EL HOMBRE QUE VOLVIÓ James Tiptree Jr

Había decidido volver, aunque el camino medía cincuenta mil años, y debería recorrerlo a pie.
¡Trasgresión! ¡Terror! Y él arrojado y perdido allí, lanzado a la imposibilidad, abandonado de un modo imposible de saber¡ presencia errónea en el más erróneo de los lugares erróneos, en el colapso inimaginable de un mecanismo que nunca será imaginado de nuevo. Aislado, deshecho, la vida escindida, sabiendo que en ese nanosegundo el último lazo se partía, se alejaba, y el último cabo de salvación se retiraba, se esfumaba, desaparecía para siempre más allá de sus manos, reduciéndose en el vórtice que se cerraba y más allá del cual estaba su hogar, su vida, su única posibilidad de ser; viendo cómo se disolvía engullido por esas fauces profundas, dejándolo huérfano en qué playa imposible de conocer con su rareza absoluta. ¿Belleza más allá de la alegría, tal vez? ¿Horror? ¿Nulidad? Una alteridad profunda: por cierto, fuera lo que fuese el lugar que estaba invadiendo, no podía mantener su vida allí, su aberración violenta y violadora; y él, feroz, valiente, loco, cerrado en una protesta total, un puño-cuerpo de absoluto repudio de sí mismo en ese lugar, olvidado allí, ¿qué hacía? Rechazado, exiliado, hambriento de añoranza y más desesperado que cualquier bestia en busca de un hogar inalcanzable, su hogar —su HOGAR —, y sin modo ni transporte ni vehículo ni medios ni maquinaria ni fuerza alguna salvo su intolerable decisión apuntada hacia su hogar a lo largo de ese vector que se esfumaba, ese último y único cabo de salvación. ¿Qué hizo?
Tomó una decisión, Volver.

Cuál fue la falla exacta en el trabajo del mayor arrendatario industrial del Laboratorio de Aceleración de Partículas de Bonneville, Idaho, no se supo nunca. O mejor dicho, los que podrían haber diagnosticado la disfunción original fueron obliterados casi inmediatamente por la catástrofe aún mayor que hubo a continuación.
La naturaleza de este segundo cataclismo tampoco se entendió al principio. Lo único seguro era que a las 1153.6 del 2 de mayo de 1989, Calendario Antiguo, los laboratorios Bonneville y todo su personal se transformaron en una materia turbulenta similar a un plasma de alta energía, que rápidamente voló por los aires al son de sismos radiales y perturbaciones atmosféricas.
La zona afectada lamentablemente incluía ojivas nucleares Watchdog en condiciones operativas.
En el caos de las horas siguientes la población de la Tierra quedó sustancialmente reducida, la biosfera alterada, y la Tierra misma perforada por infinidad de cráteres más convencionales. Durante algunos años los sobrevivientes sólo se preocuparon por subsistir y el especial hoyo de Bonneville fue abandonado a la intemperie de los cambiantes ciclos climáticos.
No era un cráter enorme; tenía apenas más de un kilómetro de ancho y le faltaba el acostumbrado borde de desplazamiento. La superficie estaba cubierta por una sustancia de textura delicada que se transformó en polvo. Antes que empezaran las lluvias era de una chatura casi perfecta. Sólo bajo cierta luz, Si hubiera habido alguien para inspeccionarlo, podía detectarse una pequeña marca en la superficie o zona erosionada casi exactamente en el centro.
Dos décadas después del desastre una tribu de individuos morenos y bajos llegó del sur, con un rebaño de ovejas un poco atípicas. Esta vez el cráter parecía una cuenca ancha de escasa profundidad donde la hierba no crecía bien, sin duda a causa de la ausencia absoluta de microorganismos en el suelo. Ni esto ni las vigorosas hierbas circundantes resultaban perjudiciales para las ovejas. Levantaron unas toscas cabañas en el borde meridional y se empezó a formar un sendero a través del mismo cráter, pasando por el centro desnudo.
Una mañana de primavera dos niños que arreaban ovejas a través del cráter regresaron chillando al campamento. Un monstruo había surgido del suelo frente a ellos, un animal enorme y chato que rugía espantosamente. Desapareció en un relámpago y un temblor de tierra, dejando un olor maligno. Las ovejas habían huido.
Como esto último era visiblemente cierto, algunos ancianos investigaron. Como no encontraron huellas del monstruo ni nada que pudiera servirle de guarida, decidieron aporrear a los niños, quienes decidieron sortear la zona en cuestión, y nada más ocurrió por un tiempo.
En la primavera siguiente el episodio se repitió. Esta vez lo presenció una muchacha de más edad pero sólo pudo añadir que el monstruo parecía brotar a lo largo del suelo sin moverse en absoluto. Y había unos raspones en la tierra. Tampoco esta vez se encontró nada; en el lugar dejaron una rama bifurcada con un conjuro.
Cuando lo mismo sucedió por tercera vez un año más tarde, la zona prohibida se extendió y se añadieron nuevos conjuros. Pero como el lugar no les causaba ningún perjuicio y la tribu morena había visto cosas mucho peores, la crianza de ovejas continuó como antes. Se presenciaron nuevas y fugaces apariciones del monstruo, siempre en primavera.
