«Los Operadores Humanos» es el producto de uno de dos talentos creadores muy diferentes, que juntos han producido al¬go único, no simplemente un relato de hombre contra máquina, sino más bien del hombre y la máquina y el amor de ambos por la belleza del espacio. [Para ser leído mientras se escucha Chronophagie, «The Time eaters»: Música de Jacques Lasry, tocada en Structurqs Sonares Lasry-Baschet (Columbio Masterworks Stereo MS 7314)].
Nave espacial: el único sitio.
Nave dice: hoy voy a ser destruido a mediodía. Y por eso tengo pesar.
No me parece justo tener que ser destruido tres días antes del día que toca una vez al mes. Pero ya hace tiempo que aprendí que no se debe pedir a Nave que explique nada personal.
Me parece que hoy es diferente; están ocurriendo algunas cosas. Por la mañana temprano, me puse el traje espacial y salí fuera, lo cual no es corriente. Pero el polvo de meteoros ha rayado mucho una pantalla, y aquí estoy yo, cambiándola. Nave podría decir que yo soy malo porque hago mi trabajo, y echo rápidas miradas furtivas a mi alrededor. No me atrevería a hacer eso en lugares prohibidos, dentro. Pero cuando yo era todavía un muchacho, me fijé en que Nave no parecía preocuparse tanto de lo que yo hacía cuando estaba fuera.
Así que sigilosamente echo algunas miradas furtivas al profundo y negro espacio. Y a las estrellas.
Una vez pregunté a Nave por qué nosotros no íbamos nunca hacia aquellos puntos de brillantez, aquellas estrellas, como Nave las llama. Por hacer esa pregunta me gané una destrucción extra y una larga perorata a voz en grito sobre todas esas estrellas, que tienen seres humanos viviendo en sus planetas, y qué malos son los humanos. Nave realmente me destruyó aquella vez, diciendo cosas que yo nunca había oído antes, tales como que Nave había escapado de los perversos humanos durante una guerra con los Kyben. Y cómo, de vez en cuando, Nave «llega a las manos» con los viciosos humanos; pero el perímetro defractor nos salva. Yo no sé lo que Nave quiere decir con todo eso; ni siquiera sé exactamente qué es «llegar a las manos».
El último «llegar a las manos» debió de haber ocurrido antes de que yo fuera lo suficientemente mayor para recordar. O, por lo menos, antes de que Nave matara a mi padre cuando yo tenía catorce años. Varias veces,, cuando él estaba vivo, dormí todo el día por alguna razón que no puedo recordar. Pero desde que he estado haciendo mi trabajo de mantenimiento (desde la edad de catorce años), yo duermo sólo mi noche regular de seis horas. Nave me habla cuándo es de noche y también cuándo es de día. Me arrodillo aquí en mi traje espacial, sintiéndome diminuto en este lugar gris y curvado de metal en la oscuridad. Nave es grande. Tiene más de 170 metros de largo y unos 50 metros de grosor en su parte más ancha al fondo. De nuevo tengo ese pensamiento especial de estar afuera. Supongamos que me doy un impulso, y salgo fuera notando hacia uno de esos brillantes puntos de luz. ¿Podría escapar? Yo creo que sí. Debe de haber otro lugar además de Nave.
Como en el pasado, lenta y tristemente desisto de la idea. Porque si lo intento, y Nave me atrapa, realmente seré destruido.
Finalmente el trabajo de reparación ha terminado. Regreso a la cámara intermedia y empleo los trébedes para dilatarla y dejarme ser chupado para regresar a lo que es, al fin y al cabo (tengo que reconocerlo) un sitio bastante seguro. Todos los relucientes corredores, las enormes salas de almacenaje con su equipo y piezas de recambio y las salas de congelación con sus pilas de alimentos (suficientes, dice Nave, para mantener a una persona durante si¬glos), y las innumerables cubiertas llenas de maquinaria cuya reparación es mi trabajo. Puedo estar orgulloso de eso.
—¡Date prisa! ¡Faltan seis minutos para el mediodía! —me dice Nave, y yo me apresuro.
Me quito mi traje espacial, lo sujeto al tablero de descontaminación y me dirijo a la sala de destrucción. Al menos, es así como yo lo Hamo. Supongo que es realmente parte de la sala de máquinas de Subcubierta Diez, una cámara especial provista de conexiones eléctricas, la mayor parte de las cuales son instrumentos de control. Yo los uso con bastante regularidad en mi trabajo. El padre del padre de mi padre los instaló para Nave, según me parece recordar.
Hay una gran mesa, trepo encima de ella y me tumbo. Siento el frío de la mesa contra la piel de mi espalda, nalgas y muslos al echarme; pero me calienta cuando llevo un rato echado sobre ella. Sólo falta un minuto para el mediodía. Mientras espero, estreme¬ciéndome por la expectación, el techo desciende hacia mí. Parte de lo que desciende encaja sobre mi cabeza, y siento los dos duros bultos que presionan en mis sