vivían en mi misma calle. Se hizo patente que algo no funcionaba bien durante el tremendo susto que se llevó durante el gran terremoto de Los Ángeles del pasado año. Ahbhu no tenía miedo a nada, atacaba al océano Pacifico y se las tenía con gatos ariscos, pero el terremoto le asustó de un modo terrible, saltó a mi cama y me echó las patas al cuello. Estuve a punto de ser la única víctima del terremoto por estrangulamiento animal.

A principios de este año se pasaba el día entrando v saliendo del veterinario, y el idiota decía que estaba a régimen.

Y entonces, un domingo que había salido al descampado que queda detrás de la casa, le encontré al pie de la escalera del porche cubierto de bario v vomitando con tanta energía que lo único que devolvía era bilis. Estaba rodeado por sus propios excrementos y trataba desesperadamente de hundir el morro en la tierra para refrescarse. Apenas respiraba. Le llevé a otro veterinario.

Al principio creyeron que era simplemente senilidad... que podrían recuperarlo. Finalmente, le hicieron unas exploraciones de rayos X y vieron el cáncer que se había apoderado de su estómago y su hígado.

Pospuse el día fatal cuanto pude. De algún modo, no podía concebir un mundo sin él. Por fin, ayer fui a la consulta del veterinario y firmé los papeles de autorización para la eutanasia.

—Me gustaría pasar antes un rato con él —dije.

Lo trajeron y lo colocaron en la mesa de exploración de acero inoxidable. Había adelgazado mucho. Siempre había tenido el vientre salido, y ya no quedaba nada de aquello, los músculos de las piernas estaban débiles y fláccidos. Se dirigió hacia mí y me puso la cabeza en el sobaco. Temblaba violentamente. Le levanté el morro y me miro con aquella cara cómica que siempre me había hecho pensar en Lawrence Talbot, el Hombre Lobo. Ahbhu sabía lo que pasaba. Genio y figura... ¿eh. Viejo amigo? Sabía lo que pasaba y tenía miedo. Temblaba todo él, hasta las patas, que parecían ahora telarañas. Tenía una mata de pelo que cuando se tumbaba sobre una alfombra oscura, le hacía parecer un manguito de piel de oveja, y que hacía imposible saber en qué extremo tenía la cabeza y en cuál la cola. Estaba muy delgado, temblaba, y sabía perfectamente lo que iba a pasarle. Y a pesar de todo seguía siendo un cachorrillo.

Me puse a llorar, cerró los ojos y con la nariz sorbí las lágrimas: enterró la cabeza entre mis manos porque ambos teníamos mucha pena que compartir. Me avergoncé de no tomar las cosas tan bien como él.

— Tengo que hacerlo, pequeño. Tengo que hacerlo porque estás sufriendo y no puedes comer. Es necesario.

Pero él no quería reconocerlo.

Entonces entró el veterinario. Era un muchacho simpático que me preguntó si quería marcharme o prefería quedarme a verlo.

En aquel momento Ahbhu alzó la cabeza y me miró.

Hay una escena en la película «Viva Zapata» de Kazan en la que un íntimo amigo de Zapata, el papel de Brando, ha sido condenado por conspirar con los federales. Es un amigo que ha estado con Zapata desde los tiempos de las montañas, desde el inicio de la revolución. Y entonces van a buscarle a la choza para llevarlo ante el pelotón de fusilamiento, y sale Brando, y Zapata le detiene posándole la mano en el hombro, v el amigo le dice con un tono de gran camaradería: «Emiliano, hazlo tú mismo».

Ahbhu me miró v comprendí que era sólo un perro, pero si hubiera podido hablar con lenguaje humano, no hubiera sido más elocuente que aquella mirada que decía «no me dejes con extraños».

Por eso lo sostuve mientras los veterinarios lo acostaban v el joven ceñía el elástico a su pata delantera derecha y la palpaba para localizar la vena y le acaricie la cabeza, que se apresuró a volver en cuanto penetró la aguja. Fue imposible saber el momento en que pasó de la vida a la muerte. Simplemente recostó la cabeza en mi mano, fue cerrando lentamente los ojos y murió.

Con la ayuda del veterinario lo envolví en una sábana y me dirigí a casa con Ahbhu en el asiento de al lado, como habíamos ido a casa por primera vez once años antes. Lo lleve a la parte de atrás de la casa y empecé a cavar su tumba. Cave durante horas, entre el llanto y los recuerdos, hablándole todavía. Era un tumba muy limpia, rectangular, con los costados bien marcados y todas las malas hierbas arrancadas a mano.

Le deposite en el hoyo v allí dentro aquel perro, que en vida había parecido tan grande, tan divertido y tan peludo, daba ahora la impresión de ser tan delicado... Y luego lo tape y cuando tuve el hoyo bien apisonado volví a colocar en el recuadro un pedazo de césped como el que arrancara al empezar a cavar. Y eso fue todo.

Pero no pude dejarlo con extraños. FIN

CUESTIONES A TRATAR

1. ¿Tiene algún significado que la palabra inglesa god (dios) sea dog (perro) al revés? Si lo considera así, ¿cuál es?

2. ¿Está tratando el escritor de transferir cualidades humanas a una criatura no humana? Hable del antropomorfismo a la luz de la frase «Tú eres Dios».

3. Hable del tipo de amor que el escritor muestra en el ensayo que antecede. Compárelo con otras formas de amor; el amor de un hombre por una mujer, el de una madre por un hijo, el de un hijo por su madre, el de un botánico por las plantas, el de un ecologista por la Tierra.

14

Durante el sueño, Nathan Stack habló:

—¿Porqué me cogiste? ¿Porqué...?

15

Igual que la Tierra, su madre agonizaba.

El caserón estaba tranquilo. El médico se había ido y los parientes habían salido a comer a la ciudad. Él se sentó al lado de la cama y la miró fijamente. Su madre parecía gris, vieja y ajada; su rostro tenía el color ceniciento del polvo de las polillas. El se puso a llorar en silencio.

Notó la mano de la enferma sobre su rodilla y alzó la vista hasta que quedó clavada en la de ella, que le miraba fijamente.

—Pensaba que no me llamarías —dijo él.

—Me hubiera enfadado conmigo misma si no lo hubiera hecho —contestó la madre.

Tenía la voz muy débil, muy suave.

—¿Cómo te encuentras?

—Me hace daño. Ese Ben no me droga muy bien.

El se mordió el labio inferior. El médico había utilizado dosis masivas, pero el dolor era todavía más masivo. Ella dio varios respingos, como si temblores de una repentina agonía la golpearan. Como impactos. Él vio cómo la vida se escapaba por aquellos ojos.

—¿Cómo lo toma tu hermana?

Se encogió de hombros.

— Ya conoces a Charlene. Lo siente mucho, pero todo esto es para ella algo intelectual.

La madre dejó escapar una leve sonrisa por la comisura de sus labios.

—Es terrible decir esto, Nathan, pero tu hermana no es precisamente la persona más agradable del mundo. Me alegro de que tú estés aquí. —Hizo una pausa, pensativa, y añadió—: Creo que podría ser que tu padre y yo nos equivocáramos con ella en la tómbola de los genes. Charlene no está completa.

—¿Puedo hacer algo por tí? ¿Quieres un poco de agua?

—No, gracias. Me encuentro bien.

El miró la ampolla de narcótico contra el dolor. Junto a ésta, silenciosa y mecánica sobre una toalla limpia, había una jeringa. El hijo sintió la mirada de su madre posada en él. Ella sabía en qué estaba pensando. El hombre apartó la mirada.

—Mataría a cualquier a por un cigarrillo —dijo la enferma.

El se rió. A sus sesenta y cinco años, con ambas piernas amputadas y lo que quedaba del lado izquierdo de su cuerpo paralizado, con el cáncer extendiéndose como una crema mortífera hacia el corazón, seguía siendo la matriarca.

—No puedes fumar ni uno, así que olvídalos.

— Entonces, ¿por qué no coges esa hipodérmica y dejas que me largue de este mundo de una vez?

—Calla, madre.

—Oh, ¡Por el amor de Dios, Nathan! Si tengo suerte duraré unas horas, si no, unos meses. Ya hemos tenido antes esta conversación, y sabes que siempre acabo ganando yo.

—¿Te he dicho alguna vez que eres una especie de vieja insoportable?

— Muchas veces, pero yo te amo a pesar de todo.

El hombre se levantó y se dirigió a la pared. No pudo atravesarla, así que se volvió hacia el interior de la habitación.

— No te escaparás.

—¡Madre, por favor! ¡Jesús!

—Muy bien. Hablemos entonces de negocios.

— Es el asunto que menos me preocupa en este momento.

—Entonces, ¿de qué podemos hablar? ¿De los sublimes pensamientos que invaden a una anciana en sus últimos momentos?

—Eres espantosamente sádica, ¿sabes? Creo que estás disfrutando de todo esto de un modo enfermizo.

—¿Y de qué otra manera se podría disfrutar?

—Como una aventura.