Al final de la tercera década de la nueva era un hombre alto y viejo bajó cojeando de las colinas del sur, los bártulos cargados sobre una rueda de bicicleta. Acampó en el otro extremo del cráter, y pronto encontró la guarida del monstruo. Quiso interrogar a la gente, pero nadie le entendió, así que cambió un cuchillo por un poco de carne. Aunque obviamente era débil, algo en él los disuadió de matarlo, y la medida fue sabia porque más tarde el viejo ayudó a las mujeres a cuidar de varios niños enfermos.
Pasaba mucho tiempo en la zona prohibida y estaba en las inmediaciones cuando el monstruo reapareció. Esto lo excitó mucho e hizo varias cosas inexplicables pero aparentemente inofensivas, entre ellas mudarse al cráter junto al sendero. Se quedó un año entero observando el lugar y estaba muy cerca cuando hubo otra aparición. Después pasó varios días tallando una piedra mágica, la dejó allí y partió hacia el norte, cojeando como cuando había venido.
Pasaron más décadas. El cráter se erosionó y un surco cavado por la lluvia se convirtió en un arroyo intermitente a través de un borde de la cuenca. La tribu morena y sus ovejas fueron atacadas por una banda de hombres agrisados, y después los sobrevivientes huyeron al este. Los inviernos de lo que había sido Idaho ahora casi no sufrían heladas; álamos y eucaliptos florecieron en la llanura húmeda. El cráter todavía no tenía árboles, y era visible como un cuenco chato y herboso; y el lugar desnudo del centro se conservaba. Los cielos se aclararon un poco.
Después de otras tres décadas una tribu más numerosa, negros con carros tirados por bueyes, apareció y se quedó un tiempo, pero partió de nuevo cuando ellos vieron también al monstruo rugiente. Pasaron por allí otros vagabundos.
Cinco décadas más tarde una pequeña colonia permanente había prosperado en la estribación de colinas más cercana, y desde allí hombres que montaban ponies con franjas oscuras en el lomo arreaban vacas gibosas cerca del cráter. Construyeron una choza cerca del arroyo, que a su vez se transformó en la morada de una familia de pelo rojo y piel olivácea. Al cabo, uno del clan volvió a ver al monstruo, pero esta gente no se marchó. Vieron la piedra que había dejado el hombre alto y no la tocaron.
La casa del borde del cráter se transformó luego en tres casas y se le sumaron otras, y el sendero que lo cruzaba se transformó en una carretera con un puente de troncos sobre el arroyo. En el centro del cráter, ahora vagamente perceptible, la carretera hacía una curva, dejando un lugar herboso que en el centro tenía un metro de tierra desnuda y extrañamente chata, y una roca de piedra arenisca con talladuras profundas.
Ahora se sabía que el monstruo aparecía regularmente cada primavera, en determinada mañana, en ese área, y los niños de la comunidad se retaban unos a otros a acercarse al lugar. Lo denominaban con un giro que podría traducirse como "el Viejo Dragón". La aparición del Viejo Dragón era siempre igual: un estruendo breve y violento que empezaba y se interrumpía abruptamente, en medio del cual una criatura reptílica parecía moverse coléricamente sobre la tierra aunque en realidad nunca se movía. Después quedaba un olor desagradable y la tierra humeaba.
La gente que lo veía de cerca hablaba de una sensación tiritante.
A principios del siglo dos un par de jóvenes llegaron al pueblo desde el norte. Sus ponies eran más toscos que los ejemplares locales y el equipo que traían incluía dos objetos que parecían cajas y que ellos instalaron donde aparecía el monstruo. Se quedaron en la zona un año entero, observando dos materializaciones del Viejo Dragón, y trajeron muchas noticias y mapas de caminos e información sobre ciudades mercantiles en las regiones más frías del norte. Construyeron un molino de viento que fue aceptado por la comunidad y se ofrecieron para construir una máquina de iluminar que fue rechazada. Luego partieron con las cajas, tras haber intentado en vano convencer a un muchacho aldeano que aprendiese a manejar una.
En el curso de las décadas siguientes otros viajeros pararon en la zona y se maravillaron ante el monstruo, y hubo luchas esporádicas en las montañas del sur. Una de las bandas armadas hizo una incursión en la aldea del cráter para robar ganado. Fue rechazada, pero los salteadores dejaron una enfermedad moteada que mató a muchos. En todo este tiempo el lugar desnudo del centro del cráter seguía igual, y el monstruo aparecía regularmente, observado o no.
El pueblo de la colina creció y cambió y la aldea del cráter se convirtió en pueblo. Los caminos se ensancharon y se enlazaron formando redes. Ahora había en las colinas coníferas gris verdoso que se extendían hasta la pradera, y lagartos chillones en las ramas.
Al terminar el siglo una banda harapienta de colonos vestidos con pieles vinieron del oeste con su ganado raquítico y eventualmente fueron muertos o ahuyentados, pero no sin que antes los rebaños locales hubieran contraído un parásito dañino. Se buscaron veterinarios en la ciudad del norte, pero poco pudo hacerse. Las familias que vivían en el cráter partieron y durante algunas décadas la zona estuvo desierta. Al fin un ganado de una raza nueva apareció en la planicie y la aldea del cráter volvió a ocuparse. En el centro desnudo el monstruo se manifestaba anualmente, y se convirtió en un fenómeno aceptado en la zona. En varias ocasiones vinieron delegaciones de la lejana Autoridad del Noroeste para observarlo.
