LECCIÓN DE HISTORIA Arthur C. Clarke

Nadie recordaba cuándo había comenzado la tribu su largo peregrinaje. La tierra de las grandes
planicies onduladas que había sido su primer hogar era ya solamente un sueño casi olvidado.
Durante muchos años, Shann y su gente habían huido por un país de colinas bajas y lagos
resplandecientes, y ahora las montañas quedaban justo frente a ellos. Este verano debían cruzarlas hacia
las tierras del sur. No había tiempo que perder. El terror blanco que había bajado de los Polos,
convirtiendo los continentes en polvo y congelando el aire mismo, se encontraba a menos de un día de
marcha tras ellos.
Shann se preguntaba si los glaciares podrían escalar las montañas, y en su corazón se atrevía a
alimentar una llama de esperanza. Quizá serian una barrera a la cual, incluso el despiadado hielo,
golpearía en vano. En las tierras del sur de las que hablaban las leyendas su gente encontraría un refugio
al fin.
Llevó semanas descubrir un paso por el cual pudieran viajar la tribu y los animales. Cuando llegó el
verano, acamparon en un solitario valle donde el aire era ligero y las estrellas brillaban con una claridad
nunca antes vista.
El verano llegaba a su ocaso cuando Shann tomó a sus dos hijos y se adelantó para explorar el
camino. Ascendieron durante tres días, y durante tres noches durmieron lo mejor que pudieron sobre las
congeladas rocas. Y a la cuarta mañana no había nada delante de ellos más que una suave pendiente hacia
un montículo de piedras grises, erigido siglos antes por otros viajeros.
Shann sintió que temblaba, pero no de frío, mientras caminaban hacia la pequeña pirámide de
piedras. Sus hijos se habían quedado atrás. Nadie hablaba, pues había demasiado en juego. En poco
tiempo sabrían si todas sus esperanzas habían sido traicionadas.
Al este y al oeste, la pared de montañas se curvaba, como si abrazara la tierra a sus pies. Debajo
yacían incontables kilómetros de sinuosa llanura, a través de la cual serpenteaba un río en sorprendentes
meandros. Era una tierra fértil, en la que la tribu podría cultivar sabiendo que no habría necesidad de huir
antes de que llegara la cosecha.
Entonces Shann volvió sus ojos hacia el sur, y vio la ruina de todas sus esperanzas. Pues allí, en la
orilla del mundo, brillaba esa luz de muerte que tantas veces había visto en el norte... el fulgor del hielo
en el horizonte.
No había camino hacia adelante. Durante todos los años de huida, los glaciares del sur habían estado
avanzando para encontrarse con ellos. Pronto serían aplastados por las movedizas paredes de hielo...
Los glaciares del sur alcanzaron las montañas una generación después. En ese último verano .los
hijos de Shann llevaron los tesoros sagrados de la tribu al solitario montículo que dominaba la planicie. El
hielo que antes había brillado en el horizonte se encontraba ahora bajo sus pies. Para la primavera
seguramente estaría estrellándose contra las paredes de las montañas.
Nadie comprendía los tesoros ahora. Pertenecían a un pasado demasiado distante para el entendi~
miento de cualquier hombre. Sus orígenes se perdían en las brumas que rodeaban a la Edad de Oro, y
cómo habían llegado a esta tribu errante era una historia que jamás podría ser contada. Pues se trataba de
la historia de una civilización que había quedado más allá recuerdo.
Antes, estas tristes reliquias habían sido atesoradas por una buena razón; sin embargo, ahora se
habían vuelto sagradas a pesar de que su significado se había perdido. La impresión de los viejos libros,
se había desvanecido hacía siglos, aunque la mayoría de las inscripciones eran aún visibles... si es que
había algo que leer. Pero muchas generaciones habían pasado desde que alguien usara un juego de
logaritmos de siete cifras, un atlas del mundo y la partitura de la Séptima sinfonía de Sibelius, impresa,
según la solapa, por H. K. Chu e Hijos, en la ciudad de Pekín, en el año 2371 d.C.
Los viejos libros fueron colocados reverentemente en la pequeña cripta construida para recibirlos.