—Lo es. La mayor de todas. Es una pena que tu padre no tuviera la oportunidad de saborearla.

—No creo que tuviera mucho interés en saborear la sensación de ser comprimido hasta morir por una prensa hidráulica.

El hombre volvió a pensar entonces en aquel suceso, porque advertía en los labios de su madre una ligera sonrisa.'

—Sí, probablemente le hubiera gustado. Vosotros dos sois tan irreales que os hubierais sentado en un rincón y hubieseis hablado del tema, e incluso hubieseis analizado la pulpa en que quedó convertido.

— Y tú eres hijo nuestro.

Lo era, y no podía negarlo, ni nunca podría. Era duro, amable y salvaje como ellos, y tenía los recuerdos de los días en la jungla, más allá de Brasilia, y la caza en la cañada del Caimán, y los restantes días en el molino, trabajando junto a su padre. Se dio cuenta de que cuando le llegara el momento él saborearía la muerte como lo estaba haciendo su madre.

—Dime una cosa que siempre quise saber. ¿Mató papá a Tom Golden?

— Coge la aguja y te lo diré.

—Soy un Stack, no intentes sobornarme.

— Y yo también soy una Stack y sé cuál es la curiosidad que te corroe. Utiliza la aguja y te lo diré.

El hombre se paseó nervioso por la habitación, ella le observaba con ojos brillantes como las tinajas del molino.

— Eres una puta.

—Me avergüenzas. Nathan. Tú ya sabes que no eres un hijo de puta, lo que es más de lo que tu hermana puede decir. ¿ Ya había contado alguna vez que tu hermana no es hija de tu padre?

—No me lo habías dicho, pero ya lo sabía.

—Seguramente te hubiese gustado su padre. Era sueco, y a tu padre le caía muy bien.

— ¿Por eso le rompió los bracos papá?

—Posiblemente. Sin embargo, nunca oí una queja del sueco. En aquellos tiempos por pasar una noche conmigo valía la pena perder ambos brazos. Utiliza la aguja.

Por fin, mientras la familia iba saltando de un tema a otro, el muchacho fue llenando la jeringa y le inyectó su contenido. La vieja abrió exageradamente los ojos cuando el narcótico le alcanzó el corazón. Antes de morir, reunió todas las energías que se le acababan y dijo:

—Bueno, una promesa es una promesa, así que te lo voy a contar. No fue tu padre el que mató a Tom Golden, sino yo. Eres un diablo, Nathan, y luchabas contra nosotros como a nosotros nos gusta ver pelear, y ambos te queríamos más de lo que te imaginas. Excepto, maldita sea, que, hijo de perra, ya lo sabes, ¿no?

—Sí, lo sé —dijo él—: ella murió.

Así de poética fue aquella muerte.

16

Él sabe que venimos.

Estaban subiendo la cara norte de la montaña de ónice. La Serpiente había cubierto los pies de Nathan Stack con una especie de goma y, aunque no estaban dando precisamente un paseo tranquilo, el hombre había sido capaz de servirse de él para seguir escalando. Al llegar a un saliente en forma de espiral se habían detenido unos instantes a descansar, y allí la Serpiente le había hablado por primera vez de lo que les esperaba en el lugar adonde se dirigían.

––¿Eh?

La Serpiente no contestó. Stack se dejó caer pesadamente contra el muro del saliente. Al pie de la montaña había tenido un encuentro con unas criaturas parecidas a babosas que habían intentado asirse a la carne de Snack, pero en cuanto la Serpiente las obligó a soltarse habían vuelto a chupar las rocas. No se habían vuelto a acercar a la criatura de sombras. Más arriba. Stack entrevió las luces que parpadeaban en la cumbre y una sensación de miedo atroz encogió su estómago. Poco antes de alcanzar el saliente en el que se encontraban habían dado un rodeo para evitar una caverna horadada en la montaña en la que descansaban las criaturas semejantes a murciélagos que vieran la noche anterior. Ante la presencia del hombre y la sombra parecieron volverse locos y emitieron unas oleadas de náuseas que afectaron a Stack. La Serpiente le había ayudado de nuevo y había logrado pasar. En aquel momento se hallaban detenidos y la Serpiente no respondió a las preguntas de Stack.

Tenemos que seguir subiendo.

—Porque el sabe que venimos.

Había en la voz de Nathan Stack un tono de sarcasmo.

La Serpiente empezó a moverse. Stack cerró los ojos. La Serpiente se detuvo y volvió atrás, donde él se encontraba. Stack alzó la mirada de un solo ojo a la sombra.

—Ni un paso más.

No hay razón alguna por la que no debas saber las cosas.