La aldea del cráter floreció y se extendió a los campos donde antes pacía el ganado y parte del viejo cráter se transformó en el parque del pueblo. Se desarrolló una pequeña industria turística centrada en la zona del monstruo. Los habitantes del pueblo alquilaban cuartos para las apariciones y reliquias del monstruo, más o menos auténticas, se exhibían en las tabernas locales.
Ahora prosperaban varios cultos alrededor del monstruo. Una creencia persistente sostenía que era un demonio o un alma condenada, obligada a aparecer en la Tierra en un suplicio que expiaba la catástrofe de hacía tres siglos. Otros creían que era una especie de heraldo cuyo rugido presagiaba tiempos funestos o dichosos, según el creyente. Una secta muy efusiva enseñaba que la aparición registraba la conducta moral de la gente del pueblo en el año anterior, y estudió la aparición aquel buscando cambios que pudieran interpretarse para bien o para mal. Se consideraba afortunado, o peligroso, ser tocado por el polvo que levantaba el monstruo. En cada generación por lo menos un niño intentaba golpear al monstruo con un palo; y por lo general ganaba un brazo roto y una anécdota para contar toda su vida en la taberna. Tirar piedras u otros objetos al monstruo era un deporte popular, y durante algunos años la gente sistemáticamente le arrojó plegarias y flores. En cierta ocasión una partida intentó cazarlo con una red y sólo le quedaron hilachas y vapor. Hacía tiempo que el área del centro del parque había sido cercada.
A través de todo esto el monstruo hacía su enigmática y violenta aparición anual, se tendía furibundo e inmóvil, rugiendo de manera incomprensible.
Sólo en el cuarto siglo de la nueva era fue evidente que el monstruo había sufrido algunos cambios. Ya no estaba aplastado contra la tierra sino que tenía dos extremidades en alto, como si pateara o braceara. Con el transcurso de los años empezó a cambiar más rápidamente y a fines de siglo se había elevado hasta una postura acechante y espasmódica, y extendía los brazos como congelado en un movimiento giratorio. El rugido también tenía una modulación ligeramente diferente, y la tierra humeaba más y más después que aparecía.
Cundió la idea de que el monstruo-hombre estaba por hacer algo, por manifestarse definitivamente, y una serie de desastres y prodigios naturales sustentaron un vigoroso culto que enseñaba esta doctrina. Varios líderes religiosos viajaron al pueblo para observar las apariciones.
Sin embargo, las décadas pasaban y el monstruo-hombre no hacía más que girar lentamente, de modo que ahora parecía estar deslizándose o tambaleándose mientras se echaba hacia atrás como quien afronta un vendaval. Desde luego no había viento, y pronto la atmósfera general se tranquilizaba y no había más consecuencias.
A principios del siglo quinto del Nuevo Calendario tres delegaciones de investigación de la Autoridad Central del Norte llegaron al área y se quedaron para observar al monstruo. Instalaron en la zona un artefacto de grabación permanente, tras asegurar a los lugareños que no usaban altaciencia. Se adiestró a un muchacho del pueblo para que lo operara; renunció cuando su amiga lo abandonó, pero otro se ofreció como voluntario. En esa época casi todos creían que la aparición era un hombre o el fantasma de un hombre. El operador de la máquina y algunos otros, incluyendo al maestro de mecánica de la escuela, lo llamaban Hombre John. En las décadas siguientes las carreteras mejoraron muchísimo; todas las formas de viaje proliferaron y se habló de construir un canal hasta lo que había sido el río Serpiente.
Una mañana de mayo a fines del siglo quinto una joven pareja llegó traqueteando en un elegante carro verde tirado por millas, desde la estribación de Santés, al sudoeste. La muchacha tenía la piel dorada y hablaba con su joven esposo en un idioma que no se parecía a ninguno que el Hombre John hubiera oído al final o al principio de su vida. Lo que ella le dijo a él, sin embargo, se ha oído en todas las épocas y todas las lenguas.
—¡Oh Serli, me alegra tanto que hagamos este viaje ahora! ¡El verano que viene estaré tan atareada con el bebé!
A lo cual Serli respondió como lo han hecho a menudo los jóvenes esposos, y así se acercaron a la posada del pueblo. Allí dejaron el carro y el equipaje y fueron en busca del tío de ella, que los esperaba. Al día siguiente el Hombre John debía hacer su aparición anual, y Laban, el tío de ella, había venido del Museo de Historia de MacKenzie para observarlo y hacer ciertos preparativos.
Lo encontraron con el maestro de mecánica de la escuela, quien también operaba la máquina en la zona del monstruo. A continuación el tío Laban los llevó consigo a la oficina del alcalde del pueblo para presentarles a varios personajes religiosos. El alcalde no menospreciaba la industria turística, pero se puso de parte del tío Laban para lograr que los cultistas aceptaran a regañadientes la interpretación secular que las autoridades de MacKenzie hacían del monstruo, una tarea facilitada por el hecho de que discordaban entre ellos. Luego, viendo cuán bonita era la sobrina, el alcalde invitó a todos a cenar.
