LA CAMA Guy de Maupassant

El vasto edificio de las Ventes parecía adormecido bajo aquel sol tórrido, a las primeras horas de la tarde del último verano, y los peritos tasadores iban adjudicando las ventas con voz desfallecida. Allá al fondo, en una sala del primer piso, yacía en un rincón un lote de antiguas sederías de iglesia.
Eran solemnes capas fluviales, de prelados y prestes, y ricas casullas, cuyas guirnaldas bordadas se enrollaban alrededor de unas letras simbólicas sobre un fondo de seda algo amarillenta y de aspecto cremoso, de blanca que debió ser en otro tiempo.
Estaban esperando unos revendedores: dos o tres hombres de sucias barbas y una gruesa y ventruda mujer, una de esas vendedoras llamadas à la toilette , consejeras y protectoras de amores prohibidos, que cambalachean lo mismo en carne humana, joven y vieja, que con trapos nuevos y viejos. De pronto, se puso en venta una preciosa casulla Luis XV, bonita como un vestido de marquesa, que se había conservado muy nueva y que tenía una procesión de lirios en torno a la cruz, largos y azules, subiendo hasta el pie de este emblema sagrado, y en las esquinas, unas coronas de rosas. Cuando la compré, percibí que había quedado vagamente olorosa, como impregnada de un resto de incienso, o mejor aún, como si conservase todavía esos olores tan suaves y finos de antaño, que parecen recuerdos de perfumes, el alma de esencias evaporadas.
Cuando la tuve en casa, quise cubrir con ella una sillita de la misma época encantadora; y, al manejarla para tomar las medidas, sentí que mis dedos estrujaban unos papeles. Descosí el forro, y cayeron a mis pies unas cartas. Estaban amarillas, y la tinta, borrada por el tiempo, parecía herrumbre. Una mano fina había trazado en una cara de la hoja doblada a la moda antigua: "Al señor abate de Argencé."
Las tres primeras cartas se limitaban simplemente a fijar las citas. Y he aquí la cuarta:
"Mi querido amigo: Estoy enferma, muy doliente y no abandono la cama. La lluvia golpea en los cristales, y permanezco cálida y dulcemente soñadora en la tibieza del colchón de plumas. Tengo un libro, un libro que me gusta y que parece escrito como si hablara un poco de mí misma. ¿Te diré cuál es? No, pues me regañarías. Luego, cuando he leído, pienso, y quiero decirte en qué.
"He colocado detrás de mi cabeza unas almohadas, que me sostienen sentada, y te escribo encima del bonito atril que me regalaste.
"Después de los tres días que llevo en cama, es en mi cama en lo que pienso, e incluso durmiendo sueño con ella.
"La cama, amigo mío, es toda nuestra vida. En ella se nace, en ella se ama y en ella se muere.
"Si yo tuviese la pluma de monsieur de Crébillon, escribiría la historia de una cama. ¡Y qué de aventuras tan graciosas unas, como enternecedoras otras! ¡Cuántas enseñanzas se podrían sacar de ellas, y cuántas deducciones morales para todo el mundo!
"Conoces mi cama, amigo mío. No te puedes imaginar la cantidad de cosas que he descubierto en estos tres días, y cómo la quiero aún más. Me parece habitada, frecuentada, diría, por un montón de gentes de las que no sospechaba nada en absoluto y que, sin embargo, han dejado algo de sí mismas en este lecho.
"¡No, no comprendo a quienes compran camas nuevas, camas sin recuerdos! La mía, la nuestra, tan vieja, tan usada y tan espaciosa, ha debido contener muchas existencias desde su nacimiento hasta su muerte. Pienso en ello, amigo mío; sí, pensar en todo, revisar vidas enteras entre estas cuatro columnas, bajo este tapiz con personajes tendidos sobre nuestras cabezas, que ha visto tantas cosas. ¿Qué no habrá visto en los tres siglos que está ahí?
"Mira, he aquí a una joven esposa tendida en la cama. De cuando en cuando lanza un suspiro, luego un gemido; sus ancianos padres la rodean, y da a luz a un pequeño ser, maullando como un gato, todo crispado y arrugado. Es un hombre que empieza. La joven madre se siente dolorosamente gozosa; se ahoga de dicha al primer grito, y tiende los brazos y se sofoca toda, mientras en torno se llora de alegría; pues ese trocito de criatura viviente separado de ella es la continuación de la familia, la prolongación de la sangre, del corazón y del alma de los viejos, que lo contemplan temblorosos.
"Mira, ahora son dos amantes que por vez primera se hallan desnudos en este tabernáculo de la vida. Tiemblan, pero, transportados de gozo, se sienten deliciosamente uno junto a otro, y poco a poco sus bocas se aproximaban. Un beso divino los une, el beso, puerta del cielo terrestre, el beso que canta las delicias humanas, que las promete siempre, las anuncia y anticipa. Y su cama se agita como un mar revuelto, se encorva y susurra; parece como si ella misma se sintiese viva y gozosa, porque sobre ella se realiza el delirante misterio del amor. ¿Qué hay más dulce y más perfecto en este mundo que esos abrazos en que dos seres se confunden en uno solo, sintiendo a cada uno, al mismo tiempo, el mismo pensamiento, la misma espera y la misma alegría desatinada que se desborda por ellos como un fuego devorador y celeste?
"¿Te acuerdas de estos versos que me leíste el año pasado, de un poeta antiguo, no sé cuál, tal vez del dulce Ronsard?
...y cuando en el lecho estemos
enlazados, gozaremos
de lujuriosas caricias;
que en la cama, libremente,
los amantes, locamente
suelen hacer mil delicias...
"Me gustaría tener estos versos bordados en el techo de mi cama, desde donde Píramo y Tisbe me contemplan sin cesar con sus ojos de tapicería.
"Y piensa también en la muerte, amigo mío, en todos los que han exhalado hacia Dios su último suspiro en esta cama. Pues es también la tumba de las esperanzas consumadas, la puerta que cierra todo después de haber sido la que abre el mundo. ¡Cuántos gritos, angustias, sufrimientos, desesperaciones espantosas, gemidos de agonía, brazos tendidos hacia las cosas ya idas y llamadas convulsas a los momentos de felicidad terminados para siempre! ¡Cuántas convulsiones, estertores, gestos, bocas torcidas y ojos en blanco en esta cama en que te escribo a lo largo de los tres siglos que ha servido de abrigo a los hombres!
"La cama, piénsalo bien, es el símbolo de la vida, me he dado cuenta de ello en estos tres días. Sí, no hay nada mejor que la cama.
"¿No es también el sueño uno de nuestros mejores Instantes?
"¡Pero también es en ella donde su sufre! Es el refugio de los enfermos, un lugar de dolor para los cuerpos extenuados.
"La cama es el hombre. Nuestro señor Jesucristo, para demostrar que no tenía nada de humano, parece no haber tenido necesidad de una cama. Nació entre unas pajas y murió en la cruz, dejando a las criaturas como nosotros su lecho de molicie y reposo.
"¡Y cuántas cosas mas se me ocurren aún! Pero no tengo tiempo de escribírtelas, y, además, ¿recordaría todas? Estoy ya tan fatigada que voy a apartar mis almohadas, tenderme cuan larga soy y dormir un poco.
"Ven a verme mañana, a las tres; acaso me halle mejor y podré decirtelos de palabra.
"Adiós, amigo mío; ten mis manos para que las beses, y también mis labios." FIN