ROMEO Y JULIETA, acto I, escena I

PERSONAJES
SCALA, príncipe de Verona.
PARIS, joven hidalgo deudo del príncipe.
MONTAGÜE, jefe de las dos casas rivales.
CAPULETO, jefe de las dos casas rivales.
UN ANCIANO, tío de Capuleto.
ROMEO, hijo de Montagüe.
MERCUCIO, pariente del príncipe y amigo de Romeo.
BENVOLIO, sobrino de Montagüe y amigo de Romeo.
TYBAL, sobrino de Lady Capuleto.
FRAY LORENZO, de la orden de San Francisco.
FRAY JUAN, perteneciente a la misma.
BALTASAR, criado de Romeo.
SANSÓN, criado de Capuleto.
GREGORIO, criado de Capuleto.
ABRAHAM, criado de Montagüe.
UN BOTICARIO.
TRES MÚSICOS.
EL CORO.
PAJE DE PARIS.
UN MUCHACHO.
PEDRO, servicial de la Nodriza de Julieta.
UN OFICIAL.
LADY MONTAGÜE, esposa de Montagüe.
LADY CAPULETO, consorte de Capuleto.
JULIETA, hija de Capuleto.
NODRIZA de Julieta.
CIUDADANOS DE VERONA.
VARIOS PARIENTES DE LAS DOS CASAS.
MÁSCARAS.
GUARDIAS.
PATRULLAS.
SIRVIENTES.


Prólogo

En la hermosa Verona, donde colocamos nuestra escena, dos
familias de igual nobleza, arrastradas por antiguos odios, se entregan a
nuevas turbulencias, en que la sangre patricia mancha las patricias
manos. De la raza fatal de estos dos enemigos vino al mundo, con hado
funesto, una pareja amante, cuya infeliz, lastimosa ruina llevara también
a la tumba las disensiones de sus parientes. El terrible episodio de su
fatídico amor, la persistencia del encono de sus allegados al que sólo
es capaz de poner término la extinción de su descendencia, va a ser
durante las siguientes dos horas el asunto de nuestra representación. Si
nos prestáis atento oído, lo que falte aquí tratará de suplirlo nuestro
esfuerzo.

Acto primero, Escena I
(Verona. Una plaza pública.)
(Entran SANSÓN y GREGORIO, armados de espadas y broqueles.)

SANSÓN
Bajo mi palabra, Gregorio, no sufriremos que nos carguen.

GREGORIO
No, porque entonces seríamos cargadores.

SANSÓN
Quiero decir que si nos molestan echaremos fuera la tizona.

GREGORIO
Sí, mientras viváis echad el pescuezo fuera de la collera.

SANSÓN
Yo soy ligero de manos cuando se me provoca.

GREGORIO
Pero no se te provoca fácilmente a sentar la mano.

SANSÓN
La vista de uno de esos perros de la casa de Montagüe me transporta.

GREGORIO
Trasportarse es huir, ser valiente es aguardar a pie firme: por eso
es que el trasportarte tú es ponerte en salvo.

SANSÓN
Un perro de la casa ésa me provocará a mantenerme en el puesto. Yo
siempre tomaré la acera a todo individuo de ella, sea hombre o mujer.

GREGORIO
Eso prueba que eres un débil tuno, pues a la acera se arriman los
débiles.

SANSÓN
Verdad; y por eso, siendo las mujeres las más febles vasijas, se
las pega siempre a la acera. Así, pues, cuando en la acera me tropiece
con algún Montagüe, le echo fuera, y si es mujer, la pego en ella.

GREGORIO
La contienda es entre nuestros amos, entre nosotros sus servidores.

SANSÓN
Es igual, quiero mostrarme tirano. Cuando me haya batido con los
criados, seré cruel con las doncellas. Les quitaré la vida.

GREGORIO
¿La vida de las doncellas?

SANSÓN
Sí, la vida de las doncellas, o su... Tómalo en el sentido que quieras.

GREGORIO
En conciencia lo tomarán las que sientan el daño.

SANSÓN
Se lo haré sentir mientras tenga aliento y sabido es que soy hombre
de gran nervio.

GREGORIO
Fortuna es que no seas pez; si lo fueras, serías un pobre arenque.
Echa fuera el estoque; allí vienen dos de los Montagües.
(Entran ABRAHAM y BALTASAR.)

SANSÓN
Desnuda tengo la espada. Busca querella, detrás de ti iré yo.

GREGORIO
¡Cómo! ¿irte detrás y huir?]

SANSÓN
No temas nada de mí.

GREGORIO
¡Temerte yo! No, por cierto.

SANSÓN
Pongamos la razón de nuestro lado; dejémosles comenzar.

GREGORIO
Al pasar por su lado frunciré el ceño y que lo tomen como quieran.

SANSÓN
Di más bien como se atrevan. Voy a morderme el dedo pulgar al
enfrentarme con ellos y un baldón les será si lo soportan.

ABRAHAM
¡Eh! ¿Os mordéis el pulgar para afrentarnos?

SANSÓN
Me muerdo el pulgar, señor.

ABRAHAM
¿Os lo mordéis, señor, para causarnos afrenta?

SANSÓN (aparte a GREGORIO.)
¿Estará la justicia de nuestra parte si respondo sí?

GREGORIO
No.

SANSÓN
No, señor, no me muerdo el pulgar para afrentaros; me lo muerdo, sí.

GREGORIO
¿Buscáis querella, señor?

ABRAHAM
¿Querella decís? No, señor.

SANSÓN
Pues si la buscáis, igual os soy: Sirvo a tan buen amo como vos.

ABRAHAM
No, mejor.

SANSÓN
En buen hora, señor.]
(Aparece a lo lejos BENVOLIO.)

GREGORIO (aparte a SANSÓN.)
Di mejor. Ahí viene uno de los parientes de mi amo.

SANSÓN
Sí, mejor.

ABRAHAM
Mentís.

SANSÓN
Desenvainad, si sois hombres. -Gregorio, no olvides tu estocada
maestra.
(Pelean.)

BENVOLIO (abatiendo sus aceros.)
¡Tened, insensatos! Envainad las espadas; no sabéis lo que hacéis.
(Entra TYBAL.)

TYBAL
¡Cómo! ¿Espada en mano entre esos gallinas? Vuélvete, Benvolio,
mira por tu vida.

BENVOLIO
Lo que hago es apaciguar; torna tu espada a la vaina, o sírvete de ella
para ayudarme a separar a esta gente.

TYBAL
¡Qué! ¡Desnudo el acero y hablas de paz! Odio esa palabra como
odio al infierno, a todos los Montagües y a ti? Defiéndete, cobarde!
(Se baten.)
(Entran partidarios de las dos casas, que toman parte en la contienda;
enseguida algunos ciudadanos armados de garrotes.)

PRIMER CIUDADANO
¡Garrotes, picas, partesanas! ¡Arrimad, derribadlos! ¡A tierra con
los Capuletos! ¡A tierra con los Montagües!
(Entran, CAPULETO en traje de casa, y su esposa.)

CAPULETO
¡Qué ruido es éste! ¡Hola! Dadme mi espada de combate.

LADY CAPULETO
¡Un palo, un palo! ¿Por qué pedís una espada?

CAPULETO
¡Mi espada digo! Ahí llega el viejo Montagüe que esgrime la
suya desafiándome.
(Entran el vicio MONTAGÜE y LADY MONTAGÜE.)

MONTAGÜE
¡Tú, miserable Capuleto! -No me contengáis, dejadme en libertad.

LADY MONTAGÜE
No darás un solo paso para buscar un contrario.
(Entran el PRÍNCIPE y sus acompañantes.)

PRÍNCIPE
Súbditos rebeldes, enemigos de la paz, profanadores de ese acero
que mancháis de sangre conciudadana -¿No quieren oír? ¡Eh, basta!
hombres, bestias feroces que saciáis la sed de vuestra perniciosa rabia
en rojos manantiales que brotan de vuestras venas, bajo pena de tortura,
arrojad de las ensangrentadas manos esas inadecuadas armas y
escuchad la sentencia de vuestro irritado Príncipe.
Tres discordias civiles, nacidas de una vana palabra, han, por tu
causa, viejo Capuleto, por la tuya, Montagüe, turbado por tres veces el
reposo de la ciudad [y hecho que los antiguos habitantes de Verona,
despojándose de sus graves vestiduras, empuñen en sus vetustas manos
las viejas partesanas enmohecidas por la paz, para reprimir vuestro
inveterado rencor. Si volvéis en lo sucesivo a perturbar el reposo de
la población, vuestras cabezas serán responsables de la violada
tranquilidad. Por esta vez que esos otros se retiren. Vos, Capuleto,
seguidme; vos, Montagüe, id esta tarde a la antigua residencia de
Villafranca, ordinario asiento de nuestro Tribunal, para conocer
nuestra ulterior decisión sobre el caso actual. Lo digo de nuevo, bajo
pena de muerte, que todos se retiren.
(Vanse todos menos MONTAGÜE, LADY MONTAGÜE y BENVOLIO)

MONTAGÜE
¿Quién ha vuelto a despertar esta antigua querella? Habla, sobrino,
¿estabas presente cuando comenzó?

BENVOLIO
Los satélites de Capuleto y los vuestros estaban aquí batiéndose
encarnizadamente antes de mi llegada: yo desenvainé para apartarlos:
en tal momento se presenta el violento Tybal, espada en mano, lanzando
a mi oído provocaciones al propio tiempo que blandía sobre su cabeza
la espada, hendiendo el aire, que sin recibir el menor daño, lo befaba
silbando. Mientras nos devolvíamos golpes y estocadas, iban
llegando y entraban en contienda partidarios de uno y otro bando, hasta
que vino el Príncipe y los separó.

LADY MONTAGÜE
¡Oh! ¿dónde está Romeo? -¿Le habéis visto hoy? Muy satisfecha
estoy de que no se haya encontrado en esta refriega.

BENVOLIO
Señora, una hora antes que el bendecido sol comenzara a entrever
las doradas puertas del Oriente, la inquietud de mi alma me llevó a
discurrir por las cercanías, en las que, bajo la arboleda de sicomoros
que se extiende al Oeste de la ciudad, apercibí, ya paseándose, a vuestro
hijo. Dirigime hacia él; pero descubriome y se deslizó en la espesura del
bosque: yo, juzgando de sus sentimientos por los míos, que nunca me
absorben más que cuando más solo me hallo, di rienda a mi
inclinación no contrariando la suya,y evité gustoso al que gustoso me
evitaba a mí.

MONTAGÜE
Muchas albas se le ha visto en ese lugar aumentando con sus
lágrimas el matinal rocío y haciendo las sombras más sombrías con sus
ayes profundos. Mas, tan pronto como el sol, que todo lo alegra,
comienza a descorrer, a la extremidad del Oriente, las densas cortinas
del lecho de la Aurora, huyendo de sus rayos, mi triste hijo entra
furtivamente en la casa, se aísla y enjaula en su aposento, cierra las
ventanas, intercepta todo acceso al grato resplandor del día y se forma
él propio una noche artificial. Esta disposición de ánimo le sera
luctuosa y fatal si un buen consejo no hace, cesar la causa.

BENVOLIO
Mi noble tío, ¿conocéis vos esa causa?

MONTAGÜE
Ni la conozco ni he alcanzado que me la diga.

BENVOLIO
¿Habéis insistido de algún modo con él?

MONTAGÜE
Personalmente y por otros muchos amigos; pero él, solo confidente
de sus pasiones, en su contra -no diré cuán veraz-es tan reservado, tan
recogido en sí mismo, tan insondable y difícil de escudriñar como el
capullo roído por un destructor gusano antes de poder desplegar al aire
sus tiernos pétalos y ofrecer sus encantos al sol. Si nos fuera
posible penetrar la causa de su melancolía, lo mismo que por conocerla
nos afanaríamos por remediarla.
(Aparece ROMEO, a cierta distancia.)

BENVOLIO
Mirad, allí viene: tened a bien alejaros. Conoceré su pesar o a mucho
desaire me expondré.

MONTAGÜE
Ojalá que tu permanencia aquí te proporcione la gran dicha de oírle
una confesión sincera. -Vamos, señora, retirémonos.
(MONTAGÜE y su esposa se retiran.)

BENVOLIO
Buenos días, primo.

ROMEO
¿Tan poco adelantado está el día?

BENVOLIO
Acaban de dar las nueve.

ROMEO
¡Infeliz de mí! Largas parecen las horas tristes. ¿No era mi padre el
que tan deprisa se alejó de aquí?

BENVOLIO
Sí. -¿Qué pesar es el que alarga las horas de Romeo?

ROMEO
El de carecer de aquello cuya posesión las abreviaría.

BENVOLIO
¿Carencia de amor?

ROMEO
Sobra.

BENVOLIO
¿De amor?

ROMEO
De desdenes de la que amo.

BENVOLIO
¡Ay! ¡Que el amor, al parecer tan dulce, sea en la prueba tan tirano y
tan cruel!

