¡SALVADA! Guy de Maupassant

La Marquesa de Reunedón entró como una exhalación y empezó a reír a carcajadas, con toda la fuerza de sus pulmones, con tantas ganas como se reía un mes antes, al anunciar a su amiga que acababa de engañar a su marido para vengarse, nada más que para vengarse, y por una sola vez, porque verdaderamente el Marqués, su esposo, era tan estúpido como celoso.
La Baronesa de la Grangerie dejó sobre el diván el libro que leía y miró a Julia con curiosidad, contagiada por la alegría de su amiga.
—¿Qué has hecho, vamos a ver, qué has hecho? —le preguntó.
—¡Oh!... querida mía... querida mía... es curioso, curiosísimo... Figúrate que ¡me he salvado!... ¡me he salvado!... ¡me he salvado!... ¡Sí; salvado!
—¿Pero de qué? ¿Cómo salvado?
—¡De mi marido, hija mía, de mi marido! ¡Ya estoy libre!...
—¿Libre?... ¿En qué?...
—¿En qué?... ¡Oh, el divorcio!... ¡Sí, ya tengo en mi mano el divorcio!
—¿Te has divorciado?
—No, mujer, no; ¡qué cosas tienes! ¡No se divorcia una en tres horas! ¡Pero tengo pruebas... pruebas de que me era infiel... un fragante delito...un fragante delito... ya lo he conseguido!...
—¡Ay, cuéntame, cuéntame! ¿De modo que te engañaba?
—Sí... es decir, no... sí y no... no lo sé. En fin, tengo pruebas, que es lo esencial.
—¿Pero qué ha sucedido?
—¿Qué ha sucedido? Pues ahora verás... Te aseguro que lo he hecho bien... ¡bien!... Desde hace tres meses mi marido estaba insoportable, odioso, brutal, grosero, déspota, innoble, en fin. Esto no puede seguir así, me decía a mí misma, el divorcio se impone, pero ¿cómo? La cosa no era fácil de obtener. He hecho todo lo posible para que me pegara: no lo he podido conseguir. Me contrariaba desde por la mañana hasta la noche, me obligaba a salir cuando yo no quería, a quedarme en casa cuando yo deseaba salir; me hacía la vida imposible durante todos los días de la semana, pero no me pegaba. Entonces traté de averiguar si tenía querida. Sí, en efecto, tenía una; pero tomaba todo género de precauciones para ir a su casa. Era punto menos que imposible sorprenderlos juntos. Entonces, ¿sabes lo que he hecho?
—¡Que sé yo!
—¡Claro, cómo lo has de saber! He rogado a mi hermano que me proporcionara un retrato de esa mujerzuela.
—¿De la querida de tu marido?
—Sí. Al día siguiente, y mediante quince luises, había conseguido el retrato y el original... Y es guapa ¡vaya! Y mi hermano Jacobo me ha dado interesantes detalles sobre su talle, el color de sus cabellos... sobre mil cosas...
—No comprendo el interés que tenías...
—Ahora verás. Cuando supe todo lo que quería saber, me fui... ¿cómo diré? a casa de... de un hombre de negocios... ya sabes... de esos hombres que se dedican a toda especie de negocios... agentes de... publicidad y de complicidad... de esos hombres... en fin, ya comprendes.
—¡Ya, ya! ¿Y qué le has dicho?
—Pues me fui a su casa y enseñándole la fotografía de Clarisa (así se llama) le dije:
—Caballero, necesito una criada que se parezca a este retrato. Es preciso que sea bonita, elegante, fina, limpia. La pagaré lo que quiera; no reparo en el precio. La tendré a mi servicio tres meses todo lo más.
El hombre aquel me preguntó, con un aire algo asombrado:
—¿Desea usted que esa persona sea irreprochable?
Yo me puse colorada y contesté:
—Sí; en cuanto a probidad.
El hombre continuó:
—¿Y en cuanto a... costumbres?...
