ROMEO Y JULIETA, acto IV, escena I, seguir

Acto IV Escena I
(La celda de Fray Lorenzo.)
(Entran FRAY LORENZO y PARIS.)

FRAY LORENZO
¿El jueves, señor? El plazo es bien corto.

PARIS
Mi padre Capuleto lo quiere así y nada tengo de calmudo para
entibiar su premura.

FRAY LORENZO
Decís que no conocéis los sentimientos de la joven: torcido es el
modo de obrar, no me agrada.

PARIS
Julieta llora sin medida la muerte de Tybal y, por lo tanto, apenas la
he hablado de amor; pues en casa de lágrimas no se sonríe Venus.
Ahora bien, señor, su padre estima peligroso el que ella dé tal latitud a
su pesar y, en su cordura, activa nuestro consorcio, para contener ese
diluvio de llanto que, harto amado por Julieta en sil aislamiento,
puede alejar de su mente la compañía. Ésta, ya lo sabéis, es la
causa de su presteza.

FRAY LORENZO (aparte.)
Quisiera ignorar el motivo que debiera entibiarla. -Ved, señor, ahí
viene Julieta hacia mi celda.
(Entra JULIETA.)

PARIS
¡Dichoso encuentro, señora y esposa mía!

JULIETA
Tal saludo cabrá, señor, cuando quepa llamarme esposa.

PARIS
Puede, debe caber, amor mío, el jueves próximo.

JULIETA
Será lo que debe ser.

FRAY LORENZO
Sentencia positiva es ésa.

PARIS
¿Venís a confesaros con Fray Lorenzo?

JULIETA
Responder a esto sería confesarme con vos.

PARIS
No le ocultéis que me amáis.

JULIETA
Os haré la confesión de que le amo.

PARIS
Igualmente, estoy. seguro, le confesaréis que me amáis.

JULIETA
Si tal hago, más precio tendrá la declaratoria hecha en vuestra
ausencia que delante de vos.

PARIS
¡Infeliz criatura! Tu rostro se halla bien alterado por las lágrimas.

JULIETA
El lloro ha conseguido sobre él victoria débil; pues bien poco valía
antes de sus injurias.

PARIS
Mas que las lágrimas le ofendes tú con semejante respuesta.

JULIETA
Lo que no es una calumnia, señor, es una verdad, y lo que he
dicho, dicho lo tengo a mi faz.

PARIS
Tu faz es mía y la has calumniado.

JULIETA
Quizás sea así, pues no me pertenece. -Santo padre, ¿os halláis
desocupado al presente, o tendré que venir a veros a la hora de
vísperas?

FRAY LORENZO
El tiempo es mío al presente, mi grave hija. -Señor, debemos
pediros que nos dejéis solos.

PARIS
¡Dios me preserve de turbar la devoción! -Julieta, el jueves,
temprano, iré a despertaros. Adiós hasta entonces, y recibid este santo
beso.
(Vase.)

JULIETA
¡Oh! Cierra la puerta y, hecho esto, ven a llorar conmigo:
¡acabó la esperanza, el consuelo, la protección!

FRAY LORENZO
¡Ah, Julieta! Ya conozco tu pesar; [él me lleva a un extremo que me
saca de juicio.] Sé que debes, sin que nada pueda retardarlo, desposarte
con ese conde el jueves próximo.

JULIETA
Padre, no me digas que sabes del caso sin manifestarme cómo puedo
impedirlo. [Si en tu sabiduría, no cabe prestarme ayuda, declara
solamente que apruebas mi resolución, y con este puñal voy a
remediarlo al instante. Dios ha unido mi corazón al de Romeo, tú
nuestras manos, y antes que esta mano, enlazada por ti a la de Romeo,
sirva de sello a otro pacto, antes que mi corazón fiel, con desleal
traición, se dé a otro, esto acabará con ambos.] Alcanza [pues de tu
vieja, dilatada experiencia] algún consejo que darme al presente, o,
mira: este sangriento puñal se enderezará decisorio entre mi vejación
y yo, resolviendo como árbitro lo que la autoridad de tus
años y tu ciencia no atraiga a la senda del verdadero honor. No así
dilates el responder; la muerte se me dilata si tu respuesta no habla
de salvación.

FRAY LORENZO
Detente, hija; entreveo cierta clase de esperanza que requiere una
resolución tan desesperada como desesperado es el mal que
deseamos huir. Si tienes la energía de querer matarte antes que
ser la esposa del conde Paris, no es, pues, dudoso que osarás intentar el
remedo de la muerte para rechazar el ultraje a que haces cara con la
muerte misma, en tu afán de evitarlo. Y pues tienes ese valor, voy a
ofrecerte recurso.

JULIETA
¡Oh! Antes que casarme con Paris, manda que me precipite desde las
almenas de esa torre, que discurra por las sendas de los bandidos,
que vele donde se abrigan serpientes; encadéname con osos feroces
o encuádrame por la noche en un osario repleto de
rechinantes esqueletos humanos, de fétidos trozos de amarillas y
descarnadas calaveras; mándame entrar en una fosa recién cavada y
envuélveme con un cadáver en su propia mortaja, ordéname
cosas que me hayan hecho temblar al escucharlas, y las llevaré a
cabo sin temor ni hesitación para permanecer, la inmaculada esposa de
mi dulce bien.

FRAY LORENZO
Oye, pues: vuelve a casa, [muéstrate alegre, presta anuncia al enlace
con Paris. Mañana es miércoles; mañana por la noche haz por dormir
sola,] no dejes que la nodriza te haga compañía en tu aposento. Así que
estés en el lecho, toma este frasquito y traga el destilado licor que
guarda. Incontinenti correrá por tus venas todas un frío y letárgico
humor, que dominará los espíritus vitales; ninguna arteria conservará su
natural movimiento; por el contrario, cesarán de latir; ni calor, ni
aliento alguno testificarán tu existencia; [el carmín de tus labios y
mejillas bajará hasta cenicienta palidez; caerán las cortinas de tus
ojos como al tiempo de cerrarse por la muerte el día de la vida. Cada
miembro, de ágil potencia despojado, yerto, inflexible, frío, será
una imagen del reposo eterno.] En este fiel trasunto de la pasmosa
muerte permanecerás cuarenta y dos horas completas y, al
vencerse, te despertarás como de un sueño agradable. Así, cuando por la
mañana venga el novio para hacerte levantar del lecho, yacerás muerta
en éste. Según el uso de nuestro país, ornada entonces de tus mejores
galas, descubierta en el féretro, serás llevada al antiguo panteón
donde reposa toda la familia de los Capuletos. Mientras esto
sucede, antes que vuelvas en ti, instruido Romeo por mis cartas de lo
que intentamos, vendrá aquí: él y yo velaremos tu despertar y la
propia noche te llevará tu esposo a Mantua. Este expediente te salvará
de la afrenta que te amenaza si un fútil capricho, un terror
femenino, no viene en la ejecución a abatir tu valor.

JULIETA

Dame, ¡oh, dame!, no hables de temor(998).
FRAY LORENZO
Toma, adiós. Sé fuerte y dichosa en la empresa. Enviaré sin dilación
a Mantua un religioso que lleve mi mensaje a tu dueño(999).
JULIETA
¡Amor! ¡Dame fuerza! La fuerza me salvará. ¡Adiós, mi querido
padre!

Escena II

(1000)

(Un aposento en la casa de Capuleto.)(1001)

(Entran CAPULETO, la señora CAPULETO, la NODRIZA y

CRIADOS.)(1002)

CAPULETO

Invita a las personas cuyos nombres están inscritos aquí.

(Vase el PRIMER CRIADO.)(1003)

Maula, ve a alquilarme veinte cocineros(1004) hábiles.
SEGUNDO CRIADO



Ni uno malo tendréis, señor, pues veré si pueden lamerse los dedos.
CAPULETO
¿Cómo probarlos de este modo?
SEGUNDO CRIADO
Vaya, señor, es un mal cocinero el que no puede lamerse los dedos;
por consecuencia, el que no consiga hacer tal cosa, no viene conmigo

(1005)

.
CAPULETO
Ea, vete.


(Vase el SEGUNDO CRIADO.)(1006)
[Bien mal preparados estaremos esta vez.-] ¡Eh! ¿Ha ido mi hija a
ver al Padre Lorenzo?(1007)
NODRIZA
Sí, por cierto.
CAPULETO
Bueno, quizá pueda él hacer algo en bien suyo. Es una impertinente,
una terca bribona.

(Entra JULIETA.)(1008)
NODRIZA

Ved, ahí llega de la confesión(1009), con semblante alegre(1010).
CAPULETO
¿Qué hay, señorita obstinada? ¿Dónde se ha estado correteando?


(1011) (1012)

JULIETA


Donde he aprendido a arrepentirme del pecado de terca

desobediencia a mi padre y a sus mandatos. El santo Lorenzo me ha
impuesto el caer aquí de rodillas e implorar(1013) vuestro perdón(1014).
-¡Perdón, concedédmelo! En lo adelante me guiaré constantemente por
vos.

CAPULETO
Que se vaya por el conde, id e instruidle de lo que pasa. Quiero que
este vínculo quede estrechado mañana temprano.
JULIETA
He encontrado al joven conde en la celda de Fray Lorenzo y le he
acordado cuanto pudiera un decoroso afecto(1015) sin traspasar los
límites de la modestia.
CAPULETO
Vaya, eso me alegra, eso está bien. Levantaos; la cosa está en regla. Tengo
que ver al conde; sí, pardiez; id, os digo, y traedle aquí. Ciertamente,
Dios antepuesto, toda nuestra ciudad debe grandes
obligaciones a este santo y reverendo padre.
JULIETA
Nodriza, ¿queréis seguirme a mi gabinete y ayudarme a escoger el
traje de etiqueta que juzguéis a propósito para vestirme mañana?
LADY CAPULETO
No, no, hasta el jueves; hay tiempo bastante.
CAPULETO
Id, nodriza, id con ella. (A Lady Capuleto.) Nosotros, a la iglesia
mañana.
LADY CAPULETO

Nuestra provisión será incompleta: ya es casi de noche(1016).
CAPULETO



¡Calla, mujer! Yo andaré vivo y todo irá bien, te lo garantizo. Ve tú
al lado de Julieta, ayúdala a ataviarse; yo no me acostaré esta noche. -

Dejadme solo; haré de ama por esta vez(1017). -¡Qué! ¡Hola! -Todos
han salido. Bien, yo propio iré a ver al conde Paris, a fin de que esté
listo para mañana. Mi corazón se halla dilatado en extremo desde que
esa trastrocada criatura de tal modo ha vuelto en sí.

(Vanse.)

Escena III

(1018)

(Habitación de Julieta.)(1019)

(Entran JULIETA y la NODRIZA.)(1020)
JULIETA
Sí, este traje es el mejor. -Mas... te lo ruego, buena nodriza, déjame


sola esta noche; pues necesito orar mucho(1021) para conseguir que el
cielo mire propicio mi situación, que, bien sabes tú, es viciada y
pecaminosa.
(Entra LADY CAPULETO.)
LADY CAPULETO
¡Qué! ¿Estáis afanada? ¿Necesitáis mi ayuda?
JULIETA
No, señora, tenemos elegidas todas las galas que exige mañana mi
posición. Si lo tenéis a bien, consentid que permanezca sola y que la
nodriza vele con vos esta noche; pues, estoy segura, tenéis toda vuestra
gente ocupada en este tan atropellado preparativo.
LADY CAPULETO
Buenas noches. Vete al lecho y reposa, porque lo necesitas.


(Vanse LADY CAPULETO y la NODRIZA.)

JULIETA(1022)

Id en paz. Dios sabe cuándo nos volveremos a ver!(1023) [Siento
correr por mis venas un frío, extenuante temblor, que casi hiela el fuego

vital(1024) (1025). Voy a hacerlas volver, para que me den fuerza. ¡
Nodriza! -¿Qué habría de hacer aquí? Preciso es que yo sola ejecute mi

horrible escena. -Ven, pomo(1026).-] ¿Y si este brebaje ningún efecto

obra?(1027) ¿Tendré a la fuerza que casarme con el conde?(1028) No,
no; -esto lo impedirá. -Reposa ahí, tú. -(Escondiendo un puñal en su

lecho.)(1029) (1030) Mas, ¿si fuera un veneno que me hubiese sutilmente
preparado el monje para causarme la muerte, a fin de no verse
deshonrado por este matrimonio, él, que primero me desposó con
Romeo? Lo tomo, aunque, bien mirado, no puede ser; pues siempre ha
sido tenido por un hombre santo. No quiero alimentar tan mal

pensamiento(1031) (1032). -¿Y si, ya depuesta en la tumba, salgo del
sueño antes que, venga a libertarme Romeo? ¡Terrífico lance éste! ¿No
sería, en tal caso, sufocada en esa bóveda, cuya boca inmunda jamás
inspira un aire puro, muriendo en ella ahogada antes que llegara mi
esposo? Y, suponiendo que viva, ¿no es bien fácil que la horrible
imagen de la muerte y de la noche, juntamente con el pavor del lugar, en
un semejante subterráneo, una antigua catacumba, donde, después de
tantos siglos, yacen hacinadas las osamentas de todos mis enterrados

ascendientes, donde Tybal, ensangrentado, aun recién sepulto(1033), se
pudre en su mortaja; donde, según se dice, a ciertas horas de la noche se
juntan los espíritus... -¡Ay! ¡Ay! ¿No es probable que yo, tan temprano

vuelta en mí -en medio de esos vapores infectos, de esos estallidos(1034)
que imitan los de la mandrágora que se arranca de la tierra y privan de

razón a los mortales que los oyen.-¡Oh!(1035) Si despierto, ¿no me

volveré furiosa(1036), rodeada de todos esos horribles espantos? ¿No
puedo, loca, jugar con los restos de mis antepasados, arrancar de su
paño mortuorio al mutilado Tybal y, en semejante frenesí, con el hueso
de algún ilustre pariente, destrozar, cual si fuera con una porra, mi
perturbado cerebro? ¡Oh! ¡Mirad! Paréceme ver la sombra de mi primo
persiguiendo a Romeo, que le ha cruzado por el pecho la punta de una


(1037) espada. -Detente, Tybal, detente. -Voy, Romeo(1038); bebo esto
por ti(1039)

.

(Apura el frasco y se arroja en a lecho.)(1040)

Escena IV

(1041)

(Salón en la casa de Capuleto.)(1042)
(Entran LADY CAPULETO y la NODRIZA.)
LADY CAPULETO


Eh, nodriza, tomad las llaves e id a buscar más especias.
NODRIZA


En la repostería(1043) piden más dátiles y membrillos(1044).

(Entra CAPULETO.)(1045)
CAPULETO
¡Vamos, levantaos, en pie, en pie! El gallo ha cantado por segunda


vez; ha sonado el toque matutino(1046), son las tres. Cuidad de la
pastelería, buena Angélica(1047), [que no se repare en gastos.]

NODRIZA(1048)

Andad, andad(1049), maricón(1050), andad con Dios; idos a la cama;
de seguro estaréis enfermo mañana(1051), por haber velado esta noche.
CAPULETO

¡Bah!(1052) No, ni sombra de eso. Otras noches he pasado en vela


por causas menores y nunca me sentí indispuesto.
LADY CAPULETO

Cierto, habéis sido una comadreja(1053) en vuestra juventud, [mas yo
velaré al presente que no veléis de ese modo.]

(Vanse LADY CAPULETO y la NODRIZA.)(1054)
CAPULETO

¡Genio celoso, genio celoso!(1055)

(Entran CRIADOS con azadones, leños y cestos.)(1056)
Y bien, muchacho, ¿qué traéis ahí?
PRIMER CRIADO
Útiles para el cocinero, señor; mas no sé qué.
CAPULETO
Date prisa, date prisa.
(Vase el PRIMER CRIADO.)
Truhán, trae troncos más secos; llama a Pedro, él te enseñará dónde
hay.
SEGUNDO CRIADO
Señor, tengo una cabeza que los hallará: [nunca molestaré a Pedro
por semejante cosa.]

(Vase.)(1057)
CAPULETO

¡Cuerpo de Cristo! Bien dicho. He ahí un tuno(1058) divertido. ¡Ja!

Tú serás cabeza de tronco. -(1059)Por mi vida(1060), es de día. El conde
no tardará en presentarse aquí con la música; pues así lo prometió.


(Música en el interior.)(1061) Siento que se aproxima. -¡Nodriza! ¡
Esposa!-¡Vamos, ea! -¡Nodriza! Ea, digo.

(Vuelve la NODRIZA.)(1062)

Id, id a despertar a Julieta y aderezadla; yo voy a hablar con Paris. ¡
Vamos, daos prisa, daos prisa! El novio ha llegado ya. Apresuraos os
digo(1063) (1064)

.

(Se van.)

Escena V

(1065)

(Alcoba de Julieta. Ésta en su lecho.)(1066)

(Entra la NODRIZA.)(1067)

NODRIZA

¡Señora! ¡Eh, señora! ¡Julieta! -Duerme profundamente, estoy
segura. -¡Eh! paloma mía; ¡Eh, mi niña! -¡Vergüenza! ¡La dormilona! ¡
Eh! amor mío, soy yo. ¡Mi dueña! ¡Dulce corazón! ¡Eh, señora novia!

¡Qué! ¿Ni una palabra? Tomáis vuestra parte adelantada(1068), dormís
una semana, porque el conde Paris, me consta lo que digo, está

descansado(1069) en que bien poco descansaréis la noche próxima.


¡Dios me perdone! Sí, alabado sea(1070). ¡Cuán profundo es su sueño!

Es absolutamente preciso que la despierte(1071). -¡Señora, señora,

señora!(1072) Sí, dejad que el conde os sorprenda en el lecho: él os
avivará de seguro. -¿Me equivoco? ¡Qué es esto! ¡Vestida! ¡Con la ropa
toda! ¡Y caer de nuevo! Tengo que despertaros sin falta. ¡Señora,

señora, señora!(1073) -¡Ay!, ¡ay! ¡Socorro!, ¡socorro! ¡Mi señora está
muerta! ¡Oh! ¡Siempre infausto día aquél en que nací! -¡Hola! Un poco
de espíritu. -¡Señor amo! ¡Señora condesa!


(Entra LADY CAPULETO.)
LADY CAPULETO
¿Qué ruido es éste?
NODRIZA
¡Oh! ¡Desdichado día!
LADY CAPULETO
¿Qué ocurre?
NODRIZA


¡Mirad, mirad!(1074) ¡Oh! ¡día angustioso!
LADY CAPULETO
¡Ay de mí, ay de mí! ¡Hija mía! ¡Mi única vida! Despierta, abre los
ojos, o moriré contigo. -¡Socorro!, ¡socorro! -¡Pide socorro!
(Entra CAPULETO.)
CAPULETO
Por decoro, haced salir a Julieta; el conde ha llegado.
NODRIZA
¡Está muerta! Ha finado; ¡Está muerta! ¡Aciago día!
LADY CAPULETO

¡Día aciago! ¡Está muerta, muerta, muerta!(1075) (1076)
CAPULETO
¡Oh! Dejadme verla. -Se acabó, ¡ay de mí! Está fría, su sangre no
corre, sus miembros están rígidos: ha tiempo que la vida se ha apartado
de estos labios. La muerte pesa sobre ella, cual una intempestiva helada
sobre la más dulce flor de la pradera(1077) (1078). ¡Maldito tiempo!


(1079) ¡Desdichado anciano!(1080) (1081)
NODRIZA
¡Lamentable día!
LADY CAPULETO
¡Funesto instante!
CAPULETO
La muerte que de aquí me la lleva para hacerme gemir, encadena mi
lengua, embarga mi voz(1082).
(Entran FRAY LORENZO y PARIS, con los MÚSICOS.)

FRAY LORENZO(1083)
Ea, ¿se halla lista la novia para ir a la iglesia?
CAPULETO


Dispuesta para ir, mas para no volver nunca. ¡Oh, hijo mío!(1084) La
noche, víspera de tus desposorios, la ha pasado la muerte con tu
prometida(1085). Mira(1086) do yace, ella, la flor, en sus brazos
desflorada(1087). Mi yerno es el sepulcro(1088), el sepulcro es mi
heredero; ¡él se ha casado con mi hija! (1089)Moriré y le dejaré cuanto
tengo(1090): vida, fortuna, todo es de la muerte(1091).
PARIS

(1092)¿He deseado tanto tiempo ver esta aurora para que sólo(1093)
me ofrezca un semejante espectáculo?
LADY CAPULETO
¡Día desdichado y maldito! ¡Miserable, odioso día! ¡Hora la más
infausta que ha visto el tiempo en todo el laborioso curso(1094) de su


peregrinación! ¡Una sola, una pobre, única y amante(1095) hija, un solo
ser, mi alegría y mi consuelo, y la muerte cruel me le arrebata de aquí!


NODRIZA

¡Oh, dolor! ¡Oh, angustioso, angustioso, angustioso día! ¡El más

lamentable, el más doloroso que nunca jamás vieron mis ojos!(1096)
¡Oh, día! ¡Día, día! ¡Día aborrecible! ¡Nunca fue visto otro tan negro
como tú! ¡Oh, doloroso, doloroso día!

PARIS

¡Seducido, divorciado, ofendido, traspasado, asesinado! Muerte
execrable, ¡me has hecho traición! ¡A ti, cruel, desapiadada, debo mi

ruina total!(1097) -¡Amor mío, mi vida! -¡Vida no, sólo amor en la
muerte!

CAPULETO

¡Escarnecido, congojado, aborrecido, deshecho, acabado! ¡Oh, triste
momento! ¿Por qué has venido tú a destruir, a matar al presente nuestro
solemne júbilo? -¡Hija, hija mía! -¡Mi alma, mi hija no!¡Muerta estás!

(1098) (1099) -¡Ay! ¡Mi hija no existe, y con ella se han hundido mis
alegrías!

FRAY LORENZO

¡Eh, por decoro, apaciguaos! El remedio de la desesperación(1100)

no se halla en desesperaciones como las presentes. (1101)El cielo, lo
propio que vos, tenía su parte en esta bella criatura; Dios la posee ahora
por completo, y la bien librada en ello es la doncella. Salvar no podíais
de la muerte la parte que os tocaba, en tanto que el cielo conserva la
suya en vida eternal. Vuestro sumo fin era realzarla; sí, que ella se
encumbrase, vuestro paraíso; y ahora, que más alta que las nubes se
encuentra, a la misma altura del cielo, ¿estáis llorando? ¡Oh! Tan
inverso es este amor que sentís por vuestra hija, que os desesperáis
porque la veis dichosa. No es la mejor casada la que vive largo tiempo

en maridaje; la mejor casada es la que muere joven esposa(1102) (1103).
Enjugad esas lágrimas, esparcid vuestro romero sobre la bella difunta y,
conforme al uso, llevadla a la iglesia, adornada de sus más brillantes


atavíos(1104); [pues aunque la débil(1105) naturaleza nos pida a todos
llanto,] el lloro de la naturaleza excita el sonreír de la razón.

CAPULETO

Todos(1106) nuestros preparativos de fiesta pasan a prestar oficio de
pompa fúnebre: las vihuelas harán de lúgubres campanas, esta alegre

celebración nupcial se cambiará en grave, funerario(1107) banquete, los
himnos festivos en melancólicas endechas y nuestros ramos de novia

adornarán el ataúd de un cadáver. (1108)Todo en lo contrario se
trasforma.

FRAY LORENZO

Retiraos, señor -y vos, señora, seguid a vuestro esposo. -Salid, señor
Paris. -Disponeos cada uno a acompañar hasta su sepulcro este bello
cadáver. El cielo, por cierto acto pecaminoso, se os muestra sombrío: no
le irritéis más contrariando su voluntad suprema.

(Vanse CAPULETO, la señora CAPULETO, PARIS y FRAY

LORENZO.)(1109)

(1110)MÚSICO PRIMERO
Por mi alma, bien podemos guardar nuestras flautas y marcharnos.
NODRIZA
¡Ah! Buena, honrada gente, guardadlas, guardadlas; pues bien veis


que es éste un caso triste(1111).

(Vase la NODRIZA.)(1112)
MÚSICO PRIMERO
Sí, a fe mía, el caso no es nada bueno.


(1113)(Entra PEDRO.)(1114) (1115)
PEDRO(1116)


¡Ah! ¡Músicos, músicos! ¡Contento del corazón! ¡Contento del

corazón!(1117) Si queréis que viva, tocad(1118) ¡Contento del corazón!
(1119)

MÚSICO PRIMERO
¿Por qué Contento del corazón?
PEDRO
¡Ah! Músicos, porque el mío toca Mi corazón está lleno de tristeza
(1120) (1121). ¡Oh! Tocadme alguna alegre letanía para consolarme
(1122)

.

MÚSICO PRIMERO(1123)

Ninguna letanía(1124) por nuestra parte. No es ahora ocasión de
tocar.
PEDRO
¿No queréis, pues?

MÚSICO PRIMERO(1125)
No.
PEDRO
Bien, yo os la daré de ley.
MÚSICO PRIMERO
¿Qué nos vais a dar?
PEDRO


Nada de dinero, Por vida mía; solfa(1126) sí; os daré el solfista(1127).
MÚSICO PRIMERO


Pues yo el corchete.
PEDRO
En tal caso, os plantaré(1128) la daga del corchete en la cabeza. No
soporto corchetes; os haré re, os haré fa. ¿Notáis lo que digo?
MÚSICO PRIMERO

(1129)

Si me hacéis re, si me hacéis fa, nota ya soy.
MÚSICO SEGUNDO
(1130)Por favor, poned la daga en la vaina y a luz la imaginación
(1131)

.
PEDRO


(1132)En guardia, entonces, contra mi imaginación. Voy a envainar
mi daga de hierro y a daros duro con el(1133) hierro de la inteligencia.
Contestadme racionalmente(1134).

Cuando un dolor acerbo el pecho hiere

Y aguda pena nuestra mente oprime(1135),

La música de sones argentinos...


(1136)¿Por qué son argentino? ¿Por qué música de son argentino? Di,
Simón Cuerda de Tripa(1137).
MÚSICO PRIMERO(1138)
En verdad, señor, porque la plata tiene un sonido agradable.
PEDRO

¡Lindo!(1139) -¿Por qué? Vos, Hugo Rebeck(1140) (1141).
MÚSICO SEGUNDO



Digo -son argentino, porque los músicos tocan por plata.
PEDRO


¡Lindo también!(1142) -¿Vos, qué decís, Santiago Alma de Violín?
(1143)

MÚSICO TERCERO
Por mi vida, no sé qué decir.
PEDRO
¡Oh! ¡Perdonadme! Sois el cantor: yo hablaré por vos. Se dice
música de son argentino, porque hombres de vuestra especie(1144) rara
vez alcanzan oro(1145) por su tocar.

La música de sones argentinos
Presto alivio nos brinda diligente(1146).


(Vase cantando.)(1147)

MÚSICO PRIMERO(1148)
¡Qué maligno truhán es ese hombre!
MÚSICO SEGUNDO


¡Que lo cuelgue el verdugo!(1149) -Ven, entremos aquí;
aguardaremos por los del duelo y comeremos mientras(1150).

(Se marchan.)



Acto V


(1151) (1152)

Escena I

(Mantua. Una calle.)

(Entra ROMEO.)

ROMEO

Si puedo confiar en la propicia muestra del(1153) sueño(1154), mis

sueños me anuncian una próxima dicha(1155). Ligero(1156) sobre su

trono reposa el señor de mi pecho(1157) y todo el día una(1158) extraña
animación, en alas de risueñas ideas, me ha mantenido en un mundo
superior. He soñado que llegaba mi bien y me encontraba exánime,
(¡extraño sueño, que deja a un muerto la facultad de pensar!) y que sus
besos inspiraban tal vida en mis labios, que volví en mí convertido en

emperador(1159). ¡Oh cielos! ¡Qué dulce debe ser la real posesión del
amor, cuando sus solos reflejos tanta ventura atesoran!

(Entra BALTASAR.)(1160)

¡Nuevas de Verona! -¿Qué hay, Baltasar? ¿No me traes cartas del
monje? ¿Cómo está mi dueño? ¿Goza mi padre salud? ¿Va bien mi

Julieta?(1161) Te vuelvo a preguntar esto, porque nada puede ir mal si lo
pasa ella bien.

BALTASAR

Pues que bien está ella, nada malo puede existir. Su cuerpo reposa en
el panteón de los Capuletos y su alma inmortal mora con los ángeles.
Yo la he visto depositar en la bóveda de sus padres y tomé la posta al
instante para anunciároslo. ¡Oh, señor! Perdonadme por traer esta


funesta noticia(1162); pues que es el encargo que me dejasteis.

ROMEO

¿Es lo cierto? Pues bien, astros, yo os hago frente(1163). -Tú sabes
dónde vivo, procúrame tinta y papel y alquila caballos de posta: parto

de aquí esta noche(1164).

BALTASAR

Excusadme, señor, no puedo dejaros así(1165) (1166). -Vuestras
pálidas y descompuestas facciones vaticinan una desgracia.

ROMEO

¡Bah! Te engañas. Déjame y haz lo que te he mandado. ¿No tienes
para mí ninguna carta del padre?

BALTASAR

No, mi buen señor.

ROMEO

No importa: vete y alquílame los caballos; me reuniré contigo sin
demora.

(Vase BALTASAR.)

Bien, Julieta, reposaré a tu lado esta noche. Busquemos el medio

(1167). ¡Oh, mal! ¡Cuán dispuesto te hallas para entrar en la mente del

mortal desesperado! Me viene a la idea un boticario(1168) -por aquí
cerca vive; -le vi poco ha, el vestido andrajoso, las cejas salientes,
entresacando simples: su mirada era hueca, la cruda miseria le había
dejado en los huesos. Colgaban de su menesterosa tienda una tortuga,

un empajado caimán(1169) y otras pieles de disformes anfibios: en sus

estantes, una miserable colección(1170) de botes vacíos, verdes vasijas
de tierra, vejigas y mohosas simientes, restos de bramantes y viejos
panes de rosa se hallaban a distancia esparcidos para servir de muestra.

Al notar esta penuria, dije para mí: Si(1171) alguno necesitase aquí(1172)


una droga cuya venta acarrease sin dilación la muerte en Mantua, he ahí
la morada de un pobre hombre que se la vendería. ¡Oh! Tal pensamiento
fue sólo pronóstico de mi necesidad. Sí, ese necesitado tiene que
despachármela. A lo que recuerdo, ésta debe ser la casa. Como es día de
fiesta, la tienda del pobre está cerrada. -¡Eh, eh! ¡Boticario!

(Aparece el BOTICARIO.)(1173)

BOTICARIO

¿Quién llama tan recio?

ROMEO

Llégate aquí, amigo. Veo que eres pobre; toma, ahí tienes cuarenta
ducados. Proporcióname una dosis de veneno, sustancia, de tal suerte

activa(1174) (1175), que se esparza por las venas todas(1176) y el cansado
de vivir que la tome caiga muerto; tal, que haga perder al pecho la
respiración con el propio ímpetu con que la eléctrica, inflamada pólvora
sale del terrible hueco, del cañón.

BOTICARIO

Tengo de esos mortíferos venenos; pero la ley de Mantua castiga de
muerte a todo el que los vende.

ROMEO

¿Y tú, tan desnudo y lleno de miseria, tienes miedo a la muerte? El
hambre aparece en tus mejillas, la necesidad y el sufrimiento mendigan

en(1177) tus ojos(1178), sobre tu espalda cuelga la miseria en andrajos

(1179) (1180). Ni el mundo, ni su ley son tus amigos; el mundo no tiene
ley ninguna para hacerte rico; quebranta, pues, sus prescripciones; sal
de miserias, y toma esto.

BOTICARIO

Mi pobreza, no mi voluntad, lo acepta.

ROMEO


Pago(1181) tu pobreza, no tu voluntad.

BOTICARIO

Echad esto en el líquido que tengáis a bien, apurad la disolución y
aunque tuvieseis la fuerza de veinte hombres daría cuenta de vos en el
acto.

ROMEO

Ahí tienes tu oro, veneno más funesto para el corazón de los
mortales, causante de más homicidios en este mundo odioso que esas
pobres misturas que no tienes permiso de vender. Yo te entrego veneno,
tú a mí ninguno me has vendido. Adiós, compra pan y engórdate. -¡Ven,
cordial, no veneno! Ven conmigo al sepulcro de Julieta; pues en él es
donde debes servirme.

Escena II

(1182) (1183)

(La celda de Fray Lorenzo.)(1184)

(Entra FRAY JUAN.)(1185)
FRAY JUAN

¡Hermano francisco, reverendo padre, eh!(1186)
(Entra FRAY LORENZO.)
FRAY LORENZO


Ésta es, sí, la voz de Fray Juan. -Bienvenido de Mantua(1187). ¿Qué
dice Romeo? [Si se expresa por escrito, dadme su carta.]
FRAY JUAN
Buscando, para acompañarme, un hermano descalzo, miembro de


nuestra orden, que se hallaba visitando los enfermos de esta población
(1188), al dar con él, los inspectores de la ciudad, sospechando que
estábamos en un convento(1189) donde reinaba el mal contagio,

cerraron las puertas y no quisieron dejarnos salir. Así, pues, mi viaje a
Mantua quedó allí en suspenso(1190).
FRAY LORENZO
Entonces ¿quién llevó mi carta a Romeo?
FRAY JUAN

Aquí vuelve, no pude mandarla(1191) [ni encontrar un mensajero que
te la(1192) trajera. ¡Tanto miedo infundía a todos(1193) el contagio!]
FRAY LORENZO
¡Funesta contrariedad! Lo juro por nuestra orden, no era una carta
insignificante(1194); por el contrario, abrazaba un encargo de suma
cuenta, y su demora puede acarrear gran peligro. Ve, Fray Juan,
procúrame una barrena y tráela sin dilación a mi celda.
FRAY JUAN
Voy a traértela, hermano.

(Vase.)

FRAY LORENZO

Ahora, preciso es que me dirija solo al panteón. Dentro de tres horas

despertará la bella Julieta(1195) y me colmará de maldición porque
Romeo no ha sido instruido de estos percances. Pero yo escribiré de
nuevo a Mantua y guardaré a la joven en mi celda hasta que vuelva su
esposo. ¡Pobre cadáver viviente, encerrado en el sepulcro de un muerto!

(Se retira.)

Escena III


(1196) (1197)

(Un cementerio, en medio del cual se alza el sepulcro de los
Capuletos.)(1198)

(Entra PARIS, seguido de su PAJE, que trae una antorcha y flores.)

(1199)

PARIS

Paje, dame la antorcha. Retírate, y manténte a distancia. -No,

apágala(1200); pues no quiero ser visto. Tiéndete allá, al pie de esos

sauces(1201) (1202), manteniendo el oído pegado en la cavernosa tierra;
de este modo, ninguna planta hollará el suelo del cementerio (ya flojo y
movible, a fuerza de abrirse en él sepulturas) sin que la oigas: en tal
caso, me silbarás, siendo indicio de que sientes aproximarse a alguno.
Dame esas flores. Anda, haz lo que te he dicho.

PAJE (aparte.)(1203)

Medio amedrentado estoy de quedarme aquí solo, en el cementerio;
sin embargo, voy a arriesgarme.

(Se aleja.)(1204)

PARIS

(1206)

Dulce flor, yo siembro de flores tu lecho nupcial(1205).
Querida tumba, que contienes en tu ámbito la perfecta imagen de los
seres eternales, bella Julieta, que moras con los ángeles, acepta esta
última ofrenda de mis manos; ellas, en vida te respetaron, y muerta, con

funeral celebridad adornan tu tumba(1207) (1208).

(Silba el PAJE.)

El paje da aviso; alguno se acerca. ¿Qué pie sacrílego yerra por este

sitio, en la noche presente, turbando mis ceremonias, las exequias(1209)
del fiel amor? ¿Con una antorcha? ¡Cómo! -Noche, vélame un instante.


(Se aparta.)(1210)


(Entra(1211) ROMEO, seguido de BALTASAR, que trae una antorcha,


un azadón, etc.)(1212) (1213)

ROMEO

Dame acá ese(1214) azadón y esa barra de hierro(1215). Ten, toma
esta carta; mañana temprano cuida de entregarla a mi señor y padre.
Trae acá la luz. Bajo pena de vida te prevengo que permanezcas a
distancia, sea lo que quiera lo que oigas o veas, y que no me
interrumpas en mis actos. Si bajo a este lecho de muerte, hágolo en
parte para contemplar el rostro de mi adorada; mas sobre todo, para
quitar en la tumba del insensible dedo de Julieta un anillo precioso, un

anillo que debe servirme para una obra importante(1216). Aléjate pues,
vete. -Y haz cuenta que si, receloso, vuelves atrás para espiar lo que en
lo adelante tengo el designio de llevar a cabo, ¡por el cielo!, te
desgarraré pedazo a pedazo y sembraré este goloso suelo con tus
miembros. Como el momento, mis proyectos son salvajes, feroces

(1217); mucho más fieros, más inexorables que el tigre hambriento o el
mar embravecido.

BALTASAR(1218)

Quiero irme, señor, y no turbaros.

ROMEO

Haciéndolo, me probarás tu adhesión(1219). Toma esto. Vive y sé
dichoso, buen hombre, y adiós.

BALTASAR(1220) (para sí.)(1221)

Por todo eso mismo(1222) voy a ocultarme en las cercanías. Sus
miradas me inquietan y recelo de sus intenciones.

(Se esconde cerca.)

ROMEO


¡Oh! Tú, abominable seno, vientre de muerte(1223), repleto del más
exquisito bocado de la tierra, de este modo haré que se abran tus

pútridas quijadas; (Desencajando la puerta del monumento.)(1224) te

sobrellenaré a la fuerza de más alimento(1225).

PARIS

Es ese proscrito, altanero Montagüe, que dio muerte al primo de
Julieta, por cuyo pesar, según dicen, murió la graciosa joven. Aquí

viene ahora(1226) a inferir a los cadáveres algún bajo ultraje. Voy a
echarle mano.

(Se adelanta.)(1227)

Cesa en tu afán impío, vil Montagüe: ¿cabe proseguir la venganza
más allá de la muerte? Miserable proscrito, arrestado quedas: obedece y
sígueme; pues es preciso que mueras.

ROMEO

Sí, indispensable es, y por ello vengo a este sitio. -Noble y buen
mancebo, no tientes a un hombre desesperado; huye de aquí y déjame.

Piensa en esos(1228) muertos y dente pavor. Suplícote, joven, que no

cargues(1229) mi cabeza con un nuevo pecado impeliéndome a la rabia.
¡Oh!, vote. Por Dios, te amo más que a mí mismo; pues contra mí
propio vengo armado a este lugar. No tardes, márchate: vive, y di, a
contar desde hoy, que la piedad de un furioso te impuso el huir.

PARIS

Desprecio tus(1230) exhortaciones(1231) (1232) y te echo mano(1233)
aquí como a un malhechor.

ROMEO

¿Quieres provocarme? Pues bien, mancebo, mira por ti.

(Se baten.)(1234)


PAJE(1235)

¡Oh Dios! Se baten. Voy a llamar la guardia.

(Vase el PAJE.)(1236)

PARIS

¡Ah! ¡Muerto soy! (Cae.)(1237) Si hay piedad en ti, abre la tumba y
ponme al lado de Julieta.

(Muere.)(1238)

ROMEO

Sí, por cierto, lo haré. -Contemplemos su faz(1239) (1240). ¡El
pariente de Mercucio, el noble conde Paris! -¿Qué dijo Baltasar
mientras cabalgábamos, en esos instantes en que mi alma agitada no le
ponía atención? Me contaba, creo, que Paris debía haberse casado con
Julieta. ¿No dijo eso? ¿O lo habré yo sonado?, ¿o es que, demente, así
me lo imaginé al oír hablar de ella? -¡Oh, dame tu mano, tú, lo mismo
que yo, inscrito en el riguroso libro de la adversidad! Voy a sepultarte

en una tumba esplendente. ¿Una tumba? ¡Oh! no, una gloria(1241),

asesinado joven; pues en ella reposa Julieta(1242), y su belleza trueca

esta bóveda en una luminosa mansión(1243) de fiesta. (Dejando a

PARIS en el monumento.)(1244) Muerte(1245), yace ahí enterrada por un

muerto(1246). -¡Cuántas veces los hombres, a punto de morir, han
sentido regocijo! ¡El postrer relámpago vital, cual dicen sus asistentes!

Mas(1247) ¿cómo llamar a lo que siento un relámpago?(1248) (1249) ¡
Oh! Amor mío, esposa mía! La muerte, que ha extraído la miel de tu
aliento, no ha tenido poder aún sobre tu hermosura; no has sido

el carmín, distintivo de la belleza, luce en tus labios y mejillas(1250), do
aún no ondea la pálida enseña de la muerte. -¿Ahí, tú, Tybal, reposando

en tu sangrienta mortaja?(1251) ¡Oh! ¿qué mayor servicio puedo
ofrecerte que aniquilar con la propia mano que tronchó tu juventud la
juventud del que fue tu enemigo? ¡Perdóname, primo! -Amada Julieta,

¿por qué luces tan bella aún?(1252) ¿Debo creer que el fantasma(1253)


de la muerte se halla apasionado(1254) y que el horrible, descarnado
monstruo te guarda aquí, en las tinieblas, para hacerte su dama?
Temeroso de que sea así, permaneceré a tu lado eternamente y jamás

tornaré a retirarme de este palacio(1255), de la densa noche(1256). Aquí

(1257), aquí voy a estacionarme con los gusanos, tus actuales doncellas;

sí, aquí voy a establecer mi eternal permanencia(1258), a sacudir del

yugo de las estrellas enemigas este cuerpo cansado de vivir(1259). ¡
Echad la postrer mirada, ojos míos! ¡Brazos, estrechad la vez última! Y
vosotros, ¡oh labios!, puertas de la respiración, sellad con un ósculo
legítimo un perdurable pacto con la muerte monopolista! -Ven, amargo

conductor(1260) (1261); ven, repugnante guía! ¡Piloto desesperado, lanza

ahora de un golpe, contra las pedregosas rompientes, tu averiado(1262),

rendido bajel! ¡Por mi amor! -(Apura el veneno.)(1263) ¡Oh, fiel
boticario! Tus drogas son activas. -Así, besando muero.

(Muere.)(1264)

(Aparece FRAY LORENZO por el otro extremo del cementerio, con
una linterna, una barrena y una azada.)

(1265)

FRAY LORENZO

¡San Francisco, sé mi auxiliar! ¡Cuántas veces, esta noche, han
tropezado contra tumbas mis añosos pies! -¿Quién está ahí? ¿Quién es

el que hace compañía a los muertos a hora tan avanzada?(1266) (1267)

BALTASAR

Él que está aquí es un amigo, uno que os conoce bien.

FRAY LORENZO

¡Dios os bendiga! Decid, mi buen amigo, ¿qué antorcha es aquella
que inútilmente presta su luz a los gusanos y a los cráneos sin ojos? A
lo que distingo, arde en el sepulcro de los Capuletos.


BALTASAR
Así es, reverendo padre; y allí está mi señor, una persona a quien
estimáis(1268).
FRAY LORENZO
¿Quién es?
BALTASAR
Romeo.
FRAY LORENZO
¿Cuánto hace que est a ahí?
BALTASAR
Una media hora larga.
FRAY LORENZO
Ven conmigo al panteón.
BALTASAR
No me atrevo, señor; mi amo cree que he dejado este sitio y me
amenazó de un modo terrible con la muerte si permanecía para espiar
sus intentos(1269).
FRAY LORENZO

Quédate, pues(1270); yo iré solo. -Me asalta el miedo; ¡oh!, mucho
me temo un siniestro(1271) accidente.
BALTASAR

Mientras dormía aquí, bajo estos sauces(1272), soñé que mi señor se
batía con otro hombre(1273) y que mi amo había matado a éste(1274).

FRAY LORENZO (adelantándose.)(1275)


¡Romeo! -¡Ay!, ¡ay!, ¿qué sangre es ésta que mancha el pétreo

umbral de este sepulcro?(1276) ¿Qué indican estos perdidos, sangrientos
aceros, empañados, por tierra en tal sitio de paz?

(Entra en el monumento.)(1277)

¡Romeo! ¡Oh!, ¡pálido está! -¿Otro aún? ¡Cómo! ¿Paris también? ¡Y
bañado en su sangre! ¡Ah!, ¿qué desapiadada hora es culpable de este
lamentable suceso?

(Despierta JULIETA.)(1278)

JULIETA

¡Oh, padre caritativo! ¿Dónde está mi dueño? Recuerdo bien el sitio
en que debía despertarme; sí, en él me hallo. -¿Dónde está mi Romeo?

(Ruido al exterior de la escena.)(1279)

FRAY LORENZO

Oigo ruido. -Señora, deja este antro de muerte, de contagio, de sueño

violento(1280). Un poder superior, al que no podemos resistir, ha
desconcertado nuestros designios. Ven, sal de aquí; tu esposo yace ahí,
a tu lado, sin vida, y Paris también. Ven, yo te haré entrar en una
comunidad de santas religiosas. No tardes con preguntas, pues la ronda

(1281) se acerca. Ven, sal, buena Julieta. (Ruido otra vez.)(1282) -No me
atrevo a permanecer más tiempo.

(Vase.)(1283)

JULIETA

Sal, aléjate de aquí; pues yo no quiero partir. ¿Qué es esto? ¿Una

copa comprimida en la mano de mi fiel consorte?(1284) El veneno, lo
veo, ha causado su fin prematuro. -¡Oh! ¡Avaro! ¡Tomárselo todo, sin

dejar ni una gota amiga para ayudarme a ir tras él!(1285) (1286) -Quiero
besar tus labios; acaso exista aún en ellos un resto de veneno que me

haga morir, sirviéndome de cordial. (Lo besa.)(1287) ¡Tus labios están,


calientes!

PRIMER GUARDIA (desde el exterior de la escena.)(1288)
Condúcenos, muchacho. ¿Por dónde es?
JULIETA
¿Ruido? Sí. Apresurémonos pues. -¡Oh, dichoso puñal!
(Apoderándose del puñal de ROMEO.)(1289) Esta es(1290) tu vaina; (Se
hiere.)(1291) enmohece(1292) (1293) en ella y déjame morir.

(Cae sobre el cuerpo de ROMEO, y muere.)(1294)

(Entra la ronda, guiado por el PAJE de PARIS.)(1295)
PAJE
Éste es el sitio; ahí donde arde la antorcha.
PRIMER GUARDIA
El suelo está lleno de sangre; id, buscad algunos de vosotros por el
cementerio, echad mano a quien quiera que encontréis.

(Vanse algunos.)(1296)

¡Lastimoso cuadro! He ahí al conde asesinado y a Julieta manando

sangre, caliente y apenas desfigurada(1297); ella, hace dos días dejada
aquí sepulta. -Id a instruir al príncipe; -corred a casa de los Capuletos, poned
en pie a los Montagües. -Inquirid algunos de vosotros.

(Vanse otros guardias.)(1298)
Vemos el lugar en que tales duelos tienen asiento, pero lo que
realmente ha dado lugar a estos duelos deplorables no podemos verlo
sin informes(1299).

(Vuelven algunos de los guardias con BALTASAR.)(1300)


SEGUNDO GUARDIA


Aquí tenéis al criado de Romeo, le hemos hallado en el cementerio.

PRIMER GUARDIA(1301)
Tenedle a recaudo mientras llega aquí el príncipe.


(Entra otro guardia con FRAY LORENZO.)
TERCER GUARDIA
Ved un monje que tiembla, suspira y llora. Le hemos quitado este


azadón y esta barra(1302) cuando venía de esa parte del cementerio.
PRIMER GUARDIA

¡Grave sospecha!(1303) Retened al monje también(1304).

(Entran el PRÍNCIPE y su séquito.)(1305)
PRÍNCIPE
¿Qué infortunio ocurre a tan primera hora, que nos arranca de
nuestro matinal reposo?

(Entran CAPULETO, LADY CAPULETO y otros.)(1306)
CAPULETO

¿Qué es lo que pasa, que así alborotan(1307) por fuera?
LADY CAPULETO


Unos(1308) gritan en las calles, ¡Romeo!; otros, ¡Julieta! otros,
¡Paris!, y todos corren con gran vocería hacia el panteón de nuestra
familia.

PRÍNCIPE

¿Qué alarma es ésta que ensordece(1309) nuestros(1310) oídos?


PRIMER GUARDIA


Augusto señor, el conde Paris yace asesinado ahí, Romeo sin vida, y
Julieta, de antemano muerta, caliente aún y acabada segunda vez.
PRÍNCIPE
Buscad, inquirid y penetraos de cómo vino esta abominable matanza.
PRIMER GUARDIA

Aquí están un monje y el criado del difunto Romeo(1311); ambos
portaban utensilios apropiados para abrir las sepulturas de estos muertos
(1312) (1313)

.
CAPULETO


¡Oh, cielos!(1314) ¡Oh, esposa mía! ¡Ve cómo sangra nuestra hija!

Este puñal ha equivocado el camino. Sí, ¡mira!, en la trasera(1315) de
Montagüe está su vaina vacía, -y se ha metido por error en el seno de mi
hija(1316)

.
LADY CAPULETO
¡Ay de mí! Este cuadro mortuorio es campana que llama al sepulcro
mi vejez.

(Entran MONTAGÜE y otros.)(1317)
PRÍNCIPE
Acércate, Montagüe: temprano te has puesto en pie para ver a tu hijo
y heredero más temprano caído(1318) (1319).
MONTAGÜE
¡Ay! Príncipe mío, mi esposa ha muerto esta noche; el pesar del
destierro de su hijo la dejó inánime. ¿Qué nuevo dolor conspira contra
mi vejez?
PRÍNCIPE


Mira y verás(1320) (1321).

MONTAGÜE

¡Oh, hijo degenerado! ¿Qué usanza es ésta de lanzarte en la tumba

antes de tu padre?(1322)

PRÍNCIPE

Tened, sellad el ultrajante labio hasta que hayamos podido esclarecer

estos misterios y descubrir su origen, su esencia(1323), su verdadera
progresión. Alcanzado esto, seré de vuestras penas el principal doliente

y os acompañaré en todo hasta el último extremo(1324). Hasta entonces,
reprimíos y avasallad a la paciencia el infortunio. -Haced que avancen
los individuos sospechosos.

FRAY LORENZO

Yo, el más importante(1325), el menos pudiente, soy sin embargo,
puesto que la hora y el lugar deponen en mi contra, el más sospechoso
de esta horrible matanza, y aquí comparezco para acusarme y

defenderme, para ser por mí propio condenado y absuelto(1326).

PRÍNCIPE

Di pues, de seguida, lo que sepas acerca de esto.

FRAY LORENZO

Seré breve(1327); pues el poco aliento que me queda no alcanza a la
extensión de un prolijo relato. Romeo, el que ahí yace, era esposo de
Julieta, y esa Julieta, muerta ahí, la fiel consorte de Romeo. Yo los casé:
el día de su secreto matrimonio fue el último de Tybal, cuya
intempestiva muerte extrañó de esta ciudad al nuevo cónyuge, por
quien, no por el muerto primo, Julieta descaecía. -Vos, (a
CAPULETO.) para alejar de su pecho ese insistente pesar, la
prometisteis al conde Paris y quisisteis por fuerza que le diera su mano.
Entonces fue que ella vino a encontrarme y con extraviados ojos me
precisó a buscar el medio de libertarla de ese segundo matrimonio,
amenazando matarse en mi celda si no lo hacía. En tal virtud, bien


aleccionado por mi experiencia, la proveí de una pocion narcótica, que
ha obrado como esperaba, dando a su ser la apariencia de la muerte. En
el intervalo, escribí a Romeo a fin de que viniese aquí esta noche fatal,
plazo prefijo en que la fuerza del brebaje debía concluir, para ayudarme
a sacar a la joven de su anticipada tumba; mas el portador de mi carta,
el hermano Juan, detenido por un accidente, me la devolvió ayer por la
tarde. Solo pues del todo, a la precisa hora de despertar Julieta, me
encaminé a sacarla del sepulcro de sus antepasados, con intención de
retenerla oculta en mi celda hasta que fuese posible avisar a su esposo;
empero, a mi llegada, minutos antes de la hora de volver aquella en sí,
violentamente acabados, me hallé aquí al noble Paris y al fiel Romeo.
Despierta en esto Julieta. -Instábala yo a salir y a soportar con paciencia
este golpe del cielo, cuando un ruido me ahuyenta de la tumba. Ella,
entregada a la desesperación, no quiso seguirme, y según toda
apariencia, atentó contra sí misma. Esto es todo lo que sé; por lo que

respecta al matrimonio, la(1328) Nodriza estaba en el secreto. Y(1329) si
en lo dicho ha ocurrido desgracia por mi falta, que mi vieja existencia,
algunas horas antes de su plazo, sea sacríficadá al rigor de las leyes más
severas.

PRÍNCIPE

Siempre te hemos tenido por un santo varón. -¿Dónde está el criado
de Romeo? ¿Qué puede decir sobre lo presente?

BALTASAR(1330)

Yo llevé noticia a mi señor de la muerte de Julieta y él al punto salió,
en posta, de Mantua para este preciso lugar, para este panteón. Diome
orden de llevar temprano a su padre esta carta que veis, y al dirigirse

(1331) a la bóveda esa, me amenazó con pena de muerte si no partía y le
dejaba solo.

PRÍNCIPE

Dame la carta, quiero enterarme de ella. -¿Dónde está el paje del
conde? El que dio aviso a la guardia? -Tunante, ¿qué hacía aquí tu
señor?

PAJE


Vino a regar flores sobre el sepulcro de su prometida; mandome
estar a lo lejos, y así lo hice. Muy luego apareció uno con luz, para abrir
la tumba, y a poco cayó sobre él mi amo, espada en mano. Entonces fue
que corrí para llamar la guardia.

PRÍNCIPE

Esta carta comprueba las palabras del monje; el relato de su mutuo
amor, la comunicación de la muerte de Julieta. Dice Romeo que
adquirió el veneno de un pobre boticario y asimismo que vino a morir a
este panteón y a reposar al lado de ella. -¿Dónde están esos contrarios? ¡
Capuleto! ¡Montagüe! -¡Ved qué maldición está pesando sobre

vuestros odios, cuando el cielo halla medio(1332) para matar vuestras
alegrías sirviéndose del amor! Y yo, por también tolerar vuestras

discordias, he perdido dos deudos(1333). -Castigado todo.

CAPULETO

¡Oh, Montagüe, hermano mío, dame la mano!

(Estrecha la mano de MONTAGÜE.)

Ésta es la viudedad de mi hija: nada más puedo pedirte.

MONTAGÜE

Pero yo puedo más darte; pues, de oro puro, la erigiré una estatua,
para que mientras Verona por tal nombre se conozca, no se alce en ella

busto de más estima que el de la bella(1334) (1335) y fiel Julieta.

CAPULETO

De igual riqueza se alzará Romeo a su lado. ¡Pobres ofrendas de
nuestras rencillas!

PRÍNCIPE

La presente aurora trae consigo una paz triste(1336); pesaroso el sol,
vela su faz. Salgamos de aquí para continuar hablando de estos

dolorosos asuntos. Perdonados serán unos, castigados otros(1337); pues
jamás hubo tan lamentable historia como la de Julieta y su Romeo.


(Vanse.)(1338)
FIN




Desenlace de Romeo y Julieta

Según el último arreglo hecho por Garrick para el teatro de Drury Lane
(Lon.)

(ROMEO y PARIS se baten.)

PARIS. (Cayendo.) ¡Ah! ¡Muerto soy! Si hay piedad en ti, abre la
tumba y ponme al lado de Julieta.

(Muere.)

ROMEO. Sí, por cierto, lo haré. -Contemplemos su faz. -¡El pariente
de Mercucio, el noble conde Paris! Tú, lo mismo que yo, inscrito en el
riguroso libro de la adversidad. Voy a sepultarte en una tumba
esplendente. ¿Una tumba? ¡Oh! No, una gloria, asesinado joven; pues
en ella reposa Julieta.

(Desencaja la puerta del monumento.)

¡Oh amor mío, esposa mía! La muerte, que ha extraído la miel de tu
aliento, no ha tenido poder aún sobre tu hermosura; no has sido
el carmín, distintivo de la belleza, luce en tus labios y mejillas, do aún
no ondea la pálida enseña de la muerte. -¡Oh, Julieta!, ¿por qué luces
tan encantadora todavía? -Aquí, aquí voy a establecer mi eternal
permanencia, a sacudir del yugo de las estrellas enemigas este cuerpo
cansado de vivir.

(Se apodera del pomo.)

¡Ven, amargo conductor, ven, repugnante guía! ¡Piloto desesperado,
lanza ahora de un golpe, contra las pedregosas rompientes, tu averiado,
rendido bajel! ¡Basta! -¡Por mi amor!

(Apura el veneno.)


¡Una postrer mirada, ojos míos! ¡Brazos, estrechad la vez última! Y
vosotros, ¡oh labios!, sellad las puertas de este aliento con un ósculo
legítimo.

(Despierta JULIETA.)

¡Poco a poco! -¡Respira y se mueve!

JULIETA. ¿Dónde estoy? ¡Amparádme, espíritus celestes!

ROMEO. ¡Habla, vive! Sí, ¡aún podemos ser felices! Mi buena,
propicia estrella, me indemniza al presente de todos los pasados
sufrimientos. -Levántate, levántate, Julieta mía, deja que de este antro
de muerte, de esta mansión de horror, te trasporte sin demora a los
brazos de tu Romeo, que en ellos infunda en tus labios vital aliento y te
vuelva mi alma a la vida y al amor.

(La levanta.)

JULIETA. ¡Dios mío! ¡Qué frío hace! -¿Quién está ahí?

ROMEO. Tu esposo, tu Romeo, Julieta; vuelto de la desesperación a
una inefable alegría. Deja, deja este lugar y huyamos juntos.

(La saca do la tumba.)

JULIETA. ¿Por qué así me violentáis? - Jamás consentiré, pueden
faltarme las fuerzas, pero es invariable mi voluntad. -No quiero casarme
con Paris. ¡Romeo es mi consorte!

ROMEO. Romeo es tu consorte; ese Romeo soy yo. Ni todo el
contrario poder de la tierra o de los hombres romperá nuestro vínculo,
ni te arrancará de mi corazón.

JULIETA. Yo conozco esa voz; su mágica dulzura despierta mi
suspenso espíritu. -Ahora recuerdo bien todos los pormenores. ¡Oh! ¡Mi
dueño, mi esposo!

(Yendo a abrazarlo.)

¿Huyes de mí, Romeo? Deja que toque tu mano y que guste el
cordial de tus labios. -¡Me asustas! Habla. -¡Oh! Que oiga yo otra
distinta voz que la mía en este lúgubre antro de muerte, o perderé el


sentido. -Sostenme.

ROMEO. ¡Oh! No puedo; estoy sin fuerzas; por el contrario,
necesito tu débil apoyo. -¡Cruel veneno!

JULIETA. ¡Veneno! ¿Qué dices, dueño mío? Tu balbuciente voz, tus
labios descoloridos, tu errante mirada... -¡En tu faz está la muerte!

ROMEO. Si lo está: lucho al presente con ella. Los trasportes que he
sentido al oírte hablar, al verte abrir los ojos, han detenido un breve
instante su impetuoso curso. Todo mi pensamiento era ventura, estaba
en ti; mas ahora corre el veneno por mis venas... -No tengo tiempo de
explicarte. -El destino me ha traído aquí para dar un último, último
adiós a mi amor, y morir a tu lado.

JULIETA. ¿Morir? ¿Era el monje traidor?

ROMEO. No sé de eso; te creía muerta. Fuera de mí al
contemplarte... -¡Oh!, ¡fatal prontitud! -Apuré el veneno, -besé tus
labios, y hallé en tus brazos un sepulcro precioso. -Pero en ese
instante... -¡Oh!

JULIETA. ¡Y me he despertado para esto!

ROMEO. Extenuadas están mis fuerzas. Entre la muerte y el amor,
disputado vaga mi ser; pero la muerte es más fuerte. -¡Y tengo que
dejarte, Julieta! -¡Oh cruel, cruel destino! En presencia del Paraíso-

JULIETA. Tú deliras; apóyate sobre mi seno.

ROMEO. Los padres tienen corazones de piedra, no hay lágrimas
que les enternezcan; -la naturaleza habla en balde. Los hijos tienen que
ser infelices.

JULIETA. ¡Oh! ¡Se me parte el corazón!

ROMEO. Es mi esposa; -nuestras almas nacieron gemelas. -Detente,
Capuleto. -Suéltame, Paris; no tires así las fibras de nuestros corazones,
-crujen, -se rompen. -¡Oh! ¡Julieta! ¡Julieta!

(Muere. JULIETA se desmaya sobre el cuerpo de ROMEO.)

(Entra FRAY LORENZO, con una linterna y una barra de hierro.)


FRAY LORENZO. ¡San Francisco, sea mi auxiliar! ¡Cuántas veces
esta noche han tropezado contra tumbas mis añosos pies! -¿Quién está
ahí? -¡Ay!, ¡ay!, ¿qué sangre es ésta que mancha el pétreo umbral de
este sepulcro?

JULIETA. ¿Quién está ahí?

LORENZO. ¡Cielos! ¡Julieta en sí! ¡Y Romeo muerto! -¡Y también
Paris! ¡Ah! ¿Qué desapiadada hora es culpable de este lamentable
suceso?

JULIETA. Ahí está aún y yo le tengo bien; no le arrancarán de mis
brazos.

FRAY LORENZO. ¡Cordura, señora!

JULIETA. ¡Cordura! ¡Ah! Padre maldito. ¡Hablas de cordura a una
tal desventurada!

FRAY LORENZO. ¡Oh, error fatal! Alza, bella infeliz, y abandona
esta escena de muerte.

JULIETA. No te me acerques; -o este puñal va a vengar la muerte de
mi Romeo.

(Saca un puñal.)

FRAY LORENZO. No me admira; el dolor te vuelve loca.

(Voces fuera que gritan: ¡Venid, venid!)

¿Qué ruido es ése? -Huyamos, querida Julieta. Un poder superior, al
que no podemos resistir, ha desconcertado nuestros designios. Ven,
huyamos. Desgraciada mujer, yo te haré entrar en una comunidad de
santas religiosas.

(Voces fuera: ¿Por dónde? ¿por dónde?)

Basta de querellas; la ronda llega. -Ea, ven, querida Julieta. -No me
atrevo a permanecer más tiempo.

(Escapa.)

JULIETA. Sal, aléjate de aquí; pues yo no quiero partir. -¿Qué es


esto? ¡Ah! ¡El prematuro fin de Romeo! -¡Avaro! Tomárselo todo, sin
dejar ni una gota amiga para ayudarme a ir tras él! Quiero besar tus
labios; ¡acaso exista aún en ellos un resto de veneno!

(Voces fuera: Condúcenos, paje; ¿por dónde?)

¡Ruido aún! Apresurémonos pues. -¡Oh, dichoso puñal! Esta es tu
vaina; reposa ahí y déjame morir.

(Se clava el puñal y muere.)
(Entran BALTASAR y el PAJE rodeados de guardias. Enseguida el

PRÍNCIPE y sus acompañantes con antorchas.)
BALTASAR. Éste es el sitio, señor.
PRÍNCIPE. ¿Qué infortunio ocurre a tan primera hora, que nos

arranca de nuestro matinal reposo?
(Entran CAPULETO y otros señores.)
CAPULETO. ¿Qué es lo que pasa, que así alborotan por fuera? Unos
gritan en las calles, ¡Romeo! otros, ¡Julieta! otros, ¡Paris! y todos corren

con gran vocería hacia el panteón de nuestra familia.

PRÍNCIPE. ¿Qué alarma es ésta que ensordece nuestros oídos?

BALTASAR. Augusto señor, el conde Paris yace asesinado ahí;

Romeo sin vida, y Julieta, de antemano muerta, caliente aún y acabada
segunda vez.
CAPULETO. ¡Ay de mí! Este cuadro mortuorio es campana que
llama al sepulcro mi vejez.
(Entran MONTAGÜE y otros señores.)
PRÍNCIPE. Acércate, Montagüe: temprano te has puesto en pie para
ver a tu hijo y heredero más temprano caído.

MONTAGÜE. ¡Ay! Príncipe mío, mi esposa ha muerto esta noche;
el pesar del destierro de su hijo la dejó inánime. ¿Qué nuevo dolor
conspira contra mi vejez?

PRÍNCIPE. Mira y verás.


MONTAGÜE. ¡Oh, hijo degenerado! ¿Qué usanza es ésta de
lanzarte en la tumba antes de tu padre?

PRÍNCIPE. Tened, sellad el ultrajante labio hasta que hayamos
podido esclarecer estos misterios y descubrir su origen, su esencia, su
verdadera progresión. Hasta entonces, reprimíos y avasallad a la
paciencia el infortunio. Haced que avancen los individuos sospechosos.

(Entra FRAY LORENZO.)

FRAY LORENZO. Yo soy el principal.

PRÍNCIPE. Di, pues, sin retardo, todo lo que sabes acerca de esto.

FRAY LORENZO. Apartémonos de esta lúgubre, mortal escena, y
os lo contaré todo. Si en lo presente ha ocurrido desgracia por mi falta,
que mi vieja existencia, algunas horas antes de su plazo, sea sacrificada
al rigor de las leyes más severas.

PRÍNCIPE. Siempre te hemos tenido por un santo varón. -Que el
criado de Romeo y este paje nos sigan. Vamos a salir y a informarnos
bien de este triste desastre. -Prudentes demasiado tarde, lamentad al
presente, ancianos, las trágicas consecuencias de vuestros mutuos odios.
¡Cuántas desgracias terribles ocasionan las discordias privadas! Sea la

causa cualquiera, el inevitable efecto es una calamidad(1339).

(Retíranse todos.)

Tercera historia trágica


Tomada de las obras italianas de Bandello y puesta en francés por Pedro
Boisteau, conocido por Launay

DE DOS AMANTES QUE MURIERON EL UNO DE VENENO Y EL
OTRO DE TRISTEZA.

Durante la época en que el señor de la Escala gobernaba a Verona
había en la ciudad dos familias, que se distinguían sobre las demás por
razón de su lustre y riquezas, una de las cuales se apellidaba de los
Montescos y la otra de los Capuletos; mas entre ambas casas, como


siempre acontece respecto de los que se hallan en un idéntico grado de
honor, se levantó cierta enemistad que, si bien ligera y bastante mal
fundada, fue tomando cuerpo con los años, hasta el extremo de
ocasionar tramas que acabaron con la vida de muchos. El Sr. Bartolomé
de la Escala, viendo tal desorden en su república, trató por cuantos
medios estaban en su mano de reducir y conciliar los opuestos partidos;
pero todo fue en vano: el rencor de aquéllos se había hecho tan fuerte
que nada podía ya obrar la prudencia ni el consejo. Preciso fue, pues,
dejar en esta lucha a las dos casas, y aguardar una oportunidad más
propicia para poner fin a tales reyertas.

Mientras se pasaban así las cosas, uno de los Montescos, que se
llamaba Romeo, de edad de veinte a veintiún años, el más bello y más
apuesto hidalgo de toda la juventud de Verona, se enamoró de cierta

noble doncella del mismo punto(1340), y en pocos días se dejó arrastrar
tanto de sus gracias que, olvidándose de todo, dedicó a ella
exclusivamente sus atenciones, remitiéndola al efecto cartas, mensajes y
presentes continuos. Determinado al fin a confiarle sin reserva sus
sentimientos, hízolo en la primera ocasión; pero la doncella, educada en
los más rectos principios de virtud, contestó de un modo tal a sus
declaraciones y puso semejante coto a sus vehementes afectos, que
acabó con toda futura esperanza, sin hacer gracia de una sola mirada.
Sin embargo, cuanto más esquiva la contemplaba el joven, más crecía
su ardor, y por esto, después de haber continuado así por algunos meses,
sin poder reprimir ni hallar remedio a su pasión, determinó al fin salir
de Verona, en la idea de que un cambio de sitio pudiera en algo variar
sus sentimientos. «¿De qué me vale -se decía-amar a una ingrata que de
tal modo me desdeña? A todas partes la sigo, y no hace más que
huírseme; yo no me siento bien sino cuando estoy a su lado, y ella no
halla contento sino ausente de mí. Quiero no verla más en lo adelante;
pues, no viéndola, quizás este fuego mio, que toma alimento y sostén de
sus ojos, se amortiguará poco a poco.» Pero todos estos planes
quedaban en un segundo deshechos, y así, no sabiendo el joven por qué
resolverse, pasaba noches y días en quejumbres extraordinarias; pues
Amor le había tan bien impreso en el alma la hermosura de la doncella,
le estrechaba tan fieramente, que, no pudiendo resistirle, sucumbía bajo
su peso y se acababa insensiblemente, como la nieve al sol.

Sus padres y deudos, que esto veían, lamentaban hondamente su
desastre; pero, sobre todo, un íntimo compañero suyo, de alguna más
edad y experiencia, el cual tanto le amaba que se hacía partícipe de su


martirio(1341); por lo cual, viéndole así entregado a sus desvaríos
amorosos, le dijo:

-Romeo, me admira en gran manera que consumas los mejores años
de tu vida en solicitar una persona que te excusa y menosprecia, sin
hacerse cuenta de tus excesivas dilapidaciones, sin cuidarse de tu dicha,
de tus lágrimas, ni de la vida miserable que llevas, capaz de mover a
piedad los más duros corazones; ruégote, por lo tanto, en nombre de
nuestra antigua amistad y por tu propio bien, que aprendas a dominarte
en lo futuro y a no entregar tu corazón a persona tan ingrata; pues, a lo
que puedo inferir por las cosas que han pasado entre vosotros, o ella
tiene amor por alguno, o ha formado el propósito de no querer a nadie.
Eres joven, rico en bienes de fortuna, de mejor parecer que ningún otro
hidalgo de la ciudad, tienes instrucción, eres hijo único. ¡Qué angustia
para tu pobre, anciano padre, para tus demás parientes, el verte así
lanzado en este abismo de vicios, en la edad precisamente en que
debieras hacerles esperanzar en ta virtud! Empieza a reconocer el error
en que has vivido hasta aquí, aparta ese amoroso velo, que te tapa los
ojos y que te impide seguir la recta senda por que han marchado tus
progenitores; y si en amar te empeñas, pon tu afecto en persona distinta,
elige una mujer que lo merezca y no siembres más tus penas en
fructífera. La época en que las damas de la ciudad se reúnen se halla
próxima: quizás en medio de esa sociedad pueda tu vista fijarse tan
agradablemente en alguna, que te haga al cabo olvidar tus precedentes
pasiones.

Habiendo escuchado el joven atentamente las persuasivas palabras
de su amigo, comenzó a moderar su ardor y a conocer que las
exhortaciones hechas no tendían sino a buen fin, disponiéndose, por lo
tanto, a asistir a todas las concurrencias y festines de la ciudad, sin
conservar preferencia determinada por ninguna dama. Y pensado que lo
hubo, lo puso en planta por dos o tres meses consecutivos, creyendo de
este modo extinguir las chispas de su antigua llama.

Llegó a poco tiempo de esto la fiesta de Navidad, en que, según
costumbre, se daban bailes de máscaras; y como Antonio Capuleto era
el jefe de su casa y uno de los más encumbrados señores de la ciudad,
concertó un festín, convidando, para mejor solemnizarlo, a toda la
nobleza de ambos sexos, en la que se hallaba comprendida la mayor
parte de la juventud de Verona. La familia de los Capuletos, como se ha
dicho al principio de esta historia, se hallaba en desavenencia con la de


Montescos, razón por la cual ninguno de los de ésta asistió a la fiesta,
exceptuando el adolescente Romeo, que, disfrazado de máscara, entró
después de la cena, en unión de otros jóvenes caballeros. Mantuviéronse
todos por algún rato con la faz cubierta, mas luego se desenmascararon,
y Romeo, vergonzoso, colocose en un rincón de la sala, donde, sin
embargo, por la claridad de las bujías que iluminaban la estancia, fue al
punto notado, especialmente por las damas, a quienes, no sólo cautivaba
su natural belleza, sino la seguridad y atrevimiento de verle penetrar
con tal privanza en la mansión de los que tan mal debían quererle. Y
como los Capuletos, bien por su propia respetabilidad o por
consideración a las personas que les rodeaban, disimulando su odio, no
le hiciesen reproche de especie alguna, Romeo, que a su sabor podía
contemplar a las damas todas, lo hizo con tan cumplida gracia, que no
quedó una sola que no recibiera placer de verlo allí.