Cuando regresaron a la posada a pasar la noche el lugar estaba repleto de turistas.
—Vaya —dijo el tío Laban—, se me ha secado la garganta de tanto hablar, hija de mi hermana. ¡Cuántas sandeces dice esa fanática Moksha! Serli, muchacho, sé que querrás hacerme preguntas. Permíteme entregarte esto, es la guía que se pondrá a la venta. Mañana te daré todas las respuestas. —y desapareció en la taberna atestada.
De modo que Serli y su esposa se llevaron el folleto al dormitorio, pero no tuvieron tiempo de leerlo hasta la mañana siguiente a la hora del desayuno...
—"Todo cuanto se sabe de John Delgano —leyó Serli con la boca llena—, viene de dos documentos que dejó su hermano Carl Delgano en los archivos del Grupo MacKenzie en los primeros años después del holocausto." Ten, paloma mía, ponle un poco de miel a esta torta. "Sigue una transcripción literal de las palabras de Carl Delgano:
"'No soy ingeniero ni astronauta como John; yo tenía una tienda de artefactos electrónicos en Salt Lake City. John sólo fue adiestrado para viajar al espacio, pero nunca lo hizo; la recesión terminó con todo eso. Así se conectó con este grupo comercial que alquilaba una parte de Bonneville. Querían un hombre para realizar ciertas pruebas en el vacío, eso era todo lo que yo sabía. John y su esposa se mudaron a Bonneville, pero todos nos reuníamos varias veces por año, nuestras esposas eran como hermanas. John tenía dos hijos, Clara y Paul.
"'Se suponía que las pruebas eran secretas, pero John me había contado confidencialmente que estaban tratando de fabricar una cámara antigravitatoria. No sé si alguna vez funcionó. Eso fue el año pasado.
"'Luego, ese invierno, vinieron para Navidad y John dijo que tenían algo nuevo. Estaba realmente entusiasmado. Un desplazamiento temporal, lo llamaba; una especie de efecto en el tiempo. Dijo que el jefe del proyecto era como un científico loco. Grandes ideas. Continuaba añadiendo nuevas perspectivas cada vez que otro proyecto concluía y dejaba equipo disponible para alquilar. No, ignoro cuál era la compañía principal... tal vez un conglomerado relacionado con seguros, tenían todo el dinero, ¿verdad? Supongo que pagarían por echar un vistazo al futuro, tiene su lógica. De un modo u otro, John aprobaba el proyecto. Katharine estaba asustada, es natural. Ella se lo imaginaba como, ya saben, H. G. Wells... paseándose por un mundo futuro. John le dijo que no era así. Sólo tendrían como un atisbo, un par de segundos. Toda clase de complicaciones...' Sí, sí, mi glotona, un sorbo para mí también. ¡Esto da sed!
"Continúo. 'Recuerdo que le pregunté qué harían con el movimiento de la Tierra. Me refiero a que podía aparecer en otro lugar, ¿verdad? Dijo que lo tenían todo pensado. Una trayectoria espacial. Katharine estaba tan asustada que cambiamos de tema. No te preocupes, volveré a casa, dijo John. Pero no volvió. Claro que eso no cambiaría nada; todo voló. Incluida Salt Lake. Yo sólo estoy aquí porque fui a Calgary a ver a mamá, el 29 de abril. El 2 de mayo todo estalló. A ustedes no los encontré en MacKenzie hasta julio. Creo que me quedaré, qué más da. Eso es todo lo que sé sobre John, excepto que era un buen tipo. Si ese accidente desencadenó todo esto, no fue su culpa.
"'El segundo documento...' En el nombre del amor, madrecita, ¿tengo que leer todo esto? Ah, muy bien, pero primero me dará usted un beso, señora. ¿Por qué luces tan deliciosa? 'El segundo documento. Fechado en el año dieciocho, Nuevo Calendario, escrito por Carl...' ¿Ves la ortografía antigua, mi rolliza paloma? Ah, muy bien, muy bien.
"Escrito en el Cráter de Bonneville: He visto a mi hermano John Delgano. Cuando supe que tenía la enfermedad radiactiva vine aquí para echar una ojeada. Salt Lake todavía es un horno. De modo que vine a Bonneville. Se puede ver el cráter donde estaban los laboratorios, está cubierto de hierbas. Es diferente, no radiactivo; mi película está bien. Hay un lugar desnudo en el medio. Unos indios de la zona me han contado que un monstruo aparece todos los años en primavera. Yo mismo lo vi un par de días después que llegué, pero estaba demasiado lejos para ver demasiado, excepto que tuve la certeza de que era un hombre. En un traje aislante. Hubo mucho ruido y polvo, me tomó por sorpresa. Todo terminó en un segundo. Me pareció demasiado cerca del día, el 2 de mayo, quiero decir. Raro.
"'De modo que me quedé un año y ayer él apareció de nuevo. Yo estaba frente a él y pude ver la cara de John a través del visor. Es John, no hay duda. Está herido. Le vi sangre en la boca y el traje está un poco averiado. Está tendido en el suelo. No se movió mientras yo lo veía pero el polvo saltaba, como si un jugador llegara a la base sin moverse. Tiene los ojos abiertos como si mirara. No entiendo qué, pasa, pero sé que es John, no un fantasma. Cada vez estaba exactamente en la misma posición y hay un crujido fuerte como un trueno y otro sonido, muy rápido, como una sirena. Y olor a ozono, y humo. Sentí un escalofrío.
