MI ESPOSA Guy de Maupassant

Ocurrió al término de una cena de hombres, de hombres casados, viejos amigos, que se reunían a veces sin sus esposas, como solteros. Comieron durante largo tiempo, bebieron mucho; se habló de todo un poco; se resucitaron viejos y alegres recuerdos, esos recuerdos cálidos que hacen sonreír los labios y temblar al corazón, aunque no se quiera. Alguien dice:
—¿Te acuerdas, Georges, de nuestra excursión a Saint-Germain con aquellas dos muchachas de Montmartre?
—¡Por Dios! Claro que me acuerdo.
Y se recuerdan detalles, esto y aquello, mil pequeñas cosas que todavía hoy provocan placer.
Hablaron del matrimonio, y cada uno dijo con aire sincero:
—¡Oh! ¡Si pudiera volver atrás!
Georges Duportin agregó:
—Es extraordinario cómo se cae en él fácilmente. Estás completamente decidido a no casarte nunca, y en primavera sales de paseo al campo; hace calor; el verano se presenta bien; los árboles están florecidos; conoces a una muchacha entre el grupo de amigos... y ¡zas! Ya está. Uno termina casándose.
Pierre Létoile gritó:
—¡Exactamente! Es mi historia, sólo que en mi caso hay detalles particulares...
Su amigo lo interrumpió:
—Delante de mí, no te quejes. Tienes la mujer más encantadora del mundo, bonita, amable, perfecta; tú eres el más feliz de nosotros.
—No es culpa mía —respondió el otro.
—¿Qué quieres decir?
—Es cierto que tengo una esposa perfecta; pero me casé con ella a pesar mío.
—Cuéntanos.
—Bueno... He aquí la aventura. Yo tenía treinta y cinco años, y no pensaba casarme ni dejarme atrapar. Las jovencitas me parecían insípidas y yo adoraba el placer.
"En el mes de mayo —continuó— me invitaron a la boda de mi primo Simon d'Erabel, en Normandía. Fue una verdadera boda normanda. Nos sentamos a la mesa a las cinco de la tarde; a las once de la noche, todavía estábamos comiendo. Me habían emparejado, para el caso, con una señorita llamada Dumoulin, hija de un coronel retirado, una joven rubia, bien formada, audaz y conversadora. Me acaparó por completo durante todo el día, me condujo al parque, me hizo bailar a pesar mío, me asedió.
"Yo me decía: "Por hoy, pase. Pero mañana me escapo. Ya he tenido bastante."
"Hacia las once de la noche las mujeres se retiraron a sus habitaciones; los hombres se quedaron a fumar y beber, o a beber y fumar si se prefiere.
"Por la ventana abierta se divisaba el baile campestre. Campesinos y campesinas saltaban en ronda cantando un aire de danza primitiva que acompañaban débilmente dos violinistas y un clarinete colocados sobre una gran mesa de cocina convertida en estrado. El canto tumultuoso de los campesinos cubría por completo, a veces, la música de los instrumentos; y la endeble melodía desgarrada por las voces desenfrenadas, parecía caer del cielo en jirones, en pequeños fragmentos de notas sueltas.
"Dos grandes barricas, rodeadas de antorchas flameantes, proveían de bebida a la muchedumbre. Dos hombres se encargaban de aclarar los vasos y las vasijas en un balde para alargarlos inmediatamente bajo los grifos de los que manaba el hilo rojo del vino o el hilo de oro de la sidra pura; y los bailarines sofocados, los viejos tranquilos, las muchachas sudorosas se apretujaban, tendían el brazo para coger el vaso y echar en la garganta, a grandes tragos, inclinando hacia atrás la cabeza, el líquido preferido.
"Sobre una mesa había pan, mantequilla, quesos y salchichas. Cada uno tomaba un bocado de vez en cuando; y bajo el campo de fuego de las estrellas, esta fiesta sana y violenta era agradable a la vista; el vientre hinchado de los toneles daba ganas de beber y de comer pan duro con mantequilla y cebolla cruda.
"Experimenté deseo ardiente de tomar parte en estos alborozos, y abandoné a mis compañeros. Debo confesar que posiblemente estaba un poco borracho; en seguida lo estuve por completo.
"Cogí la mano de una fuerte campesina que estaba algo sofocada, y la hice saltar locamente hasta quedarme sin aliento.
"Después, bebí un trago de vino y así de la mano a otra muchacha. Para refrescarme, acto seguido, trasegué una vasija llena de sidra y de nuevo me puse a brincar como un poseso.
Me sentía liviano; los jóvenes, asombrados, me contemplaban tratando de imitarme; todas las muchachas querían bailar conmigo y saltaban pesadamente, con elegancia algo vacuna.
"Al fin, de ronda en ronda, de vaso de vino en vaso de sidra, me encontré, hacia las dos de la mañana, tan borracho que no podía tenerme en pie.
"Tuve conciencia de mi estado y quise irme a mi habitación. El castillo dormía, silencioso y sombrío.
"No tenía cerillas y todo el mundo estaba acostado. Cuando llegué al vestíbulo, me sentía mareado; no podía encontrar la escalera al fin, la encontré por casualidad a tientas, y me senté en el primer escalón para tratar de aclarar un poco mis ideas.
"Mi cuarto se encontraba en la segunda planta, la tercera puerta a la izquierda. Era maravilloso que no se me hubiera olvidado eso. Con ese importante recuerdo, me puse de pie, no sin esfuerzo, y comencé la ascensión, paso a paso, con las manos pegadas a las barras de hierro para no caer, con la idea fija de no hacer ruido.
"Sólo tres o cuatro veces me fallé el pie y me caí de rodillas; gracias a la energía de mis brazos y a la tensión nerviosa, evité una caída completa.
"Al fin llegué a la segunda planta y me aventuré en el corredor, tanteando las paredes. He aquí una puerta, conté: "Una", pero un vértigo súbito me separó de la pared y me hizo dar un rodeo extraño que me lanzó sobre la opuesta. Quise volver en línea recta. La travesía fue larga y difícil. Por fin, volví a encontrar el lado correcto que me puse a recorrer de nuevo con prudencia; y hallé otra puerta. Para estar seguro de no equivocarme, conté otra vez, en voz alta: "Dos", y me puse en marcha. Acabé por dar con la tercera. Dije: "Tres, es la mía", e hice girar la llave en la cerradura. La puerta se abrió. A pesar de mi mareo, pensé: "Si se ha abierto, es la mía." Y avancé en la sombra, después de haber cerrado suavemente. Me topé con una cosa mullida: mi diván. Me tendi sobre él.
"En mi situación no era cuestión de empecinarme en buscar la mesita de noche, la palmatoria, las cerillas. Hubiera necesitado dos horas por lo menos. Igual cantidad de tiempo me habría llevado desvestirme, y quizá no lo hubiera logrado. Renuncié a ello.
"Sólo me quité los zapatos; me desabotoné el chaleco, que me asfixiaba, me desabroché el pantalón y me dormí en un arranque de sueño invencible.
"Sin duda esto duró mucho tiempo.
"Fui despertado bruscamente por una voz vibrante que decía, muy cerca de mí:
"—¿Cómo, perezosa, todavía estás acostada? ¿Sabes que son las diez?
"Una voz de mujer contestó:
"—¡Es que estaba tan fatigada!
"Me pregunté, con estupefacción, qué significaba este diálogo. ¿Dónde estaba? ¿Qué había hecho? Mi mente flotaba todavía, envuelta en una nube espesa.
"La primera voz dijo:
"—Voy a abrir las cortinas.
"Y oí unos pasos que se aproximaban a mí. Me senté, completamente desorientado. Entonces, una mano se posó sobre mi cabeza. Hice un brusco movimiento. La voz preguntó con fuerza:
"—¿Quién está aquí?
"Me guardé de responder. Dos manos furiosas me apresaron. A mi vez, me agarré a alguien y una lucha violenta comenzó. Rodamos, haciendo tambalear los muebles, golpeando las paredes.
"La voz de mujer gritaba estruendosamente:
"—¡Socorro, socorro!
"Acudieron los criados, los vecinos, señoras asustadas. Abrieron los postigos, alzaron las cortinas. ¡Estaba luchando con el coronel Dumoulin!
"Había dormido junto al lecho de su hija.
"Una vez que consiguieron separamos, huí a mi cuarto, abatido por la sorpresa. Me encerré con llave y me senté, con los pies sobre una silla, pues mis zapatos habían quedado en la habitación de la muchacha. Se oía un gran rumor en todo el castillo, puertas que se abrían y cerraban, susurros, pasos rápidos.
"Al cabo de media hora llamaron a mi puerta. Grité:
"—¿Quién es?
"Era mi tío, el padre del novio, el hombre casado el día anterior. Abrí.
"Estaba pálido, furioso, y me trató con dureza:
"—Te has comportado como un villano en mi casa, ¿me oyes?
"Después, con tono más suave, agregó:
"—¿Cómo es posible, pedazo de imbécil, que te dejes sorprender a las diez de la mañana? Te has dormido, como un tronco, en ese cuarto, en lugar de irte en seguida... cuando todo había terminado.
"Yo grité:
"—Pero tío, le aseguro que no ha ocurrido nada... Me equivoqué de puerta, estaba borracho.
"El alzó los hombros:
"—Vamos..., no digas tonterías.
"Yo alcé la mano:
"—Lo juro por mi honor.
"Mi tío contestó:
"—Sí, está bien. Es tu deber decir eso.
"Yo me enojé, a mi vez, y le conté toda mi desventura. El me miraba con ojos asombrados, sin saber si creerme o no.
"Después salió, para conferenciar con el coronel. Me contaron más tarde que se había formado una especie de tribunal de madres, al cual se sometían los diferentes aspectos de la situación.
"Volvió una hora después, se sentó, con aspecto de juez y dijo:
"—Sea como fuere, yo no veo para ti más que un medio de solucionar este asunto, y es casarte con la señorita Dumoulin.
"Yo di un salto, lleno de espanto:
"—¡Jamás! —grité.
"El preguntó, muy serio:
"—¿Y qué piensas hacer?
"Yo respondí con ingenuidad:
"—Pues... irme, cuando me devuelvan mis zapatos.
"Mi tío agregó:
"—No bromees, por favor. El coronel está resuelto a pegarte un tiro en la cabeza en cuanto te vea. Y te puedo asegurar que no amenaza en vano. Yo le hablé de un duelo; me respondió: "No, ya le dije que le pegaría un tiro." Examinemos, pues, la cuestión desde otro punto de vista, O bien tú has seducido a esa muchacha, y entonces peor para ti: no se hace eso con las jovencitas; o bien, te has equivocado, en medio de tu borrachera, tal como has contado. Entonces, tanto peor para ti. No se puede ser tan imbécil. De todos modos, la pobre muchacha ha perdido su reputación, pues nadie creerá tus explicaciones de borracho. La verdadera víctima, la única víctima, en cualquier caso es ella. Reflexiona sobre eso.
"Y se fue mientras yo gritaba a sus espaldas:
"—Puedes decir lo que quieras: no me casaré nunca.
"Permanecí solo durante una hora.
"Luego se presentó mi tía. Lloraba. Empleó toda clase de razonamientos. Nadie creía en mi error. No se podía admitir que esta joven hubiera olvidado cerrar su puerta con llave en una casa llena de gente. El coronel la había golpeado. Ella sollozaba desde la mañana. Era un escándalo horrible, imborrable. Y mi buena tía agregó:
"—Pídela en matrimonio. Encontraremos el medio de sacarte del asunto al discutir las condiciones del contrato.
"Esta perspectiva me alivió. Y consentí en escribir mi demanda.
"Una hora después regresaba a París.
"A la mañana siguiente recibí la noticia de que mi solicitud había sido aceptada.
"En el plazo de tres semanas, durante las cuales no pude encontrar ningún pretexto, ninguna excusa, los bandos fueron publicados, las cartas de invitación enviadas, el contrato firmado y me encontré, un lunes por la mañana, en el coro de una iglesia iluminada, al lado de una joven que lloraba, después de haber declarado al juez que consentía en tomarla por compañera... hasta la muerte de uno u otro.
"No había vuelto a verla, y la miraba de reojo, con cierta malévola curiosidad. Sin embargo, no era fea en absoluto. Yo me dije: "He aqui a una que no va a ser muy dichosa."
"Ella no me miró una sola vez, y no me dijo una sola palabra.
"Hacia medianoche, entré en la cámara nupcial con la intención de darle a conocer mis resoluciones, pues ahora yo era el amo.
"La encontré sentada en un sillón, vestida como lo había estado todo el día, con los ojos enrojecidos y la tez pálida. Cuando entré se puso de pie, y se dirigió hacia mí en tono grave:
"—Señor —dijo—, estoy dispuesta a hacer lo que usted me ordene. Me mataré si así lo desea.
"Estaba preciosa en ese papel de heroína, la hija del coronel. La besé como era mi derecho.
"Y pronto me di cuenta de que no había sido estafado.
"Hace cinco años que estoy casado. Nunca me he arrepentido de ello.
Pierre Létoile se calló. Sus compañeros se reían. Uno de ellos dijo:
—El matrimonio es una lotería; es preferible no escoger los números, los que elige el azar son los mejores.
Y para concluir, otro agregó:
—Sí, pero no olvides que el dios de los borrachos fue el que eligió por Pierre. FIN