Después que el mancebo, siguiendo la corriente de sus inclinaciones,
hubo formado juicio particular de todas las jóvenes, se fijó en una, no
vista hasta entonces, que por su extrema belleza vino a ocupar el primer
puesto en su corazón; y esta nueva llama, que destruyó por completo la
antigua, tomó tan colosales proporciones que jamás pudo extinguirse en
lo futuro sino por la muerte, como vais a saber por una de las más
extrañas narraciones que ha podido el hombre imaginar.

(1342)La joven de quien Romeo se apasionó tan perdidamente se
llamaba Julieta, y era hija de Capuleto, señor de la casa donde tenía
lugar la fiesta. Sus miradas, paseándose de un extremo a otro, habían
tropezado con el mancebo y fijándose en su belleza singular, y Amor,
que estaba en acecho y nunca antes de allí tocara el tierno corazón de la
doncella, lo punzó tan a lo vivo que, por más resistencia que quiso
oponer, no pudo contrarrestarle en fuerza; resultando de aquí que la
pompa del festín comenzó a serle indiferente, y que el único placer de
su pecho vino a cifrarse en contemplar a Romeo y en que éste clavase
sus ojos en ella. En tal disposición de sentimientos, los dos amantes, en
cuyas almas ya había la pasión abierto una ancha brecha, buscaban con
ansia la ocasión de reunirse y platicar juntos, lo cual les ofreció la
propicia fortuna; pues viendo Romeo que Julieta había sido invitada al

baile de La Antorcha(1343), en el que por cierto sobrepujó a todas las
jóvenes de Verona, calculó el puesto en que debía quedar, y tomó tan
bien sus medidas que a la conclusión, vuelta Julieta al punto de que
había partido, se encontró sentada entre el mancebo y otro llamado


Mercucio(1344), cortesano muy estimado y bien recibido de todos, a
causa de sus chistes y galanteos, y sobre todo, atrevido con las vírgenes
como un león con las ovejas.

Viendo Romeo que el dicho Mercucio (cuyas manos lo propio en
verano que en invierno se hallaban heladas) se había apoderado de la
derecha de la joven, tomó la izquierda de ésta y apretándola un poco, se
sintió tan favorablemente correspondido que perdió el habla. Notándolo
Julieta, ya deseosa de escucharle, volviose para mirarle y le dijo:
«¡Bendita sea la hora de vuestra llegada a este sitio!» Y como el
mancebo, suspirando y tembloroso, le preguntase la causa de semejante
manifestación, prosiguió la doncella, algún tanto más repuesta: «No os
asombre que de ello me felicite, pues el frío glacial que me ha
comunicado la mano de Mercucio me lo ha quitado felizmente la
vuestra».

A lo cual contestó inmediatamente Romeo:

-Señora, si el cielo me ha favorecido hasta el punto de poderos
brindar un servicio por haberme casualmente acercado aquí, lo estimo
bien empleado, no deseando otra fortuna, para colmo de mis contentos
en el mundo, que honraros y serviros durante el resto de mi vida. Si el
calor de mi mano os ha confortado algún tanto, puedo aseguraros que su
fuego es harto insignificante en comparación con las chispas que
despiden vuestros bellos ojos, fuego que ha inflamado de tal modo
todas las partes sensibles de mi ser, que, si no le asiste vuestra divina
gracia, va a verse pronto reducido a cenizas.

Apenas pronunciadas estas frases, dio fin el juego, y Julieta, que en
puro amor se encendía, sólo tuvo ocasión de decir por lo bajo a su
celebrador:

-No sé qué más cierto testimonio podéis desear de mi afecto que el
de aseguraros que soy tan vuestra como vuestro propio individuo,
hallándome pronta a obedeceros en cuanto el honor permita. Es todo lo
que al presente puedo manifestaros, suplicando que ello os baste hasta
que una ocasión propicia nos proporcione la dicha de hablar
privadamente.

Viéndose, pues, obligado Romeo a partir con sus compañeros, sin
saber de qué medio valerse para tornar al lado de la que era su vida y su
muerte, ignorando hasta su nombre, inquirió de un amigo y por él supo


que la joven era hija de Capuleto, el señor de la casa en que había
tenido lugar el festín. Julieta, por su parte, anhelosa igualmente de
conocer al que tanto la había obsequiado, al que ya ocupaba en su alma
un preferente lugar, yéndose a una anciana camarera, la dijo: «Madre,
¿quiénes son esos dos hidalgos que llevan antorchas y salen los
primeros?» Y como el aya la indicara el nombre de sus familias, añadió
la doncella: «¿Qué joven es aquél que lleva un antifaz en la mano y va
cubierto con una capa de damasco?» «Es Romeo Montesco -contestó el
ama-, hijo del capital enemigo de vuestro padre y sus parientes todos».

El solo nombre de Montesco bastó para sumir a la joven en una
confusión extrema, comprendiendo toda la distancia que le apartaba de
su bien amado; sin embargo, supo tan bien disimular su descontento que
la nodriza, sin concebir la menor sospecha, la instó a recogerse. Hízolo
así la joven; pero, ya en su lecho, un millar de pensamientos diversos
surgieron en su mente y comenzaron a atormentarla de tal modo que le
era imposible conciliar el sueño. Vagando entre la idea halagadora que
daba fomento a su pasión y el temor de obrar indiscretamente, que
tendía a cortar el vuelo de aquella, no sabía qué partido adoptar, y
exclamaba deshecha en llanto, reprochándose a sí misma: «¡Ah! Infeliz
y miserable criatura, que pierdes el reposo sin saber cómo te vienen
estos desusados trastornos que en el alma sientes, ¿sabes acaso si te ama
ese joven, si te ha dicho verdad? Quizás, usando de melosas palabras,
trata él de arrebatarte el honor, de vengar en tus parientes las ofensas
que han recibido los suyos, de inferirte una infamia eterna, haciéndote
la fábula y el ludibrio de Verona».

Variando luego de sentido, condenaba su conducta y se decía:
«¿Cabe en lo posible que, bajo formas tan bellas, bajo una tan completa
apariencia de dulzura, se alberguen la deslealtad y la traición? Si la faz
es la fiel mensajera de las concepciones del espíritu, segura estoy de que
me ama, pues sus mutaciones de color al hablarme, sus repentinos
trasportes son ciertos augurios de pasión. Quiero, pues, persistir en este
afecto, hacerle el constante ídolo de mi existencia. Nuestra alianza,
concluyendo la desunión de las dos familias, traerá a ellas una paz
inextinguible».

Fija en esta determinación, cuantas veces pasaba Romeo por la
puerta de su casa se presentaba con alegre rostro y le seguía con los ojos
hasta verle desaparecer; mas esto duró solo por espacio de algunos días,
siendo la causa que el mancebo, habiendo atisbado cierta vez a su


adorada en la ventana de su aposento, que daba a una calle muy
estrecha limitada en la acera opuesta por un jardín, comenzó desde
entonces a pasearse por allí de noche, cubierto con una capa y bien
provisto de armas, excusando pasar por la puerta y abrir camino a las
sospechas.

Julieta, que no se explicaba la ausencia del joven, mantenía una
continua impaciencia, la cual, llevándole al sitio de que hemos hablado,
se lo hizo descubrir a favor de la claridad de la luna, casi tocando a su
ventana. Alarmada al par que conmovida viéndole tan cerca, preñados
de lágrimas los ojos y con voz interrumpida por los suspiros, se dirigió
a él y le dijo:

-Señor Romeo, paréceme que prodigáis mucho vuestra vida,

aventurándola en tal hora a la merced de los que mal os aman(1345), de
los que, a encontraros, os harían pedazos y comprometerían mi honor,
que estimo más que la vida.

-Señora -contestó Romeo-, mi vida está en manos de Dios, y él sólo
puede disponer de ella. Si alguno intentase quitármela, le haría entender
en vuestra presencia cómo sé defenderla, sin que por decir esto la
estime en tanto que, en caso de necesidad, no la sacrificara gustoso por
vos. De perderla aquí, no me pesaría otra cosa que haber perdido con
ella el medio de haceros comprender cuánto os amo y deseo serviros.
Para rendiros sólo homenaje de adoración y respeto hasta el último
suspiro la quiero, no para otra cosa.

Conmoviose hondamente Julieta al escuchar estas palabras, y dando

entrada en su pecho a la piedad, apoyada la cabeza en la mano(1346) y
bañado el rostro en lágrimas, dijo a Romeo:

-Señor, os suplico que no me recordéis el peligro de que habláis,
pues la sola idea de él me hace estar entre la vida y la muerte. Mi
corazón se halla tan unido al vuestro, que el menor sinsabor que
recibierais se haría extensivo a mí: en gracia, pues, de nuestro bien
común, decidme en pocas frases lo que tratáis de hacer. Aguardar
privanza alguna contraria al decoro sería manteneros en un error; si, por
el contrario, es santa la voluntad que os anima, si el afecto que me
confesáis se halla basado en la virtud y arde en deseos de hacerme
esposa vuestra, tan amante y dispuesta me encontraréis que, sin tener en
cuenta la obediencia y respeto que debo a mis padres, ni la antigua


enemistad de nuestras familias, os haré dueño y señor perpetuo de mi
persona y de cuanto la atañe, y me hallaréis pronta y dispuesta a
seguiros a donde quiera que os plazca.

Romeo, que no aspiraba a otra cosa, elevando las manos al cielo y en
medio de un indefinible contento, respondió:

-Pues que me hacéis el honor de aceptarme por esposo, estoy pronto
a serlo, y mi corazón, que ardientemente lo anhela, os quedará en
prenda y como seguro testimonio de la palabra empeñada hasta que
Dios me permita mostrarlo con la evidencia. Para dar, pues, comienzo
al asunto, ir mañana a consultar con Fray Lorenzo, quien, no sólo es mi
padre espiritual, sino mi consultor ordinario en negocios de interés
privado, y tan pronto como le hable (si no lo lleváis a mal) acudiré a
este propio sitio y a idéntica hora, a fin de instruiros de nuestros planes.

Y esto dicho y convenido, se apartaron los dos amantes sin que
Romeo, a excepción del consentimiento prestado, hubiera alcanzado
otro favor.

Fray Lorenzo, de quien más adelante se hará amplia mención, era un
antiguo doctor en teología, de la orden de religiosos menores, el que
además de su vasta instrucción canónica era muy versado en filosofía,
escudriñador profundo de los secretos de la naturaleza, y hasta tenido,
en tal concepto; como inteligente en materias de magia y en otras
ciencias reservadas, lo que en nada realmente atacaba su reputación. Y
se había, por su discreto proceder y sus bondades, tan bien ganado la
voluntad de los ciudadanos de Verona, que era casi el único confesor de
ellos. Chicos y grandes le reverenciaban y querían, los altos magnates le
pedían su voto en las circunstancias difíciles y le dispensaban entero
favor, especialmente el señor de la Escala y las familias de los
Montescos y los Capuletos.

El joven Romeo, según queda dicho, desde su más tierna edad
profesaba una gran afección a Fray Lorenzo y le hacía depositario de
sus menores secretos; así es que, tan pronto como dejó a Julieta, se fue
derecho a San Francisco y puso en noticia del buen padre cuanto pasado
y convenido había, añadiéndole, por conclusión, que, antes de faltar a su
promesa, se hallaba dispuesto a elegir una muerte vergonzosa. Enterado
el digno religioso, hizo al joven cuantas observaciones el caso requería
exhortándole a pensar con más detenimiento; mas vencido por su
pertinacia y, por otro lado, halagando la idea de que el tal matrimonio


pudiera quizás concluir la desunión de las dos familias, accedió al fin a
sus instancias bajo condición de tomarse un día para convenir el medio
de llevarlo a cabo.

Mientras así obraba Romeo, Julieta, por su parte, no se descuidaba, y
como, a excepción de su nodriza que en clase de camarera la
acompañaba de continuo, no tenía otra persona a quien abrir su corazón,
confió a la expuesta todo su secreto, viniendo al fin a alcanzar que le
prometiese su ayuda y fuese a inquirir de Romeo lo convenido entre él y

Fray Lorenzo(1347). El enamorado joven, que otra cosa no deseaba, la
informó al instante de lo resuelto; díjola que el padre había remitido
para el día en que estaban la decisión del caso; que, en consecuencia de
ello, hacía apenas una hora acababa de verle, y que el proyecto era, en
resumen, que la joven pidiese permiso a su familia para ir a confesar el
sábado próximo a cierta capilla de la iglesia de San Francisco, donde
debía quedar secretamente celebrado su matrimonio.

Instruida Julieta de todo, se condujo con tal discreción que alcanzó el
permiso de su madre, y sólo acompañada de la nodriza y de una joven

amiga suya(1348) se fue a la iglesia el día convenido, haciendo avisar sullegada a Fray Lorenzo. Éste, que se hallaba a la sazón en el
confesonario, vino al instante en su busca, y bajo pretexto de confesarla
se la llevó a su celda, donde estaba Romeo. Una vez allí, cerró tras sí la
puerta y dijo a la doncella:

-Montesco, aquí presente, me ha dicho que deseáis tomarle por
esposo y que él también quiere haceros su mujer; ¿persistís ambos en
dicho propósito?

Y como los dos amantes contestasen de acuerdo, viendo conformes
sus voluntades y previas las competentes recomendaciones, pronunció
las sacrosantas palabras, invitando a los nuevos esposos a que
conferenciasen libremente si tenían algo que decirse. Romeo, precisado
a salir, aprovechose del permiso que le daban, y después de pedir a
Julieta que le enviase al ama por la tarde, la previno que iba a proveerse
de una escala de cuerdas a fin de penetrar en su habitación a través de la
ventana y poder comunicarle a solas sus pensamientos.

Arregladas así las cosas, separáronse los dos amantes, llena el alma
de increíble contento y de la más dichosa esperanza. Tan pronto como
Romeo llegó a su casa, contó cuanto se deja dicho a un servidor suyo,


llamado Pedro(1349), en cuya experimentada fidelidad tenía confianza
extrema, mandándole hacerse de una escala de cuerdas, provista a los
extremos de fuertes garfios de hierro; y Julieta, por su parte, cuidó de
enviar la nodriza a la hora convenida, la que pudo así recoger el
utensilio citado y traer con él a su señora la seguridad de la próxima
visita del mancebo.

Preciso es creer, por lo que otros en idéntica situación han sentido,
que la distancia del tiempo debió parecer en extremo larga a los
apasionados, que cada minuto se trocó para ellos en una hora, y que, si
hubiesen podido mandar al cielo, como Josué al sol, la tierra se habría
instantáneamente cubierto de las más oscuras sombras.

Llegado el instante, engalanose Romeo con su más suntuoso traje, y
favorecido por su buena estrella, se sintió poseído de tal vigor al
acercarse al sitio que daba aliento a su alma que, sin el menor
embarazo, franqueó la muralla del jardín, y hallando ya pendiente de la
ventana la escala consabida, subió por ella a la habitación de Julieta

(1350). Ésta, que con tres cirios de cera virgen había puesto su estancia
como el día para mejor distinguir, se arrojó incontinenti al cuello de
Romeo, e incapaz de proferir palabra, toda suspirante y siempre unidos
sus labios a los de su bien, quedó como desfallecida en brazos de éste,
enviándole tiernas miradas que le hacían vivir y morir a un propio
tiempo. Al cabo, volviendo de su éxtasis, dijo al joven:

-Romeo, ejemplo de virtud y gallardía, sed bien venido a este sitio en
que, por causa de vuestra ausencia, temiendo por vos, he derramado
tantas lágrimas que casi se ha agotado su manantial. Puesto que ahora
os tengo en mis brazos, por satisfecha me doy de lo que he sufrido, y
dispongan como quieran sobre el porvenir la muerte y la fortuna.

A lo cual, todo enternecido, contestó Romeo:

-Señora, aunque no alcance a comprobaros la influencia y poder que
ejercéis sobre mí, si puedo asegurar que los tormentos sufridos por
vuestra ausencia me han sido mil veces más dolorosos que la muerte, la
cual, a no haberme esperanzado de continuo en esta hora venturosa,
habría tronchado el hilo de mis días. El presente instante compensa,
empero, mis pasadas aflicciones, y me hace más feliz que si fuera señor
del mundo. Sí, olvidemos las antiguas miserias; demos expansión a
nuestras almas, y obremos con tal discreción y prudencia que nos sea


dable continuar por siempre en reposo y tranquilidad, sin ofrecer
ventaja alguna a nuestros enemigos.

A este punto habían llegado cuando, presentándose la nodriza, les
dijo:

-Quien malgasta su tiempo en balde, demasiado tarde lo recobra.
Uno y otro os habéis proporcionado sinsabores, y he ahí, prosiguió
señalando a determinado punto de la habitación, el sitio en que podéis
desquitaros. Los amantes no desperdiciaron el consejo, y redoblando los

dulces agasajos, arribaron al colmo de su felicidad(1351).

Habiendo amanecido, apartose Romeo del lado de Julieta jurándola
antes que no dejaría pasar dos días sin visitarla, en tanto que la suerte le
impidiera proclamar su matrimonio a la faz del mundo. Y cumpliéndose
esto así, los dos esposos continuaron viéndose y gozando de un
contento increíble hasta que la fortuna, envidiosa de tal prosperidad,
tornose en adversa y los llevó a un abismo en que pagaron con usura las
dichas pasadas, como lo vais a ver en el curso de esta relación.

Según queda ya dicho, el señor de Verona no había podido llevar a
tal punto la reconciliación de los Montescos y Capuletos que hubiera
hecho desaparecer las chispas de su antiguo rencor, y por esta causa
sólo aguardaban las dos familias un ligero pretexto para atacarse. Las
fiestas de Pascua proporcionaron esta ocasión, pues que, habiéndose
encontrado cerca de la puerta de Bursari, delante del viejo castillo de
Verona, dos partidas de las casas ya mencionadas, sin entrar en palabras
comenzaron a acuchillarse, instigados y movidos los Capuletos por un
tal Tybal, primo hermano de Julieta, el que hacía las veces de jefe,
siendo en extremo atrevido y diestro en el manejo de las armas.
Esparcido bien pronto el rumor de la contienda por los cantones de la
ciudad, empezó a acudir gente de todas partes; el propio Romeo, que a
la sazón se paseaba con algunos amigos por la población, no tardó en
presentarse en el sitio de la riña, y viendo el desastre que se operaba
entre sus allegados, no pudiendo reprimirse, dijo a sus compañeros:
«Separémosles, señores, pues unos y otros se hallan tan ciegos que va a
hacerse general la pelea». Y dando el ejemplo, precipitose en medio de
los combatientes y, sin hacer otra cosa que parar los golpes que le
asestaban, exclamaba sin interrupción: «Basta, amigos; tiempo es ya de
que acaben nuestras rencillas; con ellas ofendemos a Dios grandemente,
escandalizamos al mundo entero o introducimos el desorden en la


república». Pero era tal la acritud de los contendientes que, sin oír la
voz de paz, sólo trataban de herirse y descuartizarse. Los espectadores,
viendo cubierta la tierra de brazos, piernas y miembros ensangrentados,
se llenaban de terror, no acertando a darse cuenta de semejante coraje ni
a juzgar de qué parte se inclinaba la victoria. De improviso,
encontrándose Tybal con Romeo, le asesó una furiosa estocada,
creyendo atravesarle de parte a parte; mas librado Romeo por la cota de
malla, que a precaución usaba siempre, sin mostrarse agraviado, le dijo:

-Tybal, comprenderás por la paciencia que hasta el presente he
guardado que no me ha traído aquí el afán de combatir y sí sólo el de
mediar entre vosotros, y si a otra cosa atribuyeras mi falta de acción,
harías gran injusticia a mi renombre. Créeme, existe otro particular
respeto que me impone abstención en las actuales circunstancias, y te
ruego así que no abuses, que te des por conforme con la sangre
derramada, con la mucha más que antes de ahora se ha vertido, y que no
traspases los límites de mi buen deseo.

-Cobarde, respondiole Tybal, te equivocas si crees que tu lengua ha
de servirte de escudo; procura defenderte o, si no, te arrancaré la vida.

Y esto diciendo, le asestó tan tremenda cuchillada que, a no pararla
su contrario, le hubiera separado la cabeza de los hombros. Indignado
éste y sintiendo sobre sí la injuria, empezó a su vez el ataque, y lo hizo
con tal empuje y presteza que, al tercer golpe, atravesó a Tybal por la
garganta, derribándole muerto a tierra. La caída del jefe puso fin a la
pelea, y como el finado descendía de una casa encumbrada, el podestá
destacó tropas para prender a Romeo, el cual, viéndose perdido, se
dirigió presuroso a la celda de Fray Lorenzo, quien, enterado del lance,
le proporcionó secreto asilo en el convento.

Mientras esto pasaba, se hizo público en la ciudad el accidente
sucedido a Tybal, y los Capuletos, para mejor reclamar justicia,
cerrados de luto y llevando el cadáver de su deudo, se presentaron al
señor de Verona, ante el cual también acudieron los Montagües,
ansiosos de justificar a su pariente y de probar la agresión de su
contrario. Reunido el Consejo, mandó que al punto se depusieran las
armas, y en cuanto al hecho de Romeo, como había tenido lugar en
defensa propia, la sentencia dictada fue la de perpetuo destierro.

Estas determinaciones no calmaron, empero, la general pesadumbre.
Los unos, viendo en Tybal al más diestro de sus campeones, llamado a


gozar de una posición brillante, lamentaban sin rebozo su pérdida; los
otros, especialmente las damas, se dolían de la ruina de Romeo, el que,
además de una gracia exquisita, tenía el natural privilegio de atraerse
los corazones. Sin embargo, ninguno de éstos sentía pesar tan hondo
como la infortunada Julieta, que, noticiosa de la muerte de su primo y
del destierro de su marido, se mostraba inconsolable. Dejándose a veces
arrastrar por el imperio de su extrema pasión, se arrojaba en el lecho, y
allí, con lloros y lamentos extraordinarios, rendía los ánimos de todos;
otras, en medio de súbito trasporte, mostrándose inquisidora, al divisar
la ventana por la que solía entrar su marido, exclamaba:

-¡Oh ventana infeliz! ¡A través tuyo se han urdido las fatales tramas
de mis primeras desventuras! ¡Ah! Si en otro tiempo me ofreciste un
leve placer, una felicidad transitoria, ¡con cuánta usara me haces pagar
ahora! ¡Mi débil cuerpo, incapaz de resistencia, sucumbirá
irremisiblemente, libertando al espíritu de la pesada carga que le
abruma! ¡Romeo, Romeo! cuando, principiada nuestra intimidad, di
oídos a tus dobladas promesas confirmadas por tantos juramentos, ¡cuán
lejos estaba de pensar que, en vez de mantener el afecto y apaciguar a
los míos, habías de romper aquel lazo de un modo tan vil y reprensible,
desprestigiando para siempre tu nombre y dejándome sin consorte! Si
tan sediento estabas de la sangre de los Capuletos, ¿por qué no has
derramado la mía en las mil ocasiones que secretamente me he hallado
a merced tuya? ¿No tenías por bastante el haber triunfado de mí, para
así poner el sello a tu victoria, sacrificando a mis parientes? Anda,
prosigue engañando a otras infelices, sin tratar de encontrarme, sin que
ninguna de tus excusas llegue a mis oídos. Mi triste vida se pasará en
medio de lloro tan continuo que, agotada al fin toda la humedad del
cuerpo, buscará en breve su refugio en la tierra.

Y así produciéndose, lleno de apretura el corazón, quedaba un
instante sin llanto ni palabra, hasta que, poco a poco reponiéndose,
continuaba con exhausta voz:

-¡Ah! Lengua que matas el honor ajeno, ¿cómo osas infamar al que
rinden elogios los propios enemigos? ¿Cómo insultas a Romeo, a quien
nadie defiende? ¿Qué refugio tendrá en lo adelante, cuando la que ser
debiera su único amparo le persigue y le disfama? ¡Oh, Romeo, recibe,
como expiación de mi ingratitud, el sacrificio que estoy pronta a hacerte
de mi propia vida; así se ostentará evidente la falta que he cometido

contra la lealtad, así serás vengado y yo castigada!(1352)


Y tratando de continuar su discurso, perdió las fuerzas, viniendo a
quedar como muerta.

Mientras Julieta se entregaba de tal suerte a su dolor, la buena
nodriza, inquieta de su larga ausencia y recelosa de lo mucho que sufría,
la buscaba sin descanso por todo el palacio de su padre, hasta que,
habiendo penetrado al fin en el aposento de la joven, la halló tendida en
su lecho, yerta y rígida como un cadáver. Creyéndola muerta al
principio, comenzó a gritar fuera de sí; mas notando en breve que
respiraba, llamándola repetidamente, la hizo volver de su éxtasis. Esto
alcanzado, la dijo:

-No sé en verdad por qué obráis de este modo, ni por qué os dais a
tan inmoderada tristeza. Viéndoos ha poco, he pensado morir.

-¡Ah! Mi excelente amiga -contestó la desolada Julieta-, debéis
fácilmente comprender con cuán justa razón me lamento, pues que he
perdido en un segundo los dos seres que me eran más caros.

-Paréceme -replicó la buena anciana-, que, tomando en cuenta
vuestra honra, obráis mal llegando a tal extremo, porque en la hora del
conflicto debe predominar la prudencia. ¿Pueden acaso nuestras
lágrimas volver la vida al señor Tybal? Su temeridad excesiva es solo la
causa del accidente. ¿Hubiérais querido que Romeo, haciendo afrenta a
su raza, sufriera el ultraje de un igual suyo? El que viva debe ser para
vos un consuelo. Además, siendo como es persona de rango, bien
emparentado y querido de todos, puede más adelante ser llamado de su
destierro. Armaos, pues, de paciencia: si la fortuna lo aleja de vos por
algún tiempo, al devolvéroslo, estad cierta que os hará experimentar una
dicha más grande, un contento mayor del que hasta aquí habéis sentido

(1353). Vaya, dadme palabra de no afligiros así, e iré a la celda del
padre, a saber de vuestro esposo y a inquirir el sitio en que se oculta.

Accedió la joven, y la buena ama, habiéndose encaminado a San
Francisco, supo por boca del mismo Fray Lorenzo que Romeo iría, cual
de costumbre, a ver a Julieta y a enterarla de lo que pensaba hacer en lo
futuro.

Las horas que ésta pasó esperando fueron horas de inquietud y
ansiedad, horas iguales a las del marino que ve la calma después de la
tormenta, y sucederse otra vez al tiempo bonancible, que le
tranquilizaba, un nuevo y más furioso huracán.


Llegado el momento convenido, se presentó Romeo en el jardín, y
hallando ya dispuesto lo necesario, hizo su habitual ascensión, cayendo
en brazos de Julieta, que, conmovida, le esperaba. Y uno y otro amante,
sin poder pronunciar palabra, deshechos en lágrimas y mezclando con
ellas sus besos, permanecieron así largo rato, hasta que, apercibiéndolo
el joven, dijo a su compañera:

-Amiga mía, no entra ahora en mi pensamiento haceros relato de los
mil extraños accidentes de la frágil, inconstante fortuna, que tan pronto
eleva al hombre al pináculo de su favor como le sumerge en las
mayores miserias. En un solo día se sufre por lo gozado en cien años, y
esto precisamente me pasa a mí, que, siempre objeto de la
contemplación de mis parientes y favorito de la fortuna, esperaba llegar
al colmo de la felicidad reconciliando, por medio de una dichosa unión,
el encono de nuestras dos familias. Todo mi propósito ha venido a
tierra, todo me ha salido contrario, y de hoy en adelante tendré que
vagar por extrañas provincias, sin tener seguro asilo. Ésta es mi
situación, y sólo me resta pediros que soportéis con resignación mi
ausencia hasta que Dios se digne terminarla.

Al llegar a este punto, Julieta, sin dejarle seguir adelante, deshecha
en llanto, le dijo:

-¡Cómo! Romeo, ¿tendréis tan duro el corazón, seréis tan
despiadado, que me dejéis aquí sola, rodeada noche y día por miserias
que me presentan sin cesar la muerte, sin consentir que la alcance? La
desgracia quiere conservarme la vida, a fin de recrearse en mi pasión y
triunfar con mi pena, y vos, como ministro y tirano de su crueldad,
después de haberme alcanzado, no tenéis, por lo que veo, reparo alguno
en abandonarme. Prueba evidente de que han decaído las leyes del
afecto es lo que sucede; esto es, que aquel en quien cifraba mi mayor
confianza, y por quien me he hecho enemiga de mí misma, me desdeñe
y desprecie. No, no, Romeo, fuerza es que optéis por uno de estos
extremos: o el de verme arrojar por la ventana, a fin de seguiros, o el de
permitirme que os acompañe a todas partes. Mi corazón se ha
identificado a tal punto con el vuestro, que a la sola idea de separación
me siento morir. Sólo ansío la vida para estar junto a vos y ser partícipe
de vuestros infortunios. Así, pues, Romeo, si el hidalgo pecho fue una
vez albergue de la piedad, recibidla ahora en el vuestro y acordadme
seguiros. Si el traje femenil es un inconveniente, mudaré de vestido;
otras de mi sexo lo han hecho ya por huir de la tiranía familiar. ¿Creéis


que Pedro, vuestro criado, os sirva mejor que yo? ¿Será acaso más fiel?
Mi belleza, que tanto habéis ponderado, ¿no tiene poder alguno? Mis
lágrimas, mi afecto, las satisfacciones que os he dado, ¿no se tomarán
en cuenta?

Viéndola Romeo que tanto se exaltaba, y temeroso de que fuera a
más, la tomó en sus brazos y, besándola tiernamente, la dijo:

-Julieta, única dueña de mi corazón, ruégoos en nombre de Dios y
del ferviente cariño que me profesáis que desechéis tal intento, si no
queréis la completa ruina de entrambos. Sí, en cuanto vuestro padre os
eche de menos, nos hará perseguir por todas partes y, descubiertos,
como es fuerza que seamos, nos hará castigar, a, mí como raptor, y a
vos como hija rebelde y desobediente. Venid a razón; yo prometo obrar
de tal modo en mi destierro que, antes de cuatro meses lo más tarde,
será alzado, y si así no sucede, resulte lo que quiera, vendré aquí y,
auxiliado de mis amigos, os sacaré de Verona, no con disfraz alguno,
sino como a mi esposa y eterna compañera. Moderad, pues, vuestra
pena y vivid en la persuasión de que tan sólo la muerte podrá apartarme
de vos.

Las razones de Romeo hicieron tal fuerza en Julieta, que ésta
respondió:

-Mi eterno amigo, sólo deseo lo que sea de vuestro agrado; id donde
quiera; siempre mi corazón os permanecerá fiel. Lo que os pido es que
no dejéis de comunicarme, por conducto de Fray Lorenzo, el estado de
vuestros asuntos y el lugar de vuestra residencia.

Y sin más, los dos pobres amantes permanecieron juntos hasta que la
luz natural les obligó a separarse, poseídos de una profunda tristeza.
Romeo se fue en derechura a San Francisco, y después de haber
enterado a Fray Lorenzo de lo que importaba, partió de Verona,
disfrazado de mercader extranjero. Llegado a Mantua sin el menor
inconveniente, despachó a Pedro, su criado y acompañante, a casa de su
padre, para que permaneciese al servicio de éste, y él, por su parte,
alquiló una casa, donde por espacio de algunos meses hizo vida
ejemplar, tratando de vencer el disgusto que le atormentaba.

No así la infeliz Julieta. Incapaz de vencer su dolor, palidecía
notablemente, y con hondos, continuados suspiros revelaba su pena.
Notándole, pues, su madre, la dijo:


-Querida mía, si continuáis de tal suerte, atraeréis antes de tiempo la
muerte de vuestro buen padre y la mía; tratad, pues, de consolaros y
esforzaos por estar alegre, sin pensar más en la desgracia de vuestro
primo Tybal. ¡Dios se ha servido llamarle! ¿Pensáis contrariar su
voluntad por medio del lloro?

Pero la pobre criatura, no hallando fuerzas contra su mal, la
respondió:

-Señora, tiempo hace que he vertido mis últimas lágrimas por Tybal,
y tan deseco se halla el manantial de ellas, que no brotará otras.

No comprendió la madre el verdadero sentido de estas palabras y
calló, por temor de entristecerla; pero viendo pocos días después que
continuaban sus tristezas y angustias, trató de inquirir, no sólo de la
paciente, sino de los criados de la casa, lo que podía ser motivo de
semejante duelo. No acertando a conseguirlo, la pobre madre, apesarada
al extremo, formó lo resolución de comunicarlo al señor Antonio, su
marido, y con esta idea, yendo hacia él un día, le dijo:

-Señor, si habéis observado el comportamiento de nuestra hija
después de la muerte de Tybal, su primo, notaréis con sorpresa que se
ha operado en él una rara mutación; pues no contenta con privarse de
beber, comer y dormir, ni se ejercita en otra cosa que en llorar y
lamentarse, ni tiene más gusto y deleite que mantenerse reclusa en su
alcoba, entregada tan profundamente a su dolor que, si no ponemos
remedio, dudo que pueda vivir. Inútiles han sido mis indagaciones; por
más que he inquirido el origen de su mal, permanece aún secreto, pues
si bien juzgué al principio que fuera la muerte de su primo, pienso ahora
lo contrario; habiendo oído de su propia boca que ya había derramado
por ella las últimas lágrimas. No sabiendo qué pensar de todo esto, he
venido a figurarme que la causa de su tristeza es el despecho de ver
establecidas a la mayor parte de sus compañeras y la convicción que se
ha formado quizás de que deseamos conservarla soltera. En tal virtud,
por vuestro reposo y por el suyo os pido encarecidamente que tratéis en
lo futuro de proporcionarla un enlace digno de nuestra casa.

A lo cual, mostrándose anuente, contestó el señor Antonio:

-Muchas veces he pensado en lo que me proponéis, habiéndome sólo
decidido a dar largas el no haber cumplido nuestra hija los diez y ocho.
Hoy, empero, que las cosas están a punto, me daré tal prisa de hacerlo,


que motivo habrá para que vos quedéis contenta y ella se recobre de las
desmejoras sufridas. Sin embargo, conveniente me parece que indaguéis
si se halla apasionada de alguno para, en tal caso, no pretender altas
alianzas, sin mirar primero por su salud, tan cara para mí, que prefiriera
morir pobre y desheredado a dar m i hija a quien mal pudiera tratarla.

Hecha pública la decisión del señor Antonio, no tardaron en
presentarse muchos hidalgos, conocedores de la belleza, virtudes y
linaje de Julieta, solicitándola en matrimonio; pero entre todos ellos
ninguno pareció tan ventajoso como el joven Paris, conde de Lodronne,
a quien desde luego fue acordada la mano de aquélla. Gozosa la madre
de haber encontrado tan excelente partido para su hija, la hizo llamar en
privado, y después de referirla cuanto había tenido lugar
precedentemente, le hizo larga y detallada relación de la belleza y
gracias del conde, exaltándole, por conclusión, sus exquisitas prendas e
inmensos bienes de fortuna. Julieta, que antes hubiera sufrido ser
descuartizada que consentir en tal enlace, revistiéndose de una audacia
no habitual en ella, dijo a su madre:

-Señora, me admira que con tanta franqueza me deis a un extraño sin
consultar antes mi parecer; obrad, si os place, así, mas estad segura que
no es a gusto mío. En cuanto al conde Paris, primero que ser suya
perderé la vida, y causa de que la pierda seréis vos, que me entregáis a
quien ni puedo, ni quiero, ni sabré amar. Pensad en esto, os lo suplico, y
dejadme en completa libertad hasta que la cruel fortuna disponga de mí.

La doliente madre, que no sabía qué juicio formar de la respuesta de
su hija, toda confusa y fuera de sí se fue en derechura a su marido, a
quien sin reserva alguna contó el caso; siendo consecuencia de ello que
el buen anciano previniese la inmediata presentación de Julieta.
Obedeciendo ésta al punto, comenzó por echarse a las plantas de su
padre y bañarlas con sus lágrimas; luego, queriendo implorar gracia, la
ahogaron los gemidos, y quedó sin poder articular palabra. Pero el
anciano, sin moverse en lo más mínimo a compasión, la dijo con cólera:

-Hija desobediente e ingrata, ¿has olvidado ya lo que tantas veces me
has oído contar en la mesa acerca del poder que los antiguos padres
romanos tenían sobre sus hijos? Lícito les era venderlos, darlos en
prenda, traspasarlos a su antojo en caso de necesidad; mas aún, tenían
sobre ellos el derecho de vida y muerte. ¿Con qué prisiones, con qué
tormentos, con qué ataduras no te castigarían esos padres de Roma, si
resucitasen y viesen la ingratitud, la felonía y la desobediencia que usas


con el tuyo? Él te ha proporcionado uno de los más grandes señores de
esta provincia, uno de los más renombrados por sus virtudes, uno del
cual tú y yo somos indignos, atendidas sus esperanzas y lo alto de su
alcurnia, y, sin embargo, ¡te haces la delicada y rebelde, y quieres
contrariar mi voluntad! Juro por el Dios que te ha hecho venir al mundo
que si en todo el día del martes no te pones en aptitud de presentarte en
mi castillo de Villafranca, a donde debe acudir el conde Paris, y no das
a éste allí palabra de esposa, según lo convenido, no sólo te desheredaré
de cuanto tengo, sino que te encerraré en una estrecha y solitaria

prisión, que te hará mil veces maldecir la hora en que naciste(1354). Y
cuenta ser más cauta en lo futuro; porque sin la promesa que tengo
empeñada al conde, ahora mismo te haría sentir todo lo que pesa la

cólera de un padre indignado(1355).

Y esto dicho, sin esperar ni querer oír cosa alguna, salió el anciano,
dejando a su hija de rodillas en el aposento. Ésta, penetrada de la gran
irritación en que ardía su padre, temerosa de que fuese a más, se encerró
en su alcoba, y toda llorosa, pasó la noche sin pegar los ojos. Venida la
mañana, saliose a la calle, acompañadla de su camarera, y bajo pretexto
de ir a misa, se fue a los Franciscos en busca de Fray Lorenzo, a quien,
en símil de confesión, hizo relato de todo lo ocurrido, concluyendo con
estas frases:

-Señor, pues sabéis que no puedo casarme dos veces, y que sólo
tengo un Dios, un esposo y una creencia, me hallo resuelta, al salir de
aquí, a dar fin con estas dos manos que unidas veis ante vos a mi
dolorosa existencia, para que mi espíritu testifique al cielo y mi sangre a
la tierra la fe y lealtad que he guardado.

Sorprendido a lo sumo Fray Lorenzo, y leyendo en el feroz
continente de Julieta, en sus errantes miradas, que algo de siniestro
maquinaba, para disuadirla de su propósito, la dijo:

-Hija mía, os suplico en nombre de Dios que moderéis vuestro enojo
y os mantengáis tranquila en este sitio hasta que yo haya tomado
providencia, segura que antes de marcharos os daré tal consuelo y
pondré tal remedio a vuestras angustias que quedaréis satisfecha y
contenta.

Y habiéndola así tranquilizado, salió de la iglesia y se fue a su celda,
donde comenzó a proyectar diversas cosas, fluctuando siempre entre su


conciencia, que le imponía estorbar el matrimonio del conde Paris, y el
peligro de llevar a cabo una empresa dificultosa por mano de una joven
sencilla e inexperta, cuya menor falta de ánimo habría de traer por
resultado la publicación del secreto, la deshonra de su nombre y el
castigo de Romeo. Por fin, después de pensarlo mucho, comprendió que
triunfaba el deber de su conciencia y que era fuerza evitar a todo trance
el adulterio de Julieta, desposada por él mismo. Firme, pues, en esta
resolución, abrió su gabinete, tomó un frasco, y viniendo en busca de la
joven, que yerta esperaba su sentencia de vida o muerte, la preguntó:

-¿Qué día es el señalado para la boda?

-El fijado para prestar mi consentimiento al matrimonio acordado
por mi padre es el miércoles próximo; pero la celebración de los
desposorios no debe verificarse hasta el dos de setiembre.

-¡Hija mía -dijo entonces el religioso-, levanta el espíritu; el Señor
me ha abierto un camino para librar, tanto a ti como a Romeo, de la
cautividad que les amenaza! Conocí a tu esposo en la cuna, he sido el
depositario de sus más íntimos secretos, le amo cual si fuera mi hijo, y
nunca permitirá mi corazón que sufra daño en lo que pueda intervenir
mi experiencia. Siendo tú su esposa, debo amarte también y tomar
empeño en sacarte del martirio y la angustia que te oprimen; así, pues,
hija mía, entérate del secreto que voy ahora a descubrirte, y guárdate
bien de revelarlo a persona alguna, porque tu vida depende de ello. No
debes ignorar, por lo que aquí se dice y por el renombre de que gozo en
general, que he viajado por casi todos los puntos habitables del globo;
durante veinte años consecutivos he mantenido el cuerpo en
movimiento perenne, exponiéndolo en los desiertos a merced de las
brutas fieras; en las ondas, al azar de los piratas; y así en la tierra como
en el mar a mil otros peligros y contratiempos. Estas peregrinaciones,
no te creas, no, que me han sido inútiles: aparte del increíble contento
que han hecho sentir a mi espíritu, me han proporcionado otro particular
provecho, del que, mediante la gracia de Dios, tendrás pruebas en breve.
Es el de haber aprendido las propiedades secretas de las piedras,
metales y otras cosas ocultas en las entrañas de la tierra, aprendizaje que
me sirve de auxiliar (contra la común ley de los hombres) cuando la
urgencia lo pide, y comprendo que no hay ofensa contra el cielo; pues
estando, como estoy, al borde de la tumba, y debiendo dar pronto cuenta
de mis actos, me cuido más de los juicios de Dios que cuando bullía en
mi cuerpo la ardorosa sangre juvenil. Uno de los tantos frutos


alcanzados consiste en la preparación de una pasta, ya probada, que
hago de ciertos soporíferos, y la cual, reducida a polvo y tragada en un
líquido, adormece de tal modo al que la toma, y paraliza sus sentidos y
espíritus vitales tan altamente, que no hay médico, por excelente que
sea, que dé por vivo al que se halla sometido a su influjo; siendo lo
extraño del caso que no produce el más simple dolor y que el paciente,
después de un sueño dulce, torna a su primitivo ser así que ha terminado
la operación. Desecha, pues, todo femenil temor; ármate de brio, porque
solo en la fuerza de tu alma estriba la salvación o la muerte. Escucha
mis instrucciones. He aquí este frasco; guárdalo cual si fuera tu vida, y
en la tarde, víspera de tus esponsales, o en la madrugada del mismo día,
llénalo de agua y bebe su contenido. Un sopor agradable te invadirá en
el acto, y extendiéndose insensiblemente por las partes todas de tu
cuerpo, las dominará con tal vigor que quedarán inmóviles, sin visos de
sensibilidad. En ese éxtasis permanecerás, por lo menos, cuarenta horas;
sorprendidos los que te cerquen, juzgándote muerta, según la inveterada
costumbre de la ciudad, te harán llevar al cementerio, que está cerca de
la iglesia, y te colocarán en la tumba do reposan tus antepasados los
Capuletos. En el intermedio, por persona de nuestra devoción se dará
aviso en Mantua al señor Romeo, que no dejará de acudir aquí la noche
subsecuente, y entre él y yo, abriendo el sepulcro, te sacaremos de él, y
tu esposo, terminado el éxtasis, podrá llevarte consigo sin que lo recelen
tus parientes, y guardarte a su lado hasta el instante feliz en que, lograda
la armonía, todos reciban contento del caso.

Terminado el discurso de Fray Lorenzo, del que Julieta llena de
atención no había perdido una sola frase, dio ésta entrada en su alma a
una nueva alegría y contestó a aquél:

-Padre, no temáis que me falte valor al poner en práctica lo que me
habéis ordenado; pues, aunque fuese una terrible droga, un veneno
mortal lo que me dais, preferiría apurarlo a caer en las manos de quien
no puede poseerme. A más de esto, es deber mío armarme de fortaleza y
arriesgarme a todo, a fin de acercarme a la persona de quien depende
completamente mi vida y toda la ventura que espero en la tierra.

-Anda, pues, hija mía, bajo la guarda de Dios, la repuso el buen
padre. Yo le pido que sea tu guía y que te mantenga en la firmeza que
muestras, durante la ejecución de tu obra.

Separada Julieta de Fray Lorenzo, se volvió cerca de las once al
palacio de su familia, donde a la entrada se vio con su madre, que la


aguardaba impaciente, para preguntarle si continuaba en sus primeros
errores; pero la joven, anticipándose a la pregunta y mostrando un
semblante más alegre que de ordinario, la dijo:

-Señora, vengo de San Francisco, donde, si bien me he demorado
más de lo conveniente, no ha sido sin fruto ni sin alcanzar, por conducto
de nuestro padre espiritual, un gran reposo de conciencia. He hecho a
éste una franca confesión de lo ocurrido, y el buen religioso me ha
ganado tan bien con sus santas advertencias y dignas exhortaciones que,
a persistir aún en mi repugnancia al matrimonio, me veríais dispuesta a
obedeceros en todo lo que tuvierais a bien mandarme. En tal virtud,
señora, os suplico que impetréis la gracia de mi padre y le digáis, si no
os enoja, que, de acuerdo con sus prescripciones, me hallo dispuesta a
reunirme en Villafranca con el conde Paris y a aceptarle allí, en
presencia vuestra, por señor y esposo. En prueba de que lo siento así,
me voy a mi alcoba a elegir el más precioso traje, para, presentándome
en tal atavío, proporcionarle mayor contento.

Regocijada altamente la buena madre, y sin hallar palabras con que
responder, se fue presurosa a buscar al señor Antonio, a quien contó
punto por punto el buen sentir de su hija y el completo cambio que en
ella había operado Fray Lorenzo. Oído esto por el anciano, se llenó de
placer extremo y dijo bendiciendo a Dios:

-Amiga mía, no es éste el primer bien que hemos recibido de este
santo varón y, de seguro, no existe un ciudadano en esta república que
no le sea deudor de algo. ¡Así hubiera querido el Señor rebajarlo veinte
años a costa de un tercio de mi vida; tanto me apesara su mucha vejez!

Incontinenti fue a ver el señor Antonio al conde Paris, a quien trató
de persuadir que viniese a Villafranca; pero éste, no considerándolo
oportuno, propuso por el pronto y como más conveniente hacer una
visita a Julieta, lo cual se llevó a efecto. Advertida la madre, hizo
prevenir a su hija, quien se mostró lo más complaciente posible y supo
desplegar tales gracias, que su futuro, ya antes de partir, sintió cautivo
el corazón, y no cesó de instar a los padres de su prometida por la
pronta realización del matrimonio. Y así como este día se pasaron otros
y otros más hasta la víspera de los desposorios, para los cuales se había
preparado tan en grande la madre que nada faltaba de lo que pudiera dar
lustre y realce a su casa. Villafranca, como ya lo hemos dicho, era un
sitio de placer, a una o dos millas de Verona, donde el señor Antonio
acostumbraba ir a solazarse, sitio en el que debía darse el convite de


bodas, así que éstas se celebrasen en Verona.

Sintiendo Julieta que su hora se acercaba, fingía lo mejor que podía
y, llegado el momento, dijo a su inseparable camarera:

-Mi excelente amiga, sabéis que hoy es la víspera de mi casamiento,
y como deseo por esta causa pasar la mayor parte de la noche en
oración, os suplico me dejéis sola y que mañana, sobre las seis, vengáis

a ayudarme a vestir(1356).

A lo que asintió sin dificultad la buena anciana, bien ajena de lo que
trataba de hacer.

Sola en su estancia la joven, tomó agua de una vasija que estaba
sobre la mesa, llenó el frasco que le había dado el religioso, y hecha la
mistión, puso el todo sobre el travesero de su cama. Acostándose
enseguida, comenzaron a asaltarla nuevos pensamientos y a hacerla
sentir tal recelo de muerte que, no pudiendo con su irresolución, se
quejaba sin cesar, diciendo:

-Sí, soy la más desventurada e infeliz mujer que ha venido al mundo.
Para mí no hay en la tierra sino desgracia, miseria y mortal angustia;
pues el hado me ha reducido a tal extremidad que, para poner en, salvo
mi honor y mi conciencia, necesito apurar aquí un brebaje cuya virtud
desconozco. ¿Quién me asegura que estos polvos no operen con más
presteza o retardo de lo preciso y que, descubierta por ello mi falta, no
se me convierta en la fábula del pueblo? ¿Quién me responde de que las
serpientes, de que otros venenosos reptiles, huéspedes cotidianos de los
sepulcros y las mazmorras, no me ofendan, teniéndome por muerta?
¿Cómo soportar la fetidez de las pudriciones y osamentas de mis
antepasados, a cuyo lado estaré? ¿Y si es que me despierto antes que
Romeo y el padre vengan en mi auxilio?

Y así influida por estas ideas, fue tan adelante su imaginación que se
la figuró ver el aspecto o fantasma de su primo Tybal, herido y
chorreando sangre, pronosticándole que iba a ser enterrada viva en
medio de cadáveres y descarnados huesos. Su cuerpo delicado comenzó
entonces a estremecerse, sus blondos cabellos a erizarse, y presa del
miedo, empapada en copioso sudor, se contempló ya entre infinitos
muertos, que la daban tirones por do quiera, desgarrándole las carnes.
En tal aberración de espíritu, sintiendo que las fuerzas la abandonaban
poco a poco y que por exceso de debilidad iba a fallar en su empresa,


como furiosa y arrebatada, conteniendo la mente, apuró el líquido del
pomo y, cruzados los brazos, se dejó caer sobre el lecho.

Un instante después el éxtasis la invadió completamente.

Llegada la hora, su camarera, que la había encerrado bajo llave,
abrió la puerta y, creyendo despertarla, comenzó a decirla en voz alta:
«Señorita, señorita, basta de sueño; el conde Paris vendrá a levantaros».
Pero la pobre mujer gritaba en balde; pues, aunque los más horribles y
tempestuosos ruidos del mundo hubieran sonado en los oídos de la
joven, sus espíritus vitales se hallaban de tal modo adormecidos, que no
la hubieran hecho incorporar.

Sorprendida la infeliz anciana, comenzó a tocarla, notando que
estaba fría como el mármol; luego, percibiendo que no respiraba, le
vino a la mente que se encontraba muerta. Fuera entonces de sí, corrió
en busca de la madre, la cual, frenética; como un tigre que ha perdido
sus cachorros, se precipitó en el cuarto de su hija y al verla en tan
lastimoso estado, juzgándola sin vida, prorrumpió de este modo:

-¡Ah! Muerte cruel, que has puesto fin a toda mi alegría y felicidad,
acaba de cebar tus iras, a fin de que no se aumente mi martirio viviendo
en tristeza el resto de mis días.

Dicho esto, se puso a gemir de tal modo que parecía iba a
deshacérsele el corazón, y en fuerza de sus clamores, el padre, el conde
y gran número de señores y damas que habían llegado para honrar la
fiesta se enteraron del caso y movieron semejante duelo que, a ver sus
semblantes, hubiera creído cualquiera que era el día del Juicio Final. El
señor Antonio, sobre todos, sentía tan oprimida el alma que le faltaban
llanto y voz, y no sabiendo qué hacer, mandó por los más expertos
doctores de la ciudad, los cuales, enterados del pasado de la joven,
declararon unánimemente que había muerto de melancolía. Si hubo,
pues, en algún tiempo mañana triste, lamentable, desgraciada y fatal,
ninguna ciertamente lo fue tan en alto grado como la que se publicó en
Verona la muerte de Julieta; tan sentida fue de grandes y chicos que, en
vista de la común lamentación, se hubiera creído, y no sin fundamento,
que estaba en peligro la república.

Y causa había para ello, porque la joven, además de su esplendente
belleza y de las muchas virtudes de que la había dotado naturaleza, era
tan dulce, prudente y modesta que reinaba en los corazones de todos.


En tanto que estas cosas se pasaban, Fray Lorenzo había despachado
diligentemente un buen religioso de su convento, llamado Fray

Anselmo(1357), con una expresa carta para Romeo, en la cual, después
de referirle cuanto había tenido lugar entre él y Julieta, le hablaba de la
virtud del brebaje y le recomendaba venir la noche próxima, en que
debía terminar la operación de aquél, para que recogiese a su esposa y
al abrigo de un disfraz la llevase a Mantua, conservándola a su lado
hasta que ocurriese un cambio de fortuna.

Diose prisa el monje, y llegó en breve a su destino; mas como es
costumbre de Italia que los franciscos se acompañen de un hermano de
su orden para andar por la ciudad, el de que hablamos se fue a buscarlo
a su convento, encontrándose con que no podía salir después de haber
entrado, en razón de que pocos días antes había muerto un religioso, de
peste según se decía, y los diputados de la sanidad habían prevenido al
guardián de los Franciscos que no permitiese a ninguno de éstos
comunicarse con las personas de fuera en tanto que los señores de
justicia no diesen permiso. Causa fue esto de un gran mal, como
después veréis; pues el portador de la carta, que ignoraba el contenido
de ella, no pudiendo entregarla personalmente, prefirió aguardar al día
siguiente para hacerlo.

Esto acontecía en Mantua, mientras en Verona tenían lugar los
funerales de Julieta. De acuerdo con la antigua usanza del país, que da
abrigo en un propio sepulcro a los parientes más cercanos, la joven fue
llevada al común panteón de los Capuletos, erigido en un cementerio
inmediato a la iglesia de los Franciscos, el mismo en que Tybal
reposaba.

Terminados en toda forma los fúnebres obsequios, se retiraron los

concurrentes, siendo uno de tantos Pedro(1358), servidor de Romeo, el
que, como ya antes dijimos, había sido enviado de Mantua a Verona
para servir a Fray Lorenzo y comunicar a su amo cuanto pasara en su
ausencia. Habiendo, pues, este fiel criado visto poner en la fosa a
Julieta, y creyéndola muerta a ejemplo de los demás, tomó la posta en el
acto y se presentó en casa de su señor, a quien dijo, todo deshecho en
lágrimas:

-Amo mío, os ha sucedido un tan extraordinario accidente que, si no
os armáis de fortaleza, me temo ser el ministro de vuestra muerte. Sí,
señor, sabedlo; desde ayer mañana, salida del mundo, reposa en paz la


señorita Julieta. Yo la he visto enterrar en el cementerio de San
Francisco.

Al oír tan triste nueva, no conoció límites el dolor de Romeo, pues
tal parecía que iba a abandonarle la vida. Su acendrado amor, tomando
creces en tal extremidad, le sugirió de pronto la idea de que muriendo él
junto a su amada, no sólo alcanzaría más glorioso fin, sino que aquélla
(a tal punto llegaba su delirio) se mostraría más complacida. Firme en
esto, después de haberse enjugado el rostro para extinguir las huellas de
su pesar, se salió de casa, prohibiendo seguirle a su criado, y se puso a
recorrer los barrios de la población en busca de remedios para su mal. Y
habiéndole, entre otras, llamado la atención la tienda de un boticario,
por lo mal provista de pomos y otros adherentes del oficio, pensando
entre sí que la suma pobreza del dueño le haría prestarse a lo que
proyectaba, le llamó aparte y le dijo en secreto:

-Maestro, he aquí cincuenta ducados: dadme por ellos un tósigo
violento, que mate al que lo tome en un cuarto de hora.

Vencido por la avaricia, el desgraciado le acordó lo que pedía y;
fingiendo preparar ante los que se hallaban presentes una droga
ordinaria, compuso el veneno y dijo por lo bajo al comprador:

-Os doy más de lo que necesitáis, pues sólo la mitad de la poción

haría morir en una hora al hombre más robusto del mundo(1359).

Recibido el veneno, fuese Romeo a su casa, y habiendo manifestado
a su servidor que pensaba partir inmediatamente para Verona, le mandó
hacer provisión de velas, yesqueros e instrumentos propios para abrir el
sepulcro de Julieta, recomendando especialmente que fuese a esperarle
al cementerio de San Francisco, sin hablar a nadie de su desgracia, bajo
pena de la vida. Obedeció Pedro religiosamente y anduvo tan listo que
llegó en breve al sitio designado y tuvo tiempo de prepararlo todo.

Romeo, por su parte, abrumada el alma de mortales pensamientos, se
hizo traer tinta y papel, y después de consignar sucintamente por escrito
la historia de sus amores, los detalles de su matrimonio, los auxilios
prestados por Fray Lorenzo, la compra del veneno, hasta su futura
muerte, y de cerrar, sellar y poner sobre las cartas la dirección de su
padre, encerró el todo en la bolsa, montó a caballo y llegó en breve, a
través de las densas tinieblas de la noche, a la ciudad de Verona, a
tiempo suficiente para reunirse con su criado, que ya le esperaba en San


Francisco(1360) provisto de linternas y los demás utensilios
recomendados.

-Pedro -dijo Romeo a su servidor-, ayúdame a abrir este sepulcro, y
así que lo esté, bajo pena de muerte, ni te acerques a mí ni pongas
estorbo a lo que quiero ejecutar. Toma esta carta, haz que mi padre la
reciba al levantarse, pues quizás le sea más agradable de lo que
imaginas.

No acertando a comprender el criado la intención de su amo, se
mantuvo a la distancia necesaria para observarle. Ya abierto el sepulcro,
bajó Romeo dos escalones, alumbrándose él mismo, y después de
contemplar dolorosamente el cuerpo de la que era el órgano de su vida,
de estrecharle mil veces contra sí, de cubrirlo de lágrimas y besos, sin
poder apartar de él un instante la vista, puso las temblorosas manos
sobre el frío estómago de Julieta, pasolas por sus yertos miembros y, no
hallando el menor síntoma de vida, sacó de su bolsa el veneno y,
habiéndolo apurado casi todo, exclamó:

-¡Oh Julieta! Mujer que el mundo no merecía, ¿cuál más grata
muerte pudiera elegir mi corazón que la que sufre a tu lado? ¿Cuál más
glorioso sepulcro que tu propia tumba? ¿Cuál más digno, más sublime
epitafio para conservar la memoria de lo presente que este mutuo,
lastimoso sacrificio de nuestras vidas?

Y así afanado en su pena, palpitándole el corazón por la violencia
del tósigo que le acababa, errantes los ojos, descubrió a Tybal, que aún
no corrupto yacía cerca de Julieta, y hablándole cual si estuviera vivo,
le dijo:

-Primo Tybal, sea cualquiera el sitio en que estés, imploro ahora tu
perdón por haberte privado de la vida. Si estás sediento de venganza,
¿qué otra más grande o cruel satisfacción pudieras esperar que ver al
que mal te ha hecho envenenado por su mano propia y sepulto contigo?

Expresado así su pensamiento, sintiéndose desfallecer poco a poco,
se puso de rodillas y, con voz casi extinta, murmuró:

-¡Señor Dios, que para redimirnos bajaste del trono de tu Padre y te
encarnaste en el vientre de la Virgen, yo te pido que tengas compasión
de esta pobre alma afligida, pues harto conozco que el cuerpo es tierra
únicamente!


Y, presa de un dolor terrible, se dejó caer con tal ímpetu sobre el
cuerpo de Julieta que el ya extenuado corazón, incapaz de resistir ese
violento y último esfuerzo, le flaqueó de una vez, haciendo volar el
alma(1361)

.

Fray Lorenzo, conocedor del período fijo en que debía efectuarse la
operación de su narcótico, sorprendido de no tener respuesta a la carta
enviada a Romeo por el hermano Anselmo, salió de San Francisco y,
con instrumentos a propósito, se dirigió a abrir la tumba de Julieta. La
claridad que en ésta brillaba despertó, empero, su terror, detúvose
instintivamente, y entonces, presentándosele Pedro, le aseguró que su
amo se hallaba en el sepulcro y que no había cesado de lamentarse en
dos horas. Recelosos, ambos penetraron en el panteón y, encontrando
sin vida a Romeo, se entregaron a tan profundo duelo cual pueden sólo
comprender los que han sentido verdadera amistad por alguno.

En tanto que esto hacían, terminó el éxtasis de Julieta, y vuelta en sí,
dudosa por el esplendor que la rodeaba de si era sueño o sombra lo que
miraba, reconoció a Fray Lorenzo, y le dijo:

-Padre, ruégoos en nombre de Dios que me habléis, pues no sé lo
que me pasa.

Temiendo el monje verse sorprendido en el cementerio si prolongaba
en él su estancia, no ocultó nada a la joven y la hizo un fiel relato de
todo. Contola cómo había mandado a Mantua al hermano Anselmo, con
una carta para Romeo; cómo éste la había dejado sin respuesta, y cómo,
al venir él a libertarla, se había dado con su muerto esposo en la propia
tumba. Mostrándoselo entonces, la exhortó a sufrir con paciencia el
infortunio acaecido, prometiéndola, si era de su agrado, conducirla a un
privado convento de monjas, donde quizás alcanzaría con el tiempo
moderar su pena y dar reposo a su alma. Pero nada de esto último oyó
Julieta: fuera de sí al distinguir el cadáver de su bien querido, hecha un
torrente de lágrimas, sin poder casi respirar en fuerza del inmenso dolor
que la oprimía, se arrojó sobre aquél y, teniéndole abrazado, parecía
querer reanimarle con su aliento y sus sollozos. Por fin, después de
haberle besado y rebesado un millón de veces, exclamó:

-¡Ah! Dulce reposo de mis pensamientos y de todos los placeres que


he sentido, al fijar aquí tu cementerio entre los brazos de tu fiel amante,
al concluir por su causa la existencia en la flor de tus años y cuando el
vivir debía serte caro y deleitoso, ¿no dudó un ápice tu corazón? ¿Cómo
pudo afrontar ese tierno cuerpo la imagen de la muerte? ¿Cómo permitir
tu juventud que te confinases en este lugar inmundo y fétido, para servir
de pasto a viles gusanos? ¡Ay, ay! ¿qué necesidad había al presente de
que se renovasen en mí estos dolores, que el tiempo y la resignación
debían extinguir y sepultar! ¡Ah!, ¡cuán ruin y miserable soy! ¡Ansiosa
de poner fin a mis males, agucé el cuchillo causante, sí, de la cruel
herida que en homenaje se me ha ofrecido! ¡Dichosa, desgraciada
tumba! ¡Tú testificarás a los siglos futuros la extrema unión de los dos
más infelices amantes que han existido! ¡Recibe hoy los últimos
suspiros y accesos del más cruel de todos los crueles agentes de ira y de
muerte!

En tal actitud se hallaba de continuar sus quejumbres, cuando vino
Pedro a advertir a Fray Lorenzo que se oía ruido cerca del murallón;
siendo esto causa de que uno y otro se alejaran. Viéndose entonces
Julieta sola y en plena libertad, se abalanzó de nuevo sobre el cuerpo de
Romeo, lo cubrió otra vez de besos, cual si ninguna otra idea que la
pasión imperara en su mente, y habiendo tirado la daga que aquél
llevaba al cinto, se dio de puñaladas en el corazón, exclamando
lastimeramente:

-¡Ah! Muerte, fin del infortunio y principio de la felicidad, sé bien
venida. No temas herirme en este instante; no prolongues mi vida un
segundo si no quieres que mi espíritu se afane en buscar el de mi
adorado entre ésos que ahí yacen. Y tú, mi dueño querido, Romeo, mi
leal esposo, si es que aún sientes lo que digo, recibe a la que has amado
fielmente y ha sido causa de tu fin violento. ¡Yo te ofrezco gustosa mi
alma para que nadie goce después de ti del amor que supiste conquistar,
y para que ella y la tuya, fuera de este mundo, vivan juntas por siempre
en la mansión de la eterna inmortalidad!

Y esto dicho, rindió el último suspiro.

A tiempo que estas cosas se sucedían, pasaban por los contornos del
cementerio los guardias de la ciudad, y notando el resplandor que
despedía el panteón de los Capuletos, temerosos de que algunos
nigromantes le hubiesen abierto para usos de su arte, penetraron en él y
se hallaron abrazados a los dos amantes, cual si aún diesen testimonio
de vida. Pronto, empero, se convencieron de la evidencia; pusiéronse a


inquirir y, en su afán de sorprender a los que juzgaban autores del
hecho, dieron tantas vueltas que, detrás de un banco de coro, hallaron al
fin al buen Fray Lorenzo y a Pedro, servidor del difunto Romeo, a los
cuales redujeron inmediatamente a prisión, dando parte de lo sucedido
al señor de la Escala y a los magistrados de Verona.

Publicado el caso en la población, no hubo alma viviente que no
abandonase su techo para contemplar el lastimero cuadro de que
hablamos. Los magistrados, por su parte, queriendo que todos tuviesen
conocimiento de la indagación y que nadie pudiera alegar ignorancia en
lo futuro, dispusieron que los dos cadáveres, en la misma disposición en
que fueron vistos, se colocasen en un tablado público, y que Pedro y el
buen religioso vinieran allí a producir sus descargos. Presente en él Fray
Lorenzo, luciendo su blanca barba, toda llena de gruesas lágrimas,
mandáronle los jueces que declarase el nombre de los homicidas; pues
que a indebida hora, armado de herramientas, había sido sorprendido
junto al sepulcro. Y el venerable hermano, hombre ingenuo y franco de
palabra, sin aparecer inmutarse por la acusación que se le hacía, dijo
con voz segura:

-Señores, no hay uno entre todos vosotros que, si piensa en mi
pasada vida, en mi anciana edad y en el triste papel que me hace hoy
representar mi desgraciada suerte, no se admire grandemente de la
inesperada mutación que contempla; pues que en setenta o setenta y dos
años que llevo en la tierra experimentando las vanidades del mundo,
jamás antes de ahora he sido acusado, ni menos convencido de falta
alguna que me haya hecho enrojecer, no obstante creerme ante Dios el
más grande y abominable pecador de la grey. Raro es, por tanto, que
sea, ya tocando a mi fin, cuando los gusanos, el polvo y la muerte me
llaman sin cesar a comparecer ante la justicia del cielo, cuando haya
venido a labrar el desprestigio de mi vida y de mi honor. Quizás son
estas gruesas lágrimas que corren en abundancia por mi faz las que han
hecho germinar en vuestros corazones esta siniestra opinión de mí; pero
olvidáis que Jesucristo, movido de piedad y compasión humana,
también lloró, y que el llanto es a menudo fiel pronóstico de la
inocencia de los hombres. Quizás, y es lo más creíble, son la hora
sospechosa y los hierros hallados los que me acusan como autor del
crimen; pero no reflexionáis que el Señor hizo iguales las horas, que, al
mostrarnos ser doce en el día, nos ha hecho ver que no hay excepción
de minutos, que en todo tiempo se ejecuta el mal y el bien, y que sólo
de su divina asistencia o su abandono estriba el bien o mal obrar de la


persona. Por lo que atañe a los hierros, no es necesario deciros para qué
uso se crearon primero, ni menos que ofenden por la maligna voluntad
del que los usa. Comprenderéis, en vista de esto, que ni lágrimas,
hierros ni horas pueden hacerme delincuente ni volverme otro distinto
de lo que soy, y sí sólo el testimonio de mi propia conciencia, que, en
caso de ser culpable, me serviría de acusador, testigo y verdugo.
Gracias a Dios, no siento ningún gusano que me coma, ningún
remordimiento que me labre por lo que hace al hecho que os tiene
consternados. Y a fin de tranquilizar vuestros espíritus y extinguir los
escrúpulos que pudieran quedaros, sin omitir lo más mínimo, lo juro por
mi salvación, voy a referiros la historia de esta lastimosa tragedia.

Y dando a ello principio el buen padre, les explicó el origen de los
amores de Romeo y Julieta, el tiempo que habían durado y las mutuas
promesas que se empeñaron los amantes, todo sin que él tuviera el
menor conocimiento. Contoles cómo aquéllos, aguijoneados por su
pasión, vinieron a confesarle sus cuitas y a pedirle que solemnizase ante
la Iglesia el matrimonio que de alma habían contraído, so pena de
ofender a Dios y obligarles a vivir en concubinato. Cómo, temeroso de
esto, teniendo en cuenta la igualdad de su riqueza, alcurnia y posición y
en la esperanza de alcanzar un día la reconciliación de las dos casas
enemigas, juzgando a Dios propicio, dio a los amantes la bendición
nupcial. Haciendo luego mención de la muerte de Tybal y del castigo y
marcha de Romeo, trayendo a capítulo lo del matrimonio proyectado
con el conde Paris, refirió la venida de Julieta a San Francisco y el
cómo, prosternada a sus pies, llena de indignación, le había ésta jurado
poner fin a sus días si no le daba auxilio y consejo; agregando el
religioso que, si bien se hallaba resuelto (a causa de una aprensión de
vejez y de muerte) a dar al olvido todo el misterioso aprendizaje que le
había ocupado en su juventud, movido de compasión y por temor de
que Julieta ejerciese alguna crueldad contra sí misma, acallando su
conciencia y prefiriendo dañar en algo su alma a consentir que la joven,
en perjuicio de la suya, maltratase su cuerpo, se había decidido a
emplear sus conocimientos y a darla un narcótico que la hiciese pasar
por muerta. Hecha esta declaratoria, contó el monje el envío de la letra
por conducto de Fray Anselmo, su asombro en no recibir la esperada
respuesta, el inexplicable hallazgo de Romeo, ya sin vida, en el panteón
de los Capuletos, la muerte, en fin, que se había dado la propia Julieta
con la daga de su amante, sin que a él le fuese posible salvarla por la
imprevista aparición de los guardas.


Y terminada así su relación, pidió Fray Lorenzo al señor de Verona y
a los jueces, no sólo que enviasen a Mantua para inquirir sobre el
retraso de Anselmo y el tenor de su misiva, sino que se hiciera declarar
a la criada de Julieta y a Pedro, el servidor de su marido.

Éste, que se hallaba allí presente, sin aguardar otra orden, dijo al
punto a los jueces:

-Señores, al entrar mi amo en el sepulcro me dio este paquete
(escrito, a lo que pienso, de su mano), con prevención de entregarlo a su
padre.

Abriose el rollo y se vio que contenía la completa historia del
suceso; hasta el nombre del boticario que había vendido el veneno, el
precio de la droga y la ocasión en que se había usado. Todo quedó tan
bien comprendido, tan fuera de duda que, para ver el caso idéntico, sólo
hacía falta una cosa, haber estado presente.

En razón de lo cual, el señor Bartolomé de la Escala (que en esa
fecha mandaba en Verona), después de haberse asesorado con los
jueces, dispuso que la asistenta de Julieta, por haber ocultado a sus
amos el matrimonio clandestino de aquélla y quitar la ocasión de un
bien, fuese desterrada; y que Pedro, en consecuencia de haber sólo
obedecido a su señor, fuese puesto en libertad. El boticario, preso,
sometido a tormento y declarado convicto, sufrió la horca. El buen
Padre Lorenzo, en atención a los antiguos servicios que había hecho a la
república de Verona y al justo renombre de su vida, fue dejado en paz,
sin nota alguna de infamia; pero él, de propia voluntad, se encerró en
una pequeña ermita, a dos millas de la población, donde aún vivió cinco

o seis años, haciendo ruegos y oraciones continuas. Por lo que hace a
los Montescos y Capuletos, derramaron tantas lágrimas a consecuencia
de este desgraciado accidente que, desahogada con ellas su cólera,
vinieron al fin a reconciliarse, alcanzando así la piedad lo que nunca
pudo la prudencia ni el consejo.
Y para inmortalizar la memoria de esta firme conciliación, ordenó el
señor de Verona que los cuerpos de los dos infelices amantes fuesen
colocados juntos en el sepulcro que les vio morir, erigido en columna de
mármol y cubierto de inscripciones. Así, pues, entre las raras
excelencias que se muestran en la ciudad de Verona, ninguna tan
célebre existe como el monumento de Romeo y Julieta.


FIN