—Excepto, amigo mío, que tengo la sensación de que no vas a decirme nada.

Todavía no es hora de que lo sepas.

—Mira: el hecho de que no te haya hecho preguntas no quiere decir que no quiera saber. Me has contado cosas que soy incapaz de asimilar... Cosas de una majadería increíble... Que tengo... no sé cuántos años. Tengo la sensación de que intentas decirme que soy Adán.

Así es.

—... ¡Uh!

Dejó de agitarse y devolvió la mirada de la sombra. Luego, dando por bueno mucho más de lo que nunca hubiera pensado, dijo:

—Serpiente. —Nuevamente se hizo el silencio. Un poco más tarde siguió preguntando—: ¿Por qué no me das otro sueño y me dejas conocer el resto de la historia?

Debes tener paciencia. El que vive en la cumbre sabe que venimos pero he conseguido que no se entere del peligro que tú representas para el sólo gracias a que tú mismo no sabes bien quien eres.

—Entonces dime una cosa: Ese tipo de la cumbre... ¿quiere que subamos hasta allí?

Nos lo permite. Sólo porque no sabe nada.

Stack asintió, dispuesto a seguir la guía de la sombra. Se puso de pie e hizo una reverencia de mayordomo:

—Después de ti. Serpiente.

Y la Serpiente pasó delante con sus manos planas pegadas al saliente. y siguieron subiendo en espirales que les iban acercando a la cumbre.

El Pájaro de la Muerte cayó en picado y se elevó otra vez hacia la Luna. Todavía había tiempo.

17

Dira vino a Nathan Stack a la hora justa de la aurora y apareció en el despacho del consorcio industrial que Stack había creado para el imperio familiar.

Stack estaba sentado en la silla neumática que dominaba el escenario donde se tomaban las decisiones de alto nivel. Estaba solo. Los demás se habían marchado horas antes, y el desnudo resplandor de las luces ocultas que brillaban apenas a través de los débiles muros daba a la sala un aspecto mortecino.

La criatura de sombras pasó a través de los muros, que a su paso se convirtieron en cuarzo rosa, para volver a lo que siempre habían sido en cuanto la sombra los atravesó.

Tienes que ir ahora, dijo la Serpiente.

Stack alzó la mirada con los ojos desorbitados de horror y en su mente se formó la imagen inconfundible de Satán, con una boca sonriente llena de colmillos, cuernos llenos de luces brillantes como caleidoscopios, cola como de cuerda terminada en una especie de flecha, enormes patas hendidas cuyas pezuñas dejaban huellas radiantes en la alfombra, ojos profundos como pozos de petróleo, tridente, capa de satén, piernas velludas de carnero y unas enormes garras en las manos. Stack trató de gritar pero ningún sonido salió de su garganta.

No, dijo la Serpiente, así no. Ven conmigo y lo comprenderás.

Había en su voz un tono de tristeza, como si Satán hubiera sido dolorosamente agraviado. Stack hizo un violento gesto de negación con la cabeza.

No había tiempo para discutir. Había llegado el momento y Dira no podía vacilar. Hizo un gesto y Nathan Stack se elevó de su sillón neumático y dejó atrás algo que parecía ser Nathan Stack dormido, y se acercó a Dira y la Serpiente le tomó de la mano y pasaron por el cuarzo rosa y salieron de allí.

Y la Serpiente se lo llevó más y más abajo.

La Madre sufría. Durante eones había estado enferma, pero había llegado al punto en que la Serpiente sabía que era una enfermedad definitiva, y la Madre también lo sabía. Pero estaba dispuesta a esconder a su hijo, e intercedería por él en provecho de sí misma, y le escondería en los más profundo de su ser, donde nadie, ni siquiera el loco. pudiera encontrarle.

Dira se llevó a Stack al Infierno.

Y era un lugar muy placentero.

Era caliente y seguro y estaba alejado de las intrigas de los locos.

Y la enfermedad prosiguió sin remedio alguno. Las naciones se desmoronaron, los océanos hirvieron y luego se enfriaron y se cubrieron de una capa de espuma y el aire se llenó de polvo y vapores mortales y la carne se derritió como aceite y los cielos se cubrieron y se hicieron oscuros y el sol se oscureció y se fue apagando. Y la Tierra gimió.

Las plantas padecieron y se consumieron, y las bestias se paralizaron, y se volvieron locas, y los árboles se quemaron y de sus cenizas surgieron cristales que se hicieron añicos al contacto con el viento. La Tierra moría, con una muerte lenta, prolongada y dolorosa.

En el centro de la Tierra, en el punto más protegido, Nathan Stack dormía. No me dejes con extraños.

Por encima de su cabeza, no muy lejos, bajo las estrellas, el Pájaro de la Muerte daba vueltas y más vueltas, esperando la palabra.

18

Cuando llegaron al pico más alto. Nathan miró a través del frío terrible y ardiente v del polvo feroz de aquel viento demoníaco y vio el santuario de siempre, la catedral de la eternidad, el pilar del recuerdo, el puerto de la perfección, la pirámide de las bendiciones, la juguetería de la creación, la bóveda de la liberación, el monumento de la nostalgia, el receptáculo del pensamiento, el laberinto de las maravillas, el catafalco de la desesperación, el podio de las declaraciones y el horno de los últimos intentos.

En una ladera que llevaba a un pináculo estrellado vio la casa de uno de los que allí moraban —unas luces que resplandecían y parpadeaban, unas luces que podían verse desde muy lejos en la desierta superficie del planeta —. y empezó a sospechar el nombre de quien la ocupaba.

De repente, todo fue rojo para Nathan Stack. Como si sobre sus ojos hubiera bajado un filtro, el cielo negro, las luces parpadeantes, las rocas que formaban la gran explanada en la que estaban, incluso la Serpiente, todo se hizo rojo, y el color se convirtió en dolor. Un dolor terrible que quemaba todos y cada uno de los canales del cuerpo de Stack, como si toda su sangre se hubiera transformado en fuego. Gritó y cayó de rodillas mientras el dolor se le metía en el cerebro más y más, siguiendo cada nervio y cada vaso sanguíneo y cada ganglio y cada trayectoria nerviosa. Sus huesos quemaban.

Lucha, dijo la Serpiente. ¡Lucha!

«No puedo», gritó en silencio la mente de Stack, cuyo dolor era tan grande que le impedía hablar. El fuego le lamió y le inundó y notó que se le marchitaban los delicados tejidos del cerebro. Trató de enfocar su pensamiento en el hielo. Se asió al hielo en busca de salvación, a pedazos de hielo, a montañas de hielo, a icebergs de hielo semihundidos en agua helada. Aunque su alma ardía, pensaba en el hielo. ¡Hielo! Pensó en millones de partículas de granizo que caían como una tormenta contra el huracán de fuego que invadía su mente, y hubo un punto en el que una llama empezó a ceder, un rincón que se enfrió... y se asió desesperadamente a aquel rincón, siempre pensando en hielo, pensando en bloques y pedazos y monumentos de hielo que hacía avanzar para ampliar su círculo de frío y seguridad.

Entonces las llamas comenzaron a retroceder, a abandonar sus venas, y envió hielo con el pensamiento allí donde advertía el fuego, y lo hizo revivir, y lo enterró entre hielo y agua helada.

Cuando abrió los ojos estaba todavía arrodillado pero volvía a pensar normalmente y las superficies rojas volvieron a parecer normales otra vez.

Lo intentaré de nuevo. Tienes que estar preparado.

—¡Dímelo todo! ¡No podré hacerlo si no lo sé! ¡Necesito ayuda!

Puedes ayudarte u ti mismo. Tienes la fuerza necesaria, y yo te daré el rayo.

... ¡Y de repente llegó el segundo trastorno!

El aire se volvió hediondo v se le llenó la boca de apestosos pedazos de excrementos, y la náusea que causaban le hizo sentirse enfermo. Los músculos le tiraban del esqueleto en todas direcciones y al partirse los huesos una serie de agudísimos dolores le sobrevinieron con gran rapidez, hasta confundirse en un solo y prolongado tormento. Trató de escabullirse, pero sus ojos sólo lograron hacer más grande el surtidor de luces que le golpeaba. Se desmoronó la visión de sus ojos y empezó a perder el juicio. El dolor era increíble.

¡Lucha!

Stack rodó por tierra y envió cilios y tentáculos para tocar el suelo, y durante un instante advirtió que estaba mirando a través de los ojos de otra criatura, de otra forma de vida que no era capaz de describir. Pero estaba bajo el cielo y tal cosa le producía terror, y estaba rodeado de un aire que se había vuelto venenoso y eso le producía miedo, se estaba volviendo ciego y eso producía temor, y era... era un hombre... empezó a luchar contra la idea de ser otra cosa diferente... era un hombre y no iba a tener miedo, sino que aguantaría.

Se rehizo, se olvidó de los cilios y tentáculos y luchó por dominar los músculos. Sus huesos rotos rechinaron y tronaron por todo su cuerpo. Se esforzó por ignorar tal sensación y por fin los músculos volvieron a su posición habitual y volvió a respirar, y notó que su cabeza iba recobrando la lucidez...

Y cuando volvió a abrir los ojos era Nathan Stack otra vez.

... y llegó el tercer trastorno:

La desesperación.

Y de la más profunda miseria volvió a levantarse para seguir siendo Stack.

... y llegó el cuarto trastorno:

La locura.

Y a pesar de la demencia más furiosa, encontró un modo de seguir siendo Stack.

Y el quinto trastorno, y el sexto, y el séptimo, y las plagas, y los torbellinos. y los pozos de malicia, y la reducción de tamaño acompañada de una caída continua por infiernos submicroscópicos, y las cosas que se le comían por dentro, y el vigésimo y el cuadragésimo, y el aullido de su voz pidiendo que le dejaran y la voz de la Serpiente siempre junto a él, susurrando ¡Lucha!

Por fin, todo cesó.

Rápido, ahora.

La Serpiente tomó de la mano a Stack y corrió con Nathan casi a rastras hasta alcanzar el gran palacio de luz de la ladera, que brillaba espléndidamente bajo el pináculo estrellado, y pasaron por un arco de metal radiante hasta llegar a la sala de ascensión. El portal se selló tras ellos.

En los muros se advenían temblores. Los suelos, cargados de piedras preciosas, empezaron a temblar y a tambalearse. Comenzaron a caer grandes trozos de techo. El palacio tembló con una sacudida horrible y se hundió a su alrededor.

Ahora, dijo la Serpiente. Ahora es cuando lo sabrás todo.

Y se olvidó de todo lo que había alrededor. Flotando helado en el aire. las ruinas del palacio cayeron a su alrededor. Hasta el aire dejó de arremolinarse. El tiempo pasaba tranquilamente. El movimiento de la Tierra se había detenido. Todo quedó inmóvil mientras a Nathan Stack se le permitía comprenderlo todo.

19

SELECCIONE LA RESPUESTA

(Cuenta la mitad del título final)

1. Dios es:

A. Un espíritu invisible dotado de luenga barba.

B. Un perrito muerto y enterrado.

C. Todos los hombres.

D. El mago de Oz.

2. Nietzsche escribió «Dios ha muerto». Con esto quería decir:

A. La vida no tiene sentido.

B. La creencia en deidades supremas ha desaparecido.

C. Nunca hubo un Dios del que partir.

D. Tú eres Dios.

3. La ecología es el nombre por el que se conoce también:

A. El amor de madre.

B. Egoísmo iluminado.

C. Una buena ensalada con especias.

D. Dios.

4. ¿Cuál de las frases siguientes tipifica de manera más profunda el amor?

A. No me dejes con extraños.

B. Te quiero.

C. Dios es amor.

D. Utiliza la aguja.

5. ¿Cuál de las facultades que aquí se citan acostumbra a relacionarse más con Dios?

A. Poder.

B. Amor.

C. Humanidad.

D. Docilidad.

20

Nada de lo anterior. La luz de las estrellas brilló en los ojos del Pájaro de la Muerte y a su paso por la noche dejó una sombra en la Luna.

21

Nathan Stack alzó la cara entre las manos. A su alrededor, el aire era tranquilo y el palacio seguía desmoronándose. Ahora ya sabes todo lo que hay que saber, dijo la Serpiente, al tiempo que se inclinaba hasta posar la rodilla en tierra en señal de devoción. Pero allí no estaba más que Nathan Stack para recibir tal muestra de devoción.

—¿Estuvo siempre loco?

Desde el principio.

—En ese caso, los que le entregaron nuestro mundo estaban locos, y tu propia raza estuvo también loca al permitirlo.

La Serpiente no tenía respuesta.

—Quizá tenían que suceder las cosas así —dijo Stack.

Extendió los brazos y alzó a la Serpiente sobre sus pies y tocó la cabeza de aquella criatura de sombra.

—Amigo —dijo Nathan.

La raza de la Serpiente era incapaz de derramar lágrimas. Dijo como respuesta:

He esperado más tiempo del que imaginas a que me dirigieran esa palabra.

—Lamento que llegue al final.

Quizá las cosas tenían que ser así.

En aquel instante hubo un remolino de aire. un fulgor en el palacio arruinado, y el amo de la montaña, el poseedor de aquella Tierra arruinada vino a ellos en forma de zarza ardiente.

—¿OTRA VEZ, SERPIENTE? ¿OTRA VEZ ME MOLESTAS?

Ha terminado la hora de los juegos.

