Déjeme contarle: cuando encuentro un pelo en mi sopa, no me horrorizo de inmediato. Todo es relativo. Me limito a pensar, podría ser peor. Ese pelo, podría ser más largo, y dar vueltas y vueltas alrededor de mi plato.
Abarcarlo por completo. Ese pelo, ese pelo podría ser teñido y cambiar por completo el color de mi sopa, ¿sabe? Podría ser peor aún, podría encontrar una bola de pelos de gato sumergida en su interior, ¿por qué no? Pero jamás (jamás) toleraría una mosca en mi sopa. Hombre, faltaría más. Por eso siempre pregunto a las camareras si se tiñen el pelo. No es ningún trauma. Todas se sorprenden, algunas se indignan. Mis amigos ya nunca me invitan a sus cenas.
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Tibias, hilarantes escenas. Cantamos haches (0 suena, es normal) Obviamos necesidades. Evitamos. ¡Te habré enseñado cosas horribles! (0 segundos, espera) Nadie olvida, nadie. Esconderé tus huesos en cajitas (h=0, sobran explicaciones) Nadaré, olvidando naciones enteras. Tu herrumbre extrema cicatriza heridas. 0 Tu olor
A pesar de que lo dejamos, habrás reparado en que jamás he pasado por tu casa a recoger la gran cantidad de CDs, películas y libros que dejé allí. Tanto da. Ya no importan demasiado. Ni siquiera aquella figurita de Elvis tan maja. Tuya es. Pero no me he ido de vacío. Me he llevado algo muchísimo más preciado. Supongo que habrás caído en que ha desaparecido tu gel de baño. Lo tengo yo. Ahora lo uso cada día y huelo a ti.
Tengo tu olor. Es mi pequeña venganza. Camino por la calle, y observo como todos los hombres que pasean se giran, esperando encontrar a la bella señorita que tú eres, y me encuentran a mí. Disfruto con el recorrido de su rostro: Sonrisa - Extrañeza - Repugnancia - Odio. Soy feliz así. La venganza es dulce.