Siguió una heterogénea colección de fragmentos: monedas de oro y platino, una lente de telefoto rota, un
reloj de pulsera, una lámpara de luz f:ria, un micrófono, la navaja de una afeitadora eléctrica, algunos
diminutos tubos de radio... los restos olvidado cuando la gran marea de la civilización hubo menguado
para siempre.
Todos estos tesoros fueron cuidadosamente almacenados en su lugar de reposo. Entonces vinieron
tres reliquias más, las más sagradas de todas por, ser las menos comprendidas.
Selección de r elat os cor t os de Ar t hur C. Clar ke 20
La primera era una pieza de metal de extraña forma, que mostraba la coloración del calor intenso. A
su manera, se trataba del más patético de todos estos símbolos del pasado, pues representaba el mayor
logro del hombre y el futuro que pudo haber conocido. El pedestal de caoba sobre el cual estaba montada
llevaba una placa de plata con la inscripción:
(QFHQGHGRU_$X[LOLDU_GHO_0RWRU_GH_(VWULERU_
1DYH_(VSDFLDO_/XFHUR_GHO_$OED_
7LHUUD_/XQD_______G_&__
Después siguió otro milagro de la ciencia antigua: una esfera de plástico transparente incrustada con
piezas de metal de formas raras. En su centro había una pequeñísima cápsula de un radioelemento
sintético, rodeada por las pantallas convertidoras que desplazaban su radiación muy por debajo del
espectro. En tanto que el material siguiera activo, la esfera sería un diminuto transmisor de radio, que
emitía energía en todas direcciones. Sólo se habían fabricado unas cuantas de estas esferas. Se les había
diseñado para que fueran faros perpetuos que marcaran las órbitas de los asteroides. Pero el hombre nunca
había llegado a los asteroides y las esferas jamás fueron usadas.
Lo último de todo era una lata circular y plana, ancha en comparación con su profundidad. Estaba
fuertemente sellada, y sonaba cuando se le agitaba. Las enseñanzas de la tribu predecían que sobrevendría
el desastre si se abría, y nadie sabía qué contenía una de las más grandes obras de arte de casi mil anos
atrás.
El trabajo había terminado. Los dos hombres hicieron rodar las rocas hasta su lugar original y
comenzaron a descender lentamente por la ladera de la montaña. Hasta el fin, el hombre había pensado en
el futuro y había intentado preservar algo para la posteridad.
Aquel invierno, las grandes olas de hielo comenzaron su primer asalto contra las montañas, atacando
de norte a sur. Sus faldas fueron abatidas con la primera embestida, y los glaciares las trituraron y
pulverizaron. Pero las montañas permanecieron firmes, y cuando llegó el verano el hielo se retiró por un
tiempo.
De este modo, invierno tras invierno, la batalla continuó; y el rugido de las avalanchas, la demolición
de la roca y los estallidos del hielo llenaron el aire de conmoción. Ninguna guerra del hombre fue tan
feroz como ésta, e incluso sus batallas nunca arrasaron al planeta de este modo.
Finalmente, las marejadas de hielo comenzaron a amainar y descender lentamente por los flancos de
las montañas que en realidad nunca habían abandonado. Pero todavía tenían en su poder los valles y los
pasos. La batalla terminó en tablas. Los glaciares se habían topado con su igual, pero su derrota fue
demasiado tardía para ser de alguna utilidad al hombre.
Así pasaron los siglos, y pronto ocurrió algo que debe ocurrir por lo menos una vez en la historia de
cada mundo del universo, sin importar cuán remoto y solitario sea.
La nave de Venus vino cinco mil años después, pero su tripulación no sabía nada de esto. A pesar de
estar a muchos millones de kilómetros de distancia, los telescopios habían visto la mortaja de hielo que
hacía de la Tierra el más brillante objeto en el cielo después del sol.
Aquí y allá la deslumbrante sábana estaba herida por manchas negras que revelaban la presencia de
las casi enterradas montañas. Eso era todo. Los océanos ondulantes, las planicies y los bosques, los
desiertos y los lagos: todo lo que antes fue el mundo del hombre estaba sellado bajo el hielo, quizá para
siempre.