—¿Y TRAES A NATHAN STACK PARA DETENERME? YO DIRÉ CUÁNDO ES HORA DE ALGO. YO SERÉ QUIEN LO DIGA: COMO SIEMPRE HA SIDO.

Y luego se dirigió a Nathan Stack:

—ESCAPA. ESCÓNDETE EN ALGÚN LUGAR HASTA OUE VENGA A POR Tí.

Stack hizo caso omiso de la zarza que ardía. Movió la mano y el cono de seguridad en que todos ellos habían estado se desvaneció.

—Antes de nada, encontrémosle, y luego ya sabré qué hacer.

Al viento de la noche, el Pájaro de la Muerte afilaba sus garras y surcaba los aires vacíos hasta el suelo polvoriento de la Tierra.

22

Nathan Stack había tenido una pulmonía en cierta ocasión. Había tenido que acudir al quirófano, donde e] cirujano había realizado una pequeña incisión en su tabique pectoral. De no haber sido tan testarudo, de no haber continuado trabajando sin falta alguna mientras una vulgar infección pulmonar se iba desarrollando hasta formar un empiema, nunca se le hubiera ocurrido ponerse bajo un bisturí, aun para una operación tan sencilla como una toractomía. Pero él era un Stack, y por eso no dudó en ir al quirófano, donde se encontraba con un tubo insertado en su cavidad torácica para drenar el pus de la cavidad pleural cuando oyó que alguien pronunciaba su nombre.

NATHAN STACK.

Lo oyó como si llegara de muy lejos, de la vastedad del Ártico; lo oyó rebotar e ir de eco en eco por un corredor sin fondo, como un cuchillo cortante.

NATHAN STACK.

Recordó a Lilith y su cabello de color del vino tinto. Recordó las horas que tardó en morir bajo la roca mientras sus compañeros de caza de la tribu acababan con los restos del oso y no atendían sus gritos y rugidos en demanda de ayuda. Recordó el impacto de la flecha disparada por la ballesta que le desgarraba la cazadora y se clavaba en su pecho cuando murió en Agincourt. Recordó el agua helada del Ohio que se cerraba sobre su cabeza y la barcaza que desaparecía de su vista sin que sus compañeros advirtieran su falta. Recordó el gas mostaza que devoraba sus pulmones mientras trataba de salir de las trincheras junto a una granja de Verdún. Recordó su mirada directa al estallido de la bomba y la sensación de que la carne de su rostro se fundía. Recordó a la Serpiente que acudía a él en su despacho y le extraía de su cuerpo como un grano de trigo de la espiga. Recordó su sueño en el centro fundido de la Tierra durante un cuarto de millón de años.

Durante décadas había oído a su madre rogarle que la liberara, que acabara con su dolor. Utiliza la aguja. Su voz se mezclaba con la de la Tierra que gritaba con dolor infinito que su carne había sido violada, que sus ríos se habían convertido en arterias de polvo, que sus gráciles colinas y sus verdes campos se habían transformado en cristales y cenizas. La voz de su madre y de la Madre que era la Tierra se fundieron en una sola, que a su vez se confundió hasta ser la de la Serpiente que le decía que él era el único hombre de la Tierra —el último hombre de la Tierra—, el que pondría fin al caso definitivo en que se había convertido la Tierra.

Utiliza la aguja. Acaba con la miseria de esta Tierra doliente. Ahora te pertenece.

Nathan Stack se sentía seguro del poder que tenía. Era un poder que sobrepasaba en mucho al de los dioses o Serpientes o creadores locos que clavaban aguijones en sus creaciones, que rompían sus juguetes.

NO PUEDES. NO TE LO PERMITIRÉ.

Nathan Stack caminó en torno a la zarza encendida que crepitaba impotente de rabia. La miró casi con lástima, una lástima que le hacía recordar al Mago de Oz y su enorme y ominosa cabeza separada del cuerpo que flotaba en la bruma, siempre encendida, y el pobre hombrecito que, tras la cortina, apretaba los mandos que creaban aquellos electos. Stack caminaba alrededor del efecto con el convencimiento de que él tenía más poder que aquella cosa triste y pobre que había tenido a la raza humana en la esclavitud desde antes de que Lilith le hubiera sido arrebatada.

Y entonces salió en busca de aquel loco que se había hecho con el nombre que le correspondía a él.

23

Zarathustra descendió solo de las montañas, sin encontrar a nadie. Cuando llegó al bosque, apareció de repente ante el un viejo que había dejado su santo refugio en busca de raíces entre los árboles. Y así le habló el viejo a Zarathustra.

—No es ningún extraño para mí este caminante: muchos años ha pasado de esta manera. Se llamaba Zarathustra, pero ha cambiado. En aquella época llevaste tus cenizas a las montañas; ¿vas a traer ahora tu fuego a los valles? ¿No temes ser castigado como incendiario?

»Zarathustra ha cambiado. Zarathustra se ha vuelto niño. Zarathustra ha despertado: ¿qué quieres ahora de los durmientes? Vivías en tu soledad como entre las aguas del mar, y éste te llevaba. ¿Acaso vas a subir ahora a la orilla? ¿Acaso vas a arrastrar tu cuerpo otra vez?

Y Zarathustra respondió:

—Yo amo a los hombres.

—¿Por qué —inquirió el santo— si no fui yo al bosque y al desierto? ¿No fue por el hombre al que tanto amaba? Ahora amo a Dios. y no al hombre. El hombre es un ser demasiado imperfecto. El amor al hombre me mataría.

—¿Y qué está haciendo un santo como tú en este bosque? —preguntó Zaiathustra

Y el santo contestó:

—Hago canciones y las canto; y cuando hago mis canciones río, lloro, canto v murmuro, pues ello complace a Dios. Con mis risas, lágrimas, canciones y murmullos complazco al dios que es mi dios. Pero ¿qué nos traes como regalo?

Cuando Zarathustra escuchó estas palabras le dijo adiós al santo y añadió:

— ¿Y que tendría que darte? Mejor será que me marche de prisa antes de que requiera alguna cosa de ti.

Y así se separaron, el viejo y el hombre, riendo como niños.

Pero cuando Zarathustra estuvo lejos y solo le habló así a su corazón:

—¿Es posible? ¡Ese viejo del bosque todavía no ha escuchado la buena nueva, que Dios ha muerto!

24

Stack encontró al loco que caminaba por el bosque de los momentos finales. Era un viejo decrépito y cansado, y Stack se dio cuenta de que con un solo movimiento de la mano podía acabar en un momento con aquel dios. Sin embargo, ¿que razón había para ello? Era demasiado tarde incluso para la venganza. Desde el principio había sido demasiado tarde. Por eso dejó al viejo proseguir su camino, vagar por el bosque murmurando para sí NO TE DEJARÉ HACERLO con la voz de un niño maniático o con un patético OH. POR FAVOR. NO QUIERO IR TODAVÍA A LA CAMA. AÚN NO HE TERMINADO DE JUGAR.

Y Stack regresó adonde estaba la Serpiente, que había cumplido su misión y había protegido a Stack hasta que éste había aprendido que era más poderoso que el Dios al que había adorado durante toda la historia de los seres humanos. Regresó adonde la Serpiente y sus manos se tocaron y el lazo de su amistad se selló para siempre, al fin.

Luego trabajaron juntos y Nathan Stack utilizó la aguja con un rápido movimiento de la mano y la Tierra no debió dejar escapar ni siquiera un suspiro de alivio cuando por fin acabó su dolor infinito... pero sí suspiró, y se abrió, y surgió el corazón fundido y murieron los vientos y desde las alturas Stack oyó el cumplimiento del acto final de la Serpiente: escuchó el descenso del Pajaro de la Muerte hacia la Tierra.

—¿Cuál era tu nombre? —le preguntó Stack a su amigo.

Dira.

Y el Pájaro de la Muerte se deslizó por la corteza cansada de la Tierra y abrió sus alas y las posó encima de todas las cosas y abrazó a la Tierra como una madre abraza a su hijito fatigado. Dira se situó en el suelo de amatistas del palacio envuelto en sombras y cerró su único ojo con gratitud. Dormir al fin, en el final de todo.

Todo esto sucedió, y Nathan Stack siguió mirando. Era el último, el que quedaba en el momento final, y al haber llegado a poseer, aunque hubiera sido por unos breves instantes, lo que pudo haber sido suyo desde el principio, no quería sino saber, no quería dormir sino ver. Saber al fin. en el punto final, que había hecho bien y no había errado.

25

El Pájaro de la Muerte cerró sus alas sobre la Tierra hasta que al fin, en el momento final, sólo hubo un gran pájaro posado sobre las cenizas muertas. Entonces el Pájaro de Fuego alzó la cabeza al cielo repleto de estrellas y repitió el suspiro de alivio que la Tierra había exhalado al morir. Y entonces cerró los ojos, escondió la cabeza bajo el ala con gran cuidado y todo terminó.

Lejos de allí, las estrellas esperaron a que el grito del Pájaro de la Muerte llegara hasta ellas para poder observar el final, por fin, de la raza de los hombres.

26

PARA MARK TWAIN