¿UN LOCO? Guy de Maupassant

Me dijeron: —¿Sabe que Jacques Parent ha muerto loco en un sanatorio psiquiátrico? —y un escalofrío doloroso, un escalofrío de miedo y de angustia me corrió a lo largo de los huesos; y volví a verle bruscamente, aquel gran mozo extraño, loco desde hacía mucho quizás, maníaco inquietante, y hasta espantoso.
Era un hombre de cuarenta años, alto, flaco, un poco encorvado, con ojos de alucinado, ojos negros, tan negros que no se distinguía la pupila, ojos móviles, merodeantes, enfermos, atormentados. ¡Qué ser tan singular, turbador, que producía, que arrojaba un malestar a su alrededor, un malestar vago, del alma, del cuerpo, una de esas alteraciones incomprensibles que hacen creer en influencias sobrenaturales!
Tenía un tic molesto: la manía de esconder las manos. Casi nunca las dejaba errar, como hacemos todos, sobre los objetos, sobre las mesas. Nunca manejaba las cosas que andaban rodando fuera de su sitio con ese gesto familiar que tenemos casi todos los hombres. Nunca dejaba desnudas sus largas manos huesudas, finas, un poco febriles.
Las hundía en sus bolsillos, y cuando cruzaba los brazos, bajo las axilas. Parecía que tenía miedo a que hicieran, a pesar suyo, alguna faena prohibida, a que realizaran alguna acción vergonzosa o ridícula si las dejaba libres y dueñas de sus movimientos.
Cuando estaba obligado a utilizarlas para los usos habituales de la vida, lo hacía con tirones bruscos, con impulsos rápidos del brazo, como si no hubiera querido dejarles el tiempo de actuar por ellas mismas, de negarse a su voluntad, de ejecutar otra cosa. En la mesa, cogía su vaso, su tenedor o su cuchillo tan vivamente que nunca se tenía tiempo para prever lo que quería hacer antes de que lo realizara.
Sin embargo, una noche entendí la clave de la sorprendente enfermedad de su alma.
Venía de vez en cuando a pasar unos días a mi casa, en el campo, y ¡esa noche me pareció que estaba especialmente agitado!
Una tormenta se estaba formando en el cielo, sofocante y negro, después de un día de calor atroz. Ningún soplo de aire movía las hojas. Un vapor caliente de horno pasaba por los rostros, hacía jadear el pecho. Me sentía a disgusto, agitado, y quise irme a la cama.
Cuando me vio levantarme para retirarme, Jacques Parent me cogió del brazo con gesto espantado.
—¡Oh, no! Quédate un poco más —me dijo.
Le miré con sorpresa y murmuré: —Es que esta tormenta me pone nervioso.
Gimió, o más bien gritó: —iPues mira que a mí! ¡Oh, quédate, te lo ruego! No quisiera quedarme solo.
Parecía estar enloquecido.
Dije: —¿Oué te pasa? ¿Estás perdiendo la cabeza?
—Sí, a ratos, las noches como ésta, las noches con electricidad.., tengo... tengo.... tengo miedo.., tengo miedo de mí mismo... ¿no me entiendes? Es que estoy dotado de un poder... no... de una potencia... no... de una fuerza... ¡En fin, no sé decir lo que es, pero tengo en mí una acción magnética tan extraordinaria que tengo miedo, sí, tengo miedo de mí mismo, como te decía hace un rato!
Y escondía, con escalofríos enloquecidos, sus manos vibrantes bajo las solapas de su chaqueta. Y yo mismo, de pronto, noté que me echaba a temblar debido a un temor confuso potente, horrible. Tenía ganas de irme, de escaparme, de no verle más, de no ver más cómo sus ojos errantes pasaban sobre mí, y luego huían, daban vueltas alrededor del techo, buscaban algún rincón oscuro del cuarto para fijarse en él, como si también quisiera esconder su mirada temible.
Balbuceé: —¡Nunca me habías dicho esto!
Prosiguió: —¿Acaso lo hablo con alguien? Mira, atiende, esta noche no puedo callarme. Y prefiero que lo sepas todo; además, podrás socorrerme.
"¡E1 magnetismo! ¿Sabes lo que es? No. Nadie lo sabe. Sin embargo se comprueba que existe. Está reconocido, los propios médicos lo practican; uno de los más ilustres, el señor Charcot, lo ejerce; por lo que no hay duda, existe.