"'Sé que es John y creo que está vivo. Ahora tengo que irme para llevar esto mientras todavía puedo caminar. Creo que alguien debería venir aquí a presenciarlo. Quizá puedan ayudar a John. Firmado, Carl Delgano.
"'Estas grabaciones fueron guardadas por el Grupo MacKenzie pero durante años no..."
Etcétera, primera impresión lumínica, etcétera, archivos, analistas, etcétera... ¡Muy bien! Ahora tenemos que ver a tu tío, mi apetitosa, después que vayamos arriba un momento.
—No, Serli, te esperaré abajo —dijo prudentemente Mira.
Cuando llegaron al parque del pueblo el tío Laban estaba dirigiendo la instalación de una gran losa de durita frente a la cerca que rodeaba el lugar donde aparecía el Hombre John. La losa estaba envuelta en un paño, a la espera de la inauguración oficial. Lugareños y turistas, adultos y niños, atestaban las veredas, y un coro religioso de Volad a Dios cantaba en el estrado. La mañana se entibiaba rápidamente. Los puesteros vendían helados y réplicas de juguete del monstruo y flores y confeti de buena suerte para arrojarle. Otro grupo religioso merodeaba en túnicas oscuras; pertenecían a la iglesia del Arrepentimiento, que estaba más allá del parque. El pastor dirigía miradas hoscas a la multitud en general y al tío de Mira en particular.
Tres forasteros con aspecto de funcionarios, que habían estado en la posada, se acercaron y se presentaron al tío Laban como observadores de la Central de Alberta. Entraron en la tienda que se había levantado junto a la cerca, llevando consigo varios artefactos que la gente del pueblo miraba con suspicacia.
El maestro de mecánica terminó de organizar una partida de estudiantes para proteger el paño de la losa, y Mira, Serli y Laban entraron en la tienda. Adentro estaba mucho más caluroso. Había hileras de bancos alrededor de un círculo de unos seis metros de diámetro rodeado por una baranda. Dentro de la cerca la tierra estaba desnuda y calcinada. Había varios ramilletes de flores y ramas de poinciana florecientes contra la baranda. Lo único que había dentro de la baranda era una tosca roca de piedra arenisca con marcas talladas.
Justo cuando entraron una niñita cruzó corriendo el centro abierto y todos le gritaron. Los funcionarios de Alberta se movían atareados en un lado de la baranda, donde estaba montada la caja de impresión lumínica.
—Oh, no —masculló el tío de Mira cuando uno de los funcionarios se inclinó para instalar un trípode dentro de la cerca. Lo ajustó y un enorme penacho de filamentos finos y plumosos floreció como un remolino en el centro del lugar.
—Oh no —dijo otra vez Laban—. ¿Por qué no lo dejarán en paz?
—Están tratando de recoger polvo del traje, ¿verdad? —preguntó Serli.
—Sí, una locura. ¿Tuviste tiempo de leer? —Oh sí —dijo Serli.
—Por así decirlo —añadió Mira.
—Entonces lo sabes. El está cayendo. Tratando de frenar su... bien, llámalo velocidad. Tratando de aminorarla. Debió de resbalar o tropezar. Estamos acercándonos al momento en que perdió pie y empezó a caer. ¿Cuál fue la causa? ¿Alguien lo hizo trastabillar? —Laban miró a Míra y Serli, muy serio ahora. — ¿Te gustaría ser el que hizo caer a John Delgano?
—Oh —dijo Mira comprensivamente. Y repitió-: Oh.
—¿Quieres decir —preguntó Serli— que quien lo hizo caer causó todo el... causó...?
—Es posible —dijo Laban.
—Espera un minuto —dijo Serli, cavilando—. El se cayó. De modo que alguien tuvo que hacer... es decir, él tiene que tropezar o lo que fuere. Si no se cae todo el pasado se alteraría, ¿verdad? No habría guerra, ni...
—Es posible —repitió Laban—. Quién sabe. Lo que yo sé es que John Delgano y el espacio que lo rodea son el área más inestable, improbable y cargada de energía jamás conocida en la Tierra y maldita sea mi estampa si creo que alguien debe andar tanteándola con varillas.
—¡Oh, vamos, Laban! —Uno de los hombres de Alberta se les acercó sonriendo. Una mota de polvo no haría caer a un mosquito. Son sólo mono filamentos vítreos.
—Polvo del futuro —gruñó Laban—. ¿Qué les enseñará? ¿Que el futuro tiene polvo?
—Si tan sólo pudiéramos obtener una huella de esa cosa que tiene en la mano.
—¿En la mano? —preguntó Mira. Serli se puso a hojear apresuradamente el folleto.
—Tenemos un analizador-grabador apuntado a él. —El albertano bajó la voz, mirando en derredor.— Un espectroscopio. Sabemos que allí hay algo, o lo hubo. No podemos obtener una buena lectura. Está muy deteriorado.
—Gente que lo toca, que lo tironea —masculló Laban—. Ustedes...
—¡DIEZ MINUTOS! —gritó un hombre con un megáfono—. A sentarse, amigos y forasteros.
Los devotos del Arrepentimiento estaban alineados en un costado, entonando un antiguo encantamiento:
—¡Mí-serí-cordía, Ora pro nobis!
La atmósfera se tensó de pronto. Ahora es taba muy pesado y caliente en la gran tienda.
Un muchacho de la oficina del alcalde se internó en la muchedumbre, indicando al grupo de Laban que fuera a sentarse en las butacas para huéspedes en el segundo nivel del lado de la "cara". Frente a ellos, en la baranda, uno de los sacerdotes del Arrepentimiento estaba discutiendo con un funcionario albertano sobre el derecho a tomar el lugar ocupado por un artefacto, pues su función específica consistía en mirar al Hombre John a los ojos.
—¿De veras puede vemos? —le preguntó Mira al tío.
—Pestañea y verás —le dijo Laban—. Una nueva escena a cada pestañeo, eso es lo que él ve. Fantasmagorías. Un pestañeo, otro, otro... Dios sabrá por cuánto tiempo.
—Mí-sere-re, pec-caví —salmodiaron los penitentes. Una soprano relinchó-: ¡Sálvanos del rojo del peca-aaado!
—Creen que su indicador de oxígeno pasó al rojo a causa del estado de sus almas —rió Laban—. Sus almas estarán malditas entretanto. John Delgano ha sufrido escasez de oxígeno durante cinco siglos... o mejor dicho, la sufrirá durante cinco siglos. A medio segundo por año de su tiempo, eso significa quince minutos. Por las señales de audio sabemos que todavía respira más o menos normalmente y la reserva alcanzaba para veinte minutos. De modo que estos se salvarían alrededor del año setecientos, si duran tanto.
—¡CINCO MINUTOS! A sentarse, por favor. Por favor siéntense para que todos puedan ver. A sentarse, señores.
—Aquí dice que oiremos su voz por el parlante del traje —susurró Serli—. ¿Saben lo que está diciendo?
—Se obtiene un aullido de veinte ciclos —susurró Laban—. Los investigadores han identificado un sonido como parte de una vieja palabra. Lleva siglos tener lo suficiente para traducir.
—¿Es un mensaje?
—Quién sabe. Podría ser date o hate, las palabras de la época para "fecha" y "odio". También toa late, "demasiado tarde". Cualquier cosa.
Ahora había más silencio en la tienda. Un niño gordo rompió a llorar junto a la baranda y alguien se lo acomodó en el regazo. Había un murmullo apagado de plegarias. La facción del Santo Júbilo agitó sus ramilletes en el otro lado.
—¿Por qué no sincronizamos nuestros relojes con el suyo?
—Está cambiando. El está en el tiempo sideral.
—UN MINUTO.
En el silencio el murmullo de las plegarias se elevó ligeramente. Afuera graznó un pollo. El espacio desnudo del centro lucía absolutamente vulgar. Encima de él, los filamentos plateados de la máquina grabadora se mecían suavemente soplados por el aliento de cien pulmones. Se oía el ruido tenue de otra máquina grabadora.
Durante largos segundos nada ocurrió. Un zumbido diminuto brotó del aire. En el mismo instante Mira percibió un movimiento en la baranda, a su izquierda.
El zumbido adquirió un ritmo y se angostó en un silencio extraño y de pronto todo ocurrió simultáneamente.
Un sonido estalló sobre ellos, trepó espantosamente por la Escala audible. El aire crujió mientras algo rodaba y tropezaba en el espacio. Hubo un rugido triturante, gemebundo.
Estaba allí.
Sólido, enorme, un hombre colosal en un traje monstruoso. La cabeza era una esfera transparente, broncínea y opaca, que albergaba una cabeza humana, una boca abierta que era una mancha oscura. La posición era imposible, las piernas estiradas hacia adelante, arrojándolo hacia atrás, los brazos congelados en un vaivén turbulento.
Aunque parecía lanzarse frenéticamente hacia adelante nada se movía, sólo una de las piernas pateaba o se arqueaba ligeramente.
Y luego desapareció, esfumándose de golpe con una detonación, dejando sólo una imagen increíble en cien pares de ojos deslumbrados. El aire restalló, temblando; aureolas de polvo se mezclaron con humo.
—¡Oh, Dios mío! —jadeó Mira, inaudiblemente, aferrándose a Serli. Hubo gritos ahogados. .
—¡Me vio, me vio! —chilló una mujer. Unas pocas personas arrojaron mecánicamente el confeti a la nube de polvo vacía; la mayoría no atinó a moverse. Los niños empezaron a berrear—. ¡Me vio! —chilló histéricamente la mujer.
—¡Rojo, oh Señor, ten piedad! —entonó una voz gruesa y masculina.
Mira oyó que Laban soltaba un furioso juramento y miró de nuevo el espacio cercado. Al disiparse el polvo pudo ver que el trípode del grabador se había inclinado hacia el centro. Había un montículo polvoriento contra él: flores. Casi todo el extremo del trípode parecía haberse esfumado o fundido. De los filamentos no se veía nada.
—Algún idiota tiró flores adentro. Vamos, larguémonos de aquí.
