Tengo un peluche parlante. Hasta aquí todo bien. El problema es que sobreactúa algo. Se hace la víctima continuamente. No es extraño (bueno, entiéndanme, sí que lo es, pero he acabado acostumbrándome) que me despierten en plena noche golpes en el suelo, para descubrirle ahí, de rodillas. Golpeando el suelo.
Gritando "Dame un abrazo". Se raja las muñecas (si las tuviera, vamos), recordándome (a gritos también, por supuesto) "Eres mi mejor amigo". Lleno está el suelo de ese relleno esponjoso. Y nunca sé si llora de alegría o de tristeza.
Tengo el alma llena de lágrimas. Lágrimas de peluche.
Mañana lo dejo
Entró en el bar y tomó asiento tan rápidamente como pudo. Miró la cartelera, pero aún no habían estrenado aquella película francesa que tanta ilusión le hacía. Cuando vino la camarera, calló durante un momento y, tras reflexionar, dijo "Lo mismo de siempre, un decapitador".
Mientras la camarera desaparecía tras la barra, él se llevó un cigarrillo a los labios y lo encendió. "Tengo que dejarlo" pensó hasta 5 veces antes de que volviera la camarera con una bandeja. Sobre ella se encontraba la dichosa bebida. Con su aspecto de cerveza verde.
"¿Algo más?" preguntó ella. Nada más, pensó él, pero sólo la miró.
La camarera entendió, de todos modos. Inspiró profundamente de su cigarrillo, y se deleitó expulsando el humo, mientras dirigía la copa hacia sus labios. Bebió un sorbo que no fue ni corto ni largo, y después otro, que ya fue definitivamente corto. Dejó la copa en la mesa y, a continuación, notó como su cuello se disolvía, y su cabeza rodaba suavemente por su pecho hasta detenerse calmadamente sobre la mesa. "Mañana lo dejo" se dijo, y acercó el cigarrillo a los labios de su cabeza. A tres millas de allí, nacía un niño llamado
Ismael.
Todos los buenos títulos estaban cogidos (ocupados)
“¡Vivimos en una época aguada e insípida! ¡Malditos! ¡Vuestra vida es un simulacro!” Todo esto es lanzado al aire por un anciano de largas barbas, y andar torpe. Algo debe influir en ello la botella de vino, medio vacía, que lleva en su mano. “¡Lo que esta sociedad necesita...” El pobre cae al suelo, pero aún así continúa.
“¡Lo que esta sociedad necesita son golpes, algún que otro moretón! ¡Faltan martillazos, falta pillarse los dedos de vez en cuando!” Decir que se incorpora sería ser algo ambicioso, pero consigue algo sorprendentemente cercano a eso. Incluso logra ser casi solemne cuando levanta el índice y proclama “¡El mundo necesita más zapateros!” Y rompe a llorar. Pobre. Lo cierto es que nunca superó el cierre su negocio.