"Un hombre, un ser tiene el poder, pavoroso e incomprensible, de dormir, con la fuerza de su voluntad, a otro ser; y, mientras está durmiendo, de robarle su pensamiento como se robaría una bolsa. ¡Le roba su pensamiento, es decir su alma, el alma, ese santuario, ese secreto del Yo! El alma, ese fondo del hombre que creíamos impenetrable; el alma, ese asilo de ideas inconfesadas, de todo lo que escondemos, de todo lo que amamos, de todo lo que queremos ocultar a todos los humanos, ¡la abre, la viola, la expone, la arroja al público! ¿No es atroz, criminal, infame?
" ¿Por qué, cómo se explica? ¿Lo sabemos? ¿Pero qué sabemos?
"Todo es misterio. Sólo nos comunicamos con las cosas a través de nuestros miserables sentidos, incompletos, lisiados, tan débiles que no tienen apenas el poder de constatar lo que nos rodea. Todo es misterio. Piensa en la música, ese arte divino, ese arte que conmueve el alma, la arrebata, la embriaga, la enloquece, pero ¿qué es? Nada.
"¿No me entiendes? Escucha. Dos cuerpos se chocan. El aire vibra. Esas vibraciones son más o menos numerosas, más o menos rápidas, más o menos fuertes, según la naturaleza del choque. Ahora bien, tenemos en el oído una pequeña piel que recibe esas vibraciones del aire y las transmite al cerebro en forma de sonido. Imagina que un vaso de agua se convierte en vino en tu boca. El tímpano realiza esa increíble metamorfosis, ese sorprendente milagro de cambiar el movimiento en sonido. Eso es.
"Por eso la música, ese arte complejo y misterioso, preciso como el álgebra y vago como un sueño, ese arte hecho de matemáticas y de brisa, no viene sino de la extraña propiedad de una pequeña piel. Si no existiera esa piel, el sonido tampoco existiría, ya que en sí mismo no es sino una vibración. ¿Adivinaríamos la música sin el oído? No. ¡Pues bien!, estamos rodeados por cosas que nunca sospecharemos, porque nos faltan los órganos que nos las podrían revelar.
"Quizás el magnetismo sea uno de ellos. No podemos sino presentir ese poder, sino intentar temblando esa vecindad de los espíritus, sino entrever ese nuevo secreto de la naturaleza, porque no tenemos en nosotros el instrumento revelador.
"En cuanto a mí... En cuanto a mí, estoy dotado de un poder horroroso. Es como si tuviera a otro ser encerrado dentro de mi, un ser que constantemente quiere escapar, actuar a pesar mío, que se agita, me roe, me agota. ¿Quién es? No lo sé, pero estamos dos en mi pobre cuerpo, y es él, el otro, quien a menudo es el más fuerte, como esta noche.
"No tengo más que mirar a la gente para dejarla embotada como si le hubiera dado opio. No tengo más que extender las manos para producir cosas.., cosas... terribles. Si supieras... Sí, si supieras... Mi poder no afecta sólo a los hombres, sino también a los animales e incluso.., a los objetos...
"Esto me tortura y me espanta. A menudo he sentido ganas de saltarme los ojos y cortarme las muñecas.
"Pero voy a... quiero que lo sepas todo. Toma. Voy a demostrártelo .. no con criaturas humanas, es lo que se suele hacer por todas partes, sino con.., con.., animales.
"Llama a Mirza.
Andaba con pasos grandes de alucinado, y sacó las manos que llevaba escondidas en el pecho. Me parecieron espantosas, como si hubiera desenvainado dos espadas.
Y le obedecí maquinalmente, subyugado, vibrando de terror y devorado por una especie de deseo impetuoso de ver. Abrí la puerta y silbé a mi perra que dormía en el vestíbulo. Inmediatamente oí el ruido precipitado de sus uñas sobre los peldaños de la escalera, y apareció alegre, moviendo la cola.
Luego, con una señal, la mandé tumbarse en un sillón; saltó encima de él, y Jacques se puso a acariciarla mientras la miraba.