—¿Estaba abajo, lo hizo trastabillar? —preguntó Mira, apretujada por la multitud.
—Su señal de oxígeno todavía estaba en rojo —dijo Serli por encima de la cabeza de Mira—. Vaya piedad, ¿eh Laban?
—¡Shh! —Mira entrevió la mirada fulminante del pastor del Arrepentimiento. Se abrieron paso a codazos por la entrada y salieron al parque soleado, entre voces que soltaban exclamaciones, parloteaban de excitación y alivio.
—Fue terrible —murmuró Mira—. Oh, nunca creí que fuera un hombre vivo de verdad. Está allí, está allí. ¿Por qué no podemos ayudarlo? ¿Nosotros lo hicimos caer?
—No sé, no lo creo —gruñó Laban. Se sentaron cerca del nuevo monumento, abanicándose. El paño aún estaba en su sitio.
—¿Alteramos el pasado? —rió Serli, mirando a su esposa con ojos de enamorado. Por un momento se preguntó por qué ella usaba aros tan extraños; luego recordó que él se los había comprado en un pueblo indio por donde habían pasado.
—Pero no fueron sólo esas personas de Alberta —dijo Mira. Parecía obsesionada por la idea—. En realidad fueron las flores.— Se enjugó la frente.
—Mecánica o superstición —rió Serli—.
¿Cuál es el culpable, el amor o la ciencia?
—Cállate. —Mira echó una nerviosa ojeada alrededor.— Las flores eran amor, supongo... Me siento tan rara. Hace calor. Oh, gracias. —El tío Laban había logrado llamar la atención del vendedor de helados.
La gente ahora charlaba normalmente y el coro prorrumpió en una alegre canción. En un lado del parque una hilera de personas esperaba para firmar el libro de visitantes. El alcalde apareció en el portón del parque, precediendo una comitiva por la vereda de buganvillas para descubrir el monumento.
—¿Qué decía en esa piedra a sus pies? —preguntó Mira. Serli le mostró la foto de la guía donde figuraba la roca de Carl con la inscripción traducida abajo:
BIENVENIDO A CASA JOHN.
—¿Él podrá verla?
El alcalde estaba por iniciar su discurso.
Mucho más tarde, cuando se hubo alejado la multitud, el monumento se erguía solitario en la oscuridad, mostrando a la luna la inscripción en la lengua de esa época y lugar:
EN ESTE SITIO APARECE ANUALMENTE LA FORMA DEL MAYOR JOHN DELGANO, EL PRIMERO Y ÚNICO HOMBRE QUE VIAJÓ EN EL TIEMPO.
EL MAYOR DELGANO FUE ENVIADO AL FUTURO UNAS HORAS ANTES DEL HOLOCAUSTO DEL DÍA CERO. TODO CONOCIMIENTO SOBRE LOS MEDIOS UTILIZADOS PARA ENVIARLO SE HA PERDIDO, QUIZÁ PARA SIEMPRE. SE CREE QUE OCURRIÓ UN ACCIDENTE QUE LO ENVIÓ MUCHO MÁS LEJOS DE LO PREVISTO. ALGUNOS ANALlSTAS PRESUMEN QUE QUIZÁ HAYA LLEGADO HASTA CINCUENTA MIL AÑOS EN EL FUTURO. DESPUÉS QUE LLEGÓ A ESA ZONA DESCONOCIDA EL MAYOR DELGANO APARENTE-MENTE FUE DEVUELTO A SU ÉPOCA, O INTENTÓ REGRESAR, SIGUIENDO EL CURSO QUE HABÍA RECORRIDO EN EL ESPACIO Y EL TIEMPO. SE PIENSA QUE SU TRAYECTORIA EMPEZÓ EN EL PUNTO QUE NUESTRO SISTEMA SOLAR OCUPARÁ EN UN TIEMPO FUTURO Y ES TANGENTE DE LA COMPLEJA HELICOIDE QUE NUESTRA TIERRA. DESCRIBE ALREDEDOR DEL SOL.
APARECE EN ESTE LUGAR EN LOS INSTANTES ANUALES EN QUE SU CURSO INTERCEPTA LA ÓRBITA DE NUESTRO PLANETA Y APARENTE-MENTE PUEDE TOCAR EL SUELO EN ESOS INSTANTES. COMO NO SE HA MANIFESTADO NINGÚN RASTRO DE SU PASAJE AL FUTURO, SE CREE QUE ESTÁ REGRESANDO POR UN MEDIO DIFERENTE DEL QUE USÓ PARA EL VIAJE DE IDA. ESTÁ VIVO EN NUESTRO PRESENTE. NUESTRO PASADO ES SU FUTURO Y NUESTRO FUTURO ES SU PASADO. EL TIEMPO DE. SUS APARICIONES ESTÁ VARIANDO GRADUALMENTE EN EL TIEMPO SOLAR PARA CONVERGIR CON EL MOMENTO DE LAS 1153.6 DEL 2 DE MAYO DE 1989, VIEJA ERA, O DÍA CERO..
