"Debe ser la época de celo de los gatos. Estoy cansado de esos malditos gritos", le dijo él a ella, o ella a él, o quienfuera a quienfuera, en multitud de hogares, en un radio de unos cuantos metros.
Mientras tanto, en la calle, una sombra (que aún olía a té caliente) se arrastraba sobre una mancha de sangre que crecía y crecía. Y los gatos, preguntándose qué demonios pasa.