Primero, pareció preocupada; se estremecía, volvía la cabeza para evitar la mirada fija del hombre, parecía ser presa de un temor creciente. De repente, empezó a temblar, como tiemblan los perros. Todo su cuerpo palpitaba, sacudido por largos escalofríos, y quiso escaparse. Pero él puso la mano sobre la cabeza del animal, que bajo ese contacto dio uno de esos largos aullidos que se oyen, por la noche, en el campo.
Yo mismo me sentía embotado, aturdido, como estamos cuando nos subimos a un barco. Veía inclinarse los muebles, moverse las paredes. Balbuceé:
"Basta, Jacques, basta." Pero ya no me escuchaba, miraba a Mirza continua y espantosamente. Ella ahora cerraba los ojos y dejaba caer su cabeza como hacemos al dormirnos. Él se volvió hacia mí.
—Ya está hecho —dijo—. Ahora, mira.
Y tirando su pañuelo al otro extremo de la habitación, gritó: —¡Tráelo!
Entonces el animal se levantó, y tambaleándose, tropezando como si fuera ciego, moviendo las patas como los paralíticos mueven sus piernas, se fue hacia el pañuelo que hacía una mancha blanca contra la pared. Intentó varias veces cogerlo con la boca, pero mordía al lado como si no lo viera. Finalmente lo cogió, y volvió con el mismo paso tambaleante de perro sonámbulo.
Era aterrador ver aquel espectáculo. Jacques ordenó: —Túmbate. —Mirza se tumbó. Entonces, tocándole la frente, dijo: —Una liebre, ¡cógela, cógela! —Y el animal, que seguía de costado, intentó correr, se agitó como lo hacen los perros que sueñan, y dio, sin abrir la boca, pequeños ladridos extraños, ladridos de ventrílocuo.
Jacques parecía haberse vuelto loco. El sudor le corría por la frente. Gritó: —Muérdele, muerde a tu amo. —Mirza tuvo dos o tres sobresaltos terribles. Parecía resistirse, luchar. Él repitió: —Muérdele. —Entonces, levantándose, mi perra vino hacia mí, y yo retrocedía hacia la pared, estremeciéndome de espanto, el pie levantado para golpearla, para repelerla.
Pero Jacques ordenó: —Aquí, ahora mismo. —Ella se volvió hacia él. Entonces, con sus dos grandes manos, se puso a frotarle la cabeza como si la estuviese liberando de lazos invisibles.
Mirza volvió a abrir los ojos: —Se acabó —dijo él.
No me atrevía a tocarla y empujé la puerta para que se fuera. Salió lentamente, temblando, agotada, y oí de nuevo sus uñas golpear contra los peldaños.
Pero Jacques volvió a acercarse a mí: —Eso no es todo. Lo que más me asusta es esto, mira. Los objetos me obedecen.
Sobre mi mesa había una especie de cuchillo-navaja que utilizaba para cortar los folios de los libros. Jacques extendió la mano hacia él. Su mano parecía trepar, se acercaba lentamente; y de pronto, vi, sí, vi cómo vibraba el mismísimo cuchillo, y se movió, se deslizó despacio, solo, sobre la madera hacia la mano parada que lo esperaba, y vino a colocarse bajo sus dedos.
Me eché a gritar de terror. Creí que yo mismo me volvía loco, pero el sonido agudo de su voz me tranquilizó de pronto.
Jacques prosiguió: —Todos los objetos vienen del mismo modo hacia mi. Por eso escondo mis manos. ¿Qué es esto? ¿Magnetismo, electricidad, imán? No lo sé, pero es horrible.
"¿Y entiendes por qué es horrible? Cuando estoy solo, en cuanto estoy solo, no puedo impedirme atraer todo lo que me rodea.
" Y me paso días enteros cambiando cosas de sitio, sin cansarme nunca de probar este abominable poder, como para ver si lo sigo teniendo. Había escondido sus grandes manos en los bolsillos y miraba en la noche. Un pequeño ruído, un ligero estremecimiento parecía pasar entre los árboles.
Era la lluvia que empezaba a caer.
Murmuré: — ¡Es espantoso!
Repitió: — Es horrible.
Un rumor acudió al follaje, como un golpe de viento. Era el chaparrón, el aguacero espeso, torrencial.
Jacques se puso a respirar con grandes bocanadas que le levantaron el pecho.
—Déjame —dijo—, la lluvia va a tranquilizarme. Ahora deseo estar solo. FIN