ROMEO
¡Ay! ¡que el amor, cuyos ojos están siempre vendados, halle sin ver
la dirección de su blanco!. ¿Dónde comeremos? ¡Oh, Dios! ¿qué
refriega era ésta? Mas no me lo digáis, pues todo lo he oído. Mucho hay
que luchar aquí con el odio, pero más con el amor. ¡Sí, amante odio!
¡Amor quimerista! ¡Todo, emanación de una nada preexistente!
¡futileza importante! ¡grave fruslería! ¡informe caos de ilusiones
resplandecientes!. ¡leve abrumamiento, diáfana intransparencia, fría
lava, extenuante sanidad! ¡sueño siempre guardián, asunto en la
esencia! -Tal cual eres yo te siento; yo, que en cuanto siento no hallo
amor! ¿No te ríes?

BENVOLIO
No, primo, lloro mas bien.

ROMEO
¿Por qué, buen corazón?

BENVOLIO
De ver la pena que oprime tu alma.

ROMEO
¡Bah! El yerro de amor trae eso consigo. Mis propios dolores ya
eran carga excesiva en mi pecho; para oprimirlo más, quieres
aumentar mis pesares con los tuyos. La afección que me has
mostrado añade nueva pena al exceso de mis penas. El amor es un
humo formado por el vapor de los suspiros; alentado, un fuego
que brilla en los ojos de los amantes; comprimido, un mar que
alimentan sus lágrimas. ¿Qué más es? Una locura razonable al extremo,
una hiel que sofoca, una dulzura que conserva. Adiós, primo.

BENVOLIO
Aguardad, quiero acompañaros; me ofendéis si me dejáis así.

ROMEO
¡Bah!Yo no doy razón de mí propio, no estoy aquí; éste no es
Romeo; él está en otra parte.

BENVOLIO
Decidme seriamente, ¿quién es la persona a quien amáis?

ROMEO
¡Qué! ¿habré de llorar para decírtelo?

BENVOLIO
¿Llorar? ¡Oh! no; pero decidme en seriedad quién es.

ROMEO
Pide a un enfermo que haga gravemente su testamento. -¡Ah!
¡Tan cruel decir a uno que se halla en tan cruel estado! Seriamente,
primo, amo a una mujer.

BENVOLIO
Di exactamente en el punto cuando supuse que amabais.

ROMEO
¡Excelente tirador! -Y la que amo es hermosa.

BENVOLIO
A un hermoso, excelente blanco, bello primo, se alcanza más
fácilmente.

ROMEO
Bien, en este logro te equivocas: ella está fuera del alcance de
las flechas de Cupido, tiene el espíritu de Diana y bien armada de una
castidad a toda prueba, vive sin lesión del feble, infantil arco del
amor. La que adoro no se deja importunar con amorosas propuestas, [no
consiente el encuentro de provocantes miradas] ni abre su regazo al oro,
seductor de los santos. ¡Oh! Ella es rica en belleza, pobre únicamente
porque al morir mueren con ella sus encantos.

BENVOLIO
¿Ha jurado, pues, permanecer virgen?

ROMEO
Lo ha jurado y con esa reserva ocasiona un daño inmenso; pues,
con sus rigores, matando dé inanición la belleza, priva de ésta a toda la
posteridad. Bella y discreta a lo sumo, es a lo sumo discretamente bella
para merecer el cielo, haciendo mi desesperación. Ha jurado no
amar nunca y este juramento da la muerte, manteniendo la vida, al
mortal que te habla ahora.

BENVOLIO
Sigue mi consejo, deséchala de tu pensamiento.

ROMEO
¡Oh! Dime de qué modo puedo cesar de pensar.

BENVOLIO
Devolviendo la libertad a tus ojos, deteniéndolos en otras beldades.

ROMEO
Ése sería el medio de que encomiara más sus gracias exquisitas.
Esas dichosas máscaras que acarician las frentes de las bellas,
aunque negras, nos traen a la mente la blancura que ocultan. El que de
golpe ha cegado, no puede olvidar el inestimable tesoro de su ver
perdido. Pon ante mí una mujer encantadora al extremo, ¿qué será su
belleza sino una página en que podré leer el nombre de otra beldad
más encantadora aún? Adiós, tú no puedes enseñarme a olvidar.

BENVOLIO
Yo adquiriré esa ciencia o moriré sin un ochavo.
(Vanse.)