LA EXPLOSIÓN QUE ACOMPAÑÓ SU REGRESO A SU PROPIA ÉPOCA Y LUGAR QUIZÁ SUCEDIÓ CUANDO ALGUNOS ELEMENTOS DE LOS INSTANTES PASADOS DE SU CURSO FUERON LLEVADOS CON ÉL A SU EXISTENCIA ANTERIOR. ES SEGURO QUE ESTA EXPLOSIÓN DESENCADENÓ EL HOLOCAUSTO MUNDIAL QUE TERMINÓ PARA SIEMPRE CON LA ERA DE LA ALTA CIENCIA.
Caía perdiendo el control, cediendo en su lucha contra el ímpetu terrible que había ganado, luchando Con sus piernas humanas, que se agitaban en la rigidez inhumana de su armadura, las suelas quemadas, alisadas, sin tracción suficiente para frenar, combatiendo, forcejeando cuando venían los fogonazos, la dolorosa alternancia de luz, oscuridad, luz, oscuridad, que había soportado tanto tiempo, los estallidos del aire que se densificaba y ablandaba contra su armadura mientras patinaba por un espacio que era tiempo, frenando desesperadamente mientras los pantallazos de la Tierra le martillaban los pies — ahora sólo importaban los pies, para aminorar la velocidad y conservar el curso y la fuerza de atracción, la señal, se desdibujaba; mientras se acercaba a ella se abría en abanico, y era difícil enfocarla; supuso que él se estaba volviendo más probable; el tajo que había abierto en el tiempo se estaba restañando. Al principio había sido tan ínfimo — un simple rayo de luz en un túnel que se cerraba— que se había arrojado hacia él como un electrón volando al ánodo, firmemente encarrilado en ese único vector exquisitamente complejo de posibilidad de vida, lanzándose y siendo lanzado como una semilla desechada a la última hendija de esa ninguna parte rechazante y rechazada a través de la cual él, John Delgano, podría continuar existiendo, el agujero que le permitiría volver. Lo había recorrido a través del tiempo, a través del espacio, bombeando con las piernas desesperadas cuando la Tierra real de ese tiempo irreal estaba debajo de él, en un trayectoria tan certera como la del animal que se desliza a su guarida, él un ratón cósmico en una carrera interestelar, intertemporal, buscando su refugio mientras la distorsión de todo se cerraba alrededor de la rectitud de ese curso, los átomos de su corazón, su sangre, cada una de sus células gritando Volver —¡VOLVER!— mientras él se precipitaba a ese punto menguante, cada paso más rápido, más firme, más fuerte, hasta que se lanzó con un ímpetu invencible sobre los atisbos flotantes de la Tierra como quien se topa contra un tronco flotante en un torrente.
Alrededor sólo las estrellas permanecían constantes de un fogonazo a otro, y más allá de sus pies él miraba un millón de haces de Crux, de Triangulum; una vez en la cúlmine de su viaje había arriesgado un vistazo de un siglo hacia arriba y había visto las dos Osas extrañamente separadas de Polaris, pero una Polaris que ya no era la Estrella Polar, notó volviendo los ojos hacia los pies acelerados, pensando, estoy volviendo a Polaris, a casa, al golpeteo pulsátil. Había dejado de recordar dónde había estado, los seres, las personas o criaturas o cosas que había atisbado en el imposible momento de existencia donde no podía estar; había dejado de ver pantallazos de mundos alrededor, cada fogonazo diferente —algunos duraban una exhalación, otros cambiaban poco a poco —, las caras, miembros, cosas que lo acosaban; las noches que había surcado, oscuras o iluminadas por lámparas extrañas, con techo o sin techo; los días que relampagueaban de luz solar, los vendavales, el polvo, la nieve, los innumerables interiores, fogonazo tras fogonazo en medio de la noche; ahora estaba en la luz diurna, en una especie de salón; al fin me acerco, pensó, el tacto cambia. Pero tenía que aminorar la velocidad, cerciorarse; y esa piedra cerca de los pies, hacía un tiempo que estaba allí, quería echarle un vistazo pero no se atrevía, estaba tan cansado, estaba resbalando, perdiendo el control, peleando para matar la velocidad despiadada que no quería dejarlo frenar; además estaba herido, algo lo había golpeado allá atrás, le habían hecho algo, no sabía qué, en alguna parte del calidoscopio de caras, brazos, garfios, haces, siglos de criaturas que lo manoteaban. El oxígeno estaba faltando, pero duraría, tenía que durar, tenía que durar, estaba volviendo, volviendo. Y había olvidado ahora el mensaje que había tratado de gritar, esperando que de alguna manera alguien lo captara, esa cosa importante que había repetido; y la cosa que había llevado ya no estaba, su cámara tampoco estaba, algo la había arrebatado, pero estaba volviendo. ¡Volviendo! Si tan sólo pudiera frenar el impulso, de alguna manera descender esta pendiente del regreso, volver, —¡y su garganta decía Volver!—, decía ¡Kate, Kate! Y su corazón gritaba, se desgañitaba casi sin pulmones, mientras sus piernas forcejeaban y resbalaban, mientras sus pies frenaban y patinaban y se hincaban y se soltaban, mientras él braceaba, tironeaba, empujaba, luchaba en el vendaval de la caída temporal a través del espacio, a través del tiempo, al final de la senda más larga que hubo jamás: la senda por donde volvió John Delgano. FIN

No hay comentarios: