EL CUMPLEAÑOS DE TIA MARTA Ignacio Bermejo Martínez

Mañana será el cumpleaños de tía Marta. A tía Marta es difícil regalarle
algo. Ella es muy exigente. El año pasado le regalé unas zapatillas de paño, de
esas que suelen ser oscuras y forradas por dentro y se ofendió muchísimo porque
decía que ese regalo era para gente de la tercera edad. Yo no sé bien a que edad
piensa ella que pertenece, si fuera por años, debería de estar en la cuarta o en la
quinta.
Siempre me acuerdo del cumpleaños de tía Marta porque es justamente
después del aniversario de la muerte de mama.
Mamá murió un día antes, atropellada por un autobús precisamente
cuando estaba preparando la fiesta para la celebración de su cumpleaños.
Aquello no fue motivo para que la fiesta se anulara, ni muchísimo menos,
todo lo contrario. Aquel año celebramos el cumpleaños de tía Marta con más
alegría que nunca. No se me olvidan las últimas palabras de mamá, tirada en la
carretera, con las ruedas del autobús marcadas en su vientre rompiéndola en dos:
-“Hijo mío, hijo mío,- me dijo la pobre- no te preocupes por mi, y recoge todas
las latas de cervezas que están rodando por la acera de enfrente. Son para la
fiesta de tu tía. No se te olvides de meterlas en el refrigerador, porque la verdad
es que tiene leches beber cerveza caliente. No me llores ahora. Ahora lo único
importante es la fiesta de tu tía. Ve y disfruta, pásalo bien y brinda por mí, y
cuando la fiesta termine ven a verme entonces al cementerio, allí sí, allí lloras un
ratito frente a mi tumba, pero llora alto, que te pueda oír bien, que ya sabes que
últimamente estoy fatal del oído.”-
-No te preocupes mama, que así lo haré.
-Muy bien hijo, muy bien, así me gusta.
-¿Y ahora que?. ¿Te dejo toda tirada y desangrándote?
-Si, déjame, déjame.- Y diciendo esto mama la palmó dando su ultimo
suspiro pronunciando un ¡Hay!, muy cursi.
Mamá siempre fue una santa, un poquitin pija, pero una santa muy santa.
Cuando terminamos de celebrar el cumpleaños aquel año, como me había
dicho mama, me fui para el cementerio, y allí estaba la pobre, toda enterradita.
Me puse a llorar y lloré alto, muy alto, lo mas alto que pude para que
mama me oyera, como ella me dijo. Lloré tan alto que todas las ancianas que
rezaban por allí, suspendieron sus oraciones por un instante para mirarme
escandalizadas. Alguna incluso salió corriendo del sitio, huyendo como alma
que persigue el diablo. Era gracioso ver a la vieja vestida de negro con las
enaguas remangadas y corriendo por las calles del cementerio como si fuera
“Card Lewis” en las Olimpiadas de “Barcelona 92”.
Desde entonces voy al cementerio cada año y siempre consulto el regalo
de Tia Marta con mama, pero este año ha sido imposible. Mamá ha debido de
enterarse de mis obsesiones con Angélica, mi compañera, y como no le gustan
esas cosas del sexo, debe andar algo enfadada, pues por mas que le rezo, y por
mas que le lloro, en esta ocasión está pasando de mi y no me dice que regalar a
su hermana.
¡Bueno!, pues peor para tía Marta. Como no se que regalarle y ando un
poquito mal de liquidez, podría regalarle... ¡Leches!, ¡releches!, ¡Que gran idea!,
podría regalarle el Arcángel de granito que preside el panteón de la familia
Ristori. Los Ristori están ya todos muertos y nadie echará de menos al Ángel
ese de piedra. Total, a tía Marta siempre le encantó el arte y la la escultura en
particular.
Existe un gran problema. Al Arcángel no hay quien lo separe del suelo.
Primero porque está perfectamente anclado y pegado con cemento del bueno, y
segundo porque debe de pesar una barbaridad. Desde lejos no parecía tan
grande. Vamos, que aunque se pudiera arrancar, esta estatua debe de pesar un
hartón. Yo no creo que pueda llevarla desde el cementerio hasta casa de tía
Marta cargando con ella. Terminaría muerto.
Trato de buscar alguna forma de llevar ese peso pesado a casa de tía
Marta, pero no, no hay forma. Cuanto más lo pienso más difícil se me hace.
Seguro que hay otras soluciones más factibles. Miro a mi alrededor buscando
algo que me inspire qué regalar a tía Marta, y ¡leches!, ¡releches!, como no había
caído antes, le regalaré un ramo de flores. Las flores son muy bonitas y también
les encanta. Además, por aquí hay muchas.
Arrancaré algunas rosas de los ramos, rosas rojas que son las que más me
gustan. Esas que tiene la lápida tercera de la segunda fila son geniales. Ya está
ya las tengo, ya son mías. Cogeré algunos gladiolos y unos cuantos crisantemos.
Ahora trataré de formar el ramo.
Formar un ramo de flores es tarea sumo complicada. Por mas que he
mareado a las flores no he conseguido disponerlas en forma original y
estéticamente aceptable. Les he dado tantas vueltas que las flores al final se han
chuchurido. Mas vale que las tire. Está bien que se regalen flores gratis del
cementerio a una tía en su cumpleaños, pero no flores marchitas, ya eso sería el
colmo de los colmos. ¿Qué puedo hacer?, ¿cómo podré componer un ramo sin
que se me estropeen las flores?. ¡Ahhh!, ya sé lo que haré. Le regalaré a tía
Marta el ramo de mama. Total, ella este año no se lo ha merecido. ¡Ea!, toma ya,
por no hablarme, y para que sigas enfadada por que me guste tocarle las piernas
a mi compañera Angélica. Ahora te aguantas, y si quieres flores, te esperas hasta
el año que viene.
¡Mira que hacerme venir hasta el cementerio para luego quedarse mas
callada que una muerta...!
Desde luego algunas veces a mama no hay quien la entienda.