Yo no me atreví a responder; sólo tuve valor para hacer un signo con la cabeza que quería decir: no. Pero de pronto comprendí que el agente tenia una horrible sospecha y exclamé precipitadamente, avergonzada por la malicia de aquel hombre:
—¡Oh, caballero... es para mi marido, que me es infiel, que me engaña fuera de mi casa... y yo quiero que me engañe en mi propio domicilio... para sorprenderlo. ¿Comprende usted?
El hombre de negocios se echó a reír y en la mirada que me dio comprendí que me había devuelto su estimación, hasta el punto de que estoy segura que, en aquel momento, sentía ganas de estrecharme la mano.
—Dentro de ocho días —me dijo— tendré lo que usted necesita; Si no reúne las condiciones deseadas se cambiará por otra. No respondo del éxito. Usted me pagará después de que el asunto esté del todo terminado. De modo que esta fotografía representa la querida de su señor esposo de usted?
—Sí, señor.
—Es guapa... delgada... bien; ¿y el perfume?
Yo no comprendí al principio su pregunta.
—¿Cómo el perfume?—dije.
Él continuó sonriendo.
—Sí, señora; el perfume es esencial para seducir a un hombre, porque le inspira inconscientes recuerdos que lo colocan en excelentes disposiciones. El perfume establece oscuras confusiones en su espíritu, lo turba y lo enerva, recordándole sus placeres. También nos convendría saber lo que su señor esposo de usted tiene costumbre de comer cuando está en compañía de esa señora. De esa manera podría usted servirle los mismos platos el día señalado para la sorpresa. ¡Oh, son nuestros, señora, son nuestros!
Me marché contentísima, encantada. Decididamente había tenido la suerte de encontrar en aquel agente un hombre inteligentísimo.
Tres días después vi llegar a mi casa una muchacha alta, morena, muy guapa, con un aire atrevido y modesto al mismo tiempo, un aire de taimada que daba gusto verla.
Estuvo correctísima conmigo y yo, no sabiendo a punto fijo quién pudiera ser aquella mujer, la saludé llamándola 'señorita'. Entonces ella me dijo:
—¡Oh! La señora me puede llamar Rosa, sencillamente.
Y comenzamos a hablar.
—Y bien, Rosa, usted sabe para qué viene usted a mi casa?
—Lo sospecho, señora.
—Muy bien... ¿Y eso... le... le disgusta... a usted?
—¡Oh! Señora, con éste será el octavo divorcio que habré facilitado; ya estoy acostumbrada.
—Entonces perfectamente. Le hace a usted falta mucho tiempo para conseguir... la cosa?
—¡Ah! Eso depende absolutamente del carácter del señor. Cuando lo haya visto a solas durante cinco minutos, podré responder exactamente a la señora.
—Va usted a verle en seguida, hija mía; pero le advierto a usted que es bastante feo.
—¡Bah! Eso no me importa, señora. Ya he separado a algunos que eran horrorosos. Pero... me permitiré preguntar a la señora si se ha informado del perfume...
—Si, querida Rosa: la verbena.
—Tanto mejor, señora; me gusta mucho ese olor. La señora puede decirme si la... amiga del señor gasta ropa interior de seda?
—No, hija mía; de batista con encajes.
—¡Oh! Entonces se trata de una persona distinguida. La seda va haciéndose cursi.
—¡Es verdad! Tiene usted razón, Rosa.
—Si la señora me lo permite voy a empezar mi servicio.
Y, en efecto, comenzó a ocuparse de los quehaceres de la casa, como si en su vida no hubiera hecho otra cosa.
Una hora después volvió mi marido. Rosa no levantó siquiera los ojos hacia él; pero... él sí los levantó hacia ella. Rosa olía a verbena a una legua de distancia.
Al cabo de cinco minutos Rosa salió.
Mi marido me preguntó en el acto:
—¿Quién es esa muchacha?
—Mi nueva doncella.
—¿Quién te la ha recomendado?
—La Baronesa de la Grangerie me la ha enviado con los mejores informes.
—¡Ah!; es bastante mona, ¿eh?
—¿Tú encuentras?...
—¡Psch... para una criada!
Aquella misma noche Rosa me dijo:
—Puedo asegurar a la señora que el asunto no durará más de quince días. ¡El señor es muy fácil!
—¡Ah! ¿Ha ensayado usted ya?
—No, señora; pero eso se nota a primera vista. He comprendido que tenía ganas de besarme al pasar a mi lado.
—¿No le ha dicho a usted nada?
—No, señora. Me ha preguntado solamente cuál era mi nombre... para oír de ese modo el timbre de mi voz.
—Muy bien, Rosa, muy bien; vaya usted tan rápido como pueda.
—Descuide la señora. No resistiré más que el tiempo necesario...
Al cabo de ocho días mi marido apenas salía de casa. Lo veía a todas horas por los pasillos; y lo que había de más significativa en su conducta era que no me impedía a mí salir.
Y, por mi parte, yo estaba fuera casi todo el día... para... para dejarle el campo libre.
Al noveno día, Rosa, al tiempo de hacer mi toilette para acostarme, me dijo con un aire tímido y candoroso:
—Ya está, señora; desde esta mañana...
Al principio me sentí sorprendida, hasta un poco emocionada, no de la noticia, si no más bien de la manera en que Rosa me la dijo; y balbuceé:
—¿Y... y ha sucedido sin dificultades?...
—Oh, sin ninguna, señora... Desde hace tres días el señor se mostraba más solícito y más apremiante conmigo; pero yo no he querido ir demasiado de prisa. La señora tendrá la bondad de prevenirme para cuándo desea el flagrante delito.
—Sí, hija mía. Vamos a señalar el jueves.
—Muy bien, el jueves. A fin de interesarle más no le concederé nada al señor hasta ese día.
—¿Está usted segura del éxito, Rosa?
—Oh, segurísima; sí, señora. Emplearé los grandes recursos para tenerle entretenido hasta el momento preciso que la señora tenga a bien designarme.
—Bueno; entonces, el jueves a... las cinco de la tarde. ¿Le parece a usted bien?
—Perfectamente... ¿Y en qué sitio?
—Pues... en mi cuarto.
—Sea. En el cuarto de la señora, el jueves, a las cinco en punto.
Ya comprenderás lo que hice después de esa conversación. Fui primero a buscar a mi padre y a mi madre, luego a mi tío Orvelin, el presidente, y después a M. Raplet, el juez amigo de mi marido.
No les advertí lo que iban a presenciar. Los hice entrar a todos, andando de puntillas hasta la puerta de mi cuarto. Allí esperé a que fueran las cinco; las cinco en punto... ¡Oh! ¡Cómo me latía el corazón! Hice que subiera también el portero para tener un testigo más... Por último, en el momento en que empezó a sonar la campana del reloj... ¡pam! Abrí la puerta de par en par... ¡Ah, hija mía, qué escena! Qué cara... Si hubieras visto su cara... ¡Porque el muy imbéci1 volvió la cara hacia nosotros!... ¡Yo me retorcía de risa!... Mi padre quería pegar a mi marido, mientras el portero lo ayudaba a vestirse... Allí delante de nosotros... ¡Delante de nosotros!. ¡Y le abrochaba los tirantes!... ¡Estaba graciosísimo! ¡En cuanto a Rosa, perfecta... perfectísima!... Y lloraba... lloraba muy bien. Te aseguro que es una joya... ¡Te la recomiendo si alguna vez te encuentras en mi caso!
Y aquí me tienes... que he venido a contarte inmediatamente el caso. ¡Ya soy libre! ¡Viva el divorcio!
Y empezó a bailar en medio del salón, mientras la Baronesa, pensativa y preocupada, murmuraba:
—¿Por qué no me has invitado a ver eso? FIN