La nave se acercó progresivamente a la Tierra y estableció una órbita a menos de mil seiscientos
kilómetros. Durante cinco días circunvoló el planeta, a la vez que las cámaras grababan todo aquello que
se podía ver y cien instrumentos recogían información que aportaría a los científicos venusinos muchos
años de trabajo y esfuerzo.
No planeaban aterrizar realmente..No parecía que tuviera mucho sentido. Pero al sexto día el cuadro
cambió. Un monitor panorámico, llevado al límite de su capacidad de amplificación, pudo detectar la
agonizante radiación del faro de cinco mil años de edad. A través de los siglos, éste había estado enviando
su señal con fuerza cada vez más menguada, pues su corazón radioactivo se debilitaba continuamente.
El monitor se inmovilizó sobre la frecuencia del faro. En la sala de control, una campana sonó
reclamando atención. Poco tiempo después, la nave venusina se liberó de su órbita y se dirigió rumbo a la
Tierra, hacia una cordillera montañosa que todavía se erguía orgullosamente por encima del hielo, un
montículo de rocas grises que los años casi no habían tocado.
El gran disco del sol ardía ferozmente en un cielo libre del velo de la bruma, pues las nubes que
antaño escondían a Venus se habían retirado completamente. Cualquiera que hubiese sido la fuerza que
causó el cambio en la radiación solar había condenad a una civilización pero dio origen a otra. Menos de
cinco mil años antes, el pueblo semisalvaje de Venus había visto el sol y las estrellas por primera vez. Así
como la ciencia de la Tierra había comenzado con la astronomía, lo mismo había ocurrido con la de
Venus, y en el cálido y rico mundo que el hombre nunca vio, el progreso fue increíblemente rápido.
Quizá los habitantes de Venus habían sido afortunados. Ellos nunca conocieron la Edad del
oscurantismo que encadenó al hombre durante mil años. Igualmente se perdieron el gran rodeo por la
química y la mecánica, y llegaron de inmediato a las leyes más fundamentales de la física de la radiación.
En el periodo de tiempo que le llevó al hombre evolucionar de las primitivas pirámides a las naves
espaciales de propulsión a chorro, los venusinos habían pasado del descubrimiento de la agricultura a la
antigravedad misma: el secreto esencial que en la Tierra el hombre nunca logró.
El tibio océano que aún albergaba la mayoría de la vida del joven planeta deslizó sus olas
lánguidamente por la arenosa orilla. Tan nuevo era este continente que las arenas eran gruesas y ásperas.
Todavía no había pasado suficiente tiempo para que el mar las suavizara.
Los científicos estaban metidos a medias en el agua; sus hermosos cuerpos de reptil brillaban bajo la
luz del sol. Las mejores mentes de Venus que se habían reunido en esta orilla venían de todas las islas del
planeta. No sabían qué escucharían, excepto que estaba relacionado con el Tercer Planeta y la misteriosa
raza que lo había poblado antes de la llegada del hielo.
El Historiador estaba parado sobre la tierra, pues los instrumentos que deseaba usar no tenían ningún
aprecio por el agua. A su lado se encontraba una gran máquina que atrajo muchas miradas ansiosas de sus
colegas. Se vinculaba claramente con la óptica, pues un sistema de lentes proyectaba sobre una pantalla
de material blanco a unos doce metros de distancia.
El Historiador comenzó a hablar. Recapituló brevemente lo poco que habían descubierto en relación
con el Tercer Planeta y su gente.
Mencionó los siglos de investigaciones infructuosas que no habían logrado interpretar una sola
palabra de los escritos de la Tierra. El planeta estaba habitado por una raza de gran habilidad técnica. Por
lo menos eso se había comprobado gracias a las pocas piezas de maquinaria que se habían encontrado en
el montículo de la montaña.
- No sabemos por qué se extinguió una civilización tan avanzada -observó-. Es casi seguro que
tuviera el suficiente conocimiento para sobrevivir a una Edad de Hielo. Debió de haber otro factor de1
cual no sabemos nada. Posiblemente, una enfermedad o una degeneración racial fue la causante. Se ha
sugerido que los conflictos endémicos a nuestra propia especie en los tiempos prehistóricos continuaran
en el Tercer Planeta después del advenimiento de la tecnología.
»Algunos filósofos sostienen que el conocimiento de las máquinas no implica necesariamente un
grado de civilización, y es teóricamente posible tener guerras en una sociedad que posee poder mecánico,
vuelo e incluso radio. Tal concepción es ajena a nuestro pensamiento, pero debemos admitir la
posibilidad. Con seguridad estaría relacionada con ocaso de la raza perdida.
»Siempre se ha asumido que nunca sabremos nada acerca de la forma física de aquellas criaturas que
vivieron en el Planeta Tres. Durante siglos, nuestros artistas han representado escenas de la historia del
mundo muerto, poblándolo con toda suerte de seres fantásticos. La mayoría de estas creaciones se
asemejan a nosotros más o menos claramente, a pesar de que con frecuencia se ha señalado que no porque
nosotros seamos reptiles, toda la vida inteligente debe ser necesariamente de nuestra especie.
«Ahora conocemos la respuesta a uno de los más desconcertantes problemas de la historia. Al fin,
tras cientos de años de investigación, hemos descubierto la forma y naturaleza exactas de la vida que rigió
el Tercer Planeta.»
Hubo un murmullo de asombro de los científicos allí reunidos. Algunos fueron sorprendidos de tal
manera que desaparecieron por un momento bajo la comodidad del océano; algo que absolutamente todos
los venusinos se inclinaban a hacer en momentos de tensión. El Historiador esperó hasta que sus colegas
emergieron del elemento que tanto les disgustaba. Él, sin embargo, se encontraba bastante cómodo,
gracias a las pequeñas duchas que continuamente rociaban su cuerpo. Con su ayuda, podía vivir sobre la
tierra durante bastantes horas, antes de tener que volver de regreso al océano.
La emoción disminuyó gradualmente, y el conferencista continuó:
- Uno de los más enigmáticos objetos encontrados en el Planeta Tres fue un recipiente plano de metal
que contenía una gran extensión de un material plástico transparente, perforado en las orillas y enrollado
firmemente a una bobina. Al principio, esta cinta transparente no parecía tener ningún rasgo
característico, pero un examen con el nuevo microscopio subelectrónico ha demostrado que éste no es el
caso. A lo largo de la superficie del material, invisible a nuestros ojos pero perfectamente claro bajo la
radiación correcta, hay, literalmente, miles de pequeñas pinturas. Se cree que fueron impresas sobre el
material por algún medio químico, y se han difuminado con el paso del tiempo.
»Aparentemente, estos cuadros componen un registro de la vida del Tercer Planeta en la cumbre de
su civilización. No son independientes. Las pinturas consecutivas son casi idénticas, y difieren
únicamente en el pequeño detalle del movimiento. Sólo es necesario proyectar las escenas en una rápida
sucesión para provocar una ilusión de movimiento continuo. Hemos fabricado una máquina para hacer
esto, y tengo aquí una reproducción exacta de la secuencia de cuadros.
»Las escenas de las que ahora serán testigos nos llevan muchos miles de años atrás, hacia los días
grandiosos de nuestro hermano planeta. Muestran una civilización compleja, muchas de cuyas actividades
sólo podemos comprender vagamente. La vida parece haber sido violenta y energética, y mucho lo que
verán es un tanto misterioso.
»Es claro que el Tercer Planeta estaba habitado por varias especies, ninguna de ellas de los reptiles.
Eso es un mazazo a nuestro orgullo, pero la conclusión es ineludible. El tipo de vida dominante parece
haber sido un bípedo de dos brazos. Caminaba erguido y cubría su cuerpo con algún material flexible,
probablemente para protegerse del frío, pues incluso antes de la Edad de Hielo ese planeta estaba a una
temperatura mucho más baja que el nuestro. Pero no abusaré de su paciencia durante más tiempo. Ahora
verán el registro del cual he estado hablando.»
El proyector despidió una brillante luz. Hubo un suave zumbido, y sobre la pantalla aparecieron
cientos de seres extraños moviéndose bruscamente hacia adelante y hacia atrás. La pintura se extendía
para abrazar a- una de las criaturas, y los científicos pudieron ver que la descripción del Historiador había
sido correcta.
La criatura tenía dos ojos, colocados muy cerca el uno del otro, pero el resto de los adornos faciales
eran un tanto oscuros. Había un gran orificio en la porción baja de la cabeza, que se abría y cerraba
continuamente. Quizá tenía algo que ver con respiración.
Los científicos miraban hechizados cómo el extraño ser se veía involucrado en una serie de aventuras
fantásticas. Tenía un conflicto de increíble violencia con otra criatura ligeramente diferente. Daba la
sensación de que ambos debían morir, pero cuando todo terminó ninguno parecía herido.
Entonces vino una furiosa carrera por kilómetros de tierra en un artefacto mecánico con cuatro
ruedas, que era capaz de extraordinarias hazañas de locomoción. El recorrido terminó en una ciudad
atestada de vehículos moviéndose en todas direcciones a velocidades pasmosas. Nadie parecía
sorprendido de ver a dos de las máquinas chocar de frente con resultados devastadores.
Después de eso, los eventos se tornaron aún más complicados. Ahora era ya bastante obvio que
costaría muchos años de investigación analizar y comprender todo lo que estaba ocurriendo. Quedaba
también muy claro que el registro era una obra de arte, algo estilizada, más que una reproducción, exacta
de la vida tal como había sido en el Tercer Planeta.
La mayoría de los científicos se sentían completamente aturdidos cuando la secuencia de cuadros
terminó. Hubo una ráfaga final de movimiento, en la cual la criatura que había sido el centro de interés se
veía envuelta en una tremenda pero incomprensible catástrofe. La pintura se contraía en un círculo,
centrado en la cabeza de la criatura.
La última escena era una imagen amplificada de su cara, que evidentemente expresaba alguna
poderosa emoción. Pero no se podía adivinar si era furia, dolor, desafío, resignación o algún otro
sentimiento. El cuadro se desvaneció. Por un momento aparecieron algunas letras sobre la pantalla, y
luego había terminado.
Hubo completo silencio durante varios minutos, excepto por el suave chapoteo de las olas sobre la
arena. Los científicos estaban demasiado apabullados hablar. La fugaz vista de la civilización terrestre
había tenido un efecto aniquilador en sus mentes. Luego comenzaron a hablar entre ellos unos pequeños
grupos, primero en murmullos y luego más y más fuertemente conforme las implicaciones de lo que
habían visto se esclarecían. Poco después, el Historiador solicitó atención y se dirigió de nuevo a los allí
reunidos.
- Estamos planeando -dijo- un amplio programa de investigación para extraer todo el conocimiento
disponible en este registro. Se están elaborando miles de copias para su posterior distribución a todos los
trabajadores. Apreciarán ustedes los problemas a los cuales nos estamos enfrentando. Los psicólogos en
particular tienen una inmensa tarea por delante.
»Pero no dudo que tendremos éxito. En una generación más, ¿quién podrá decir que no habremos
comprendido a esta fantástica raza? Pero antes de irnos, veamos de nuevo a nuestros primos lejanos, cuya
sabiduría pudo haber superado a la nuestra, pero de la cual ha sobrevivido tan poco.»
Una vez más, el cuadro final fulguró sobre pantalla, esta vez inmóvil, pues el proyector había sido
detenido. Con algo semejante al espanto, los científicos pusieron su atención en la imagen fija del pasado,
mientras que a su vez el bípedo los contemplaba con su característica expresión de mal carácter.
Por el resto del tiempo simbolizaría a la raza humana. Los psicólogos de Venus analizarían sus
acciones y contemplarían cada uno de sus movimientos hasta que pudieran reconstruir su mente. Se
escribirían miles de libros sobre él. Intrincados filósofos se las ingeniarían para explicar su conducta.
Sin embargo, toda esta labor, todas estas investigaciones serían completamente inútiles. Quizá la
orgullosa y solitaria figura de la pantalla les sonreía sardónicamente a los científicos que comenzaban su
eterna y estéril búsqueda.
Su secreto estaría seguro mientras el universo existiera, pues ahora nadie podría leer el perdido
lenguaje de la Tierra. Esas pocas palabras resplandecerían sobre la pantalla millones de veces en las
épocas por venir, y nadie lograría adivinar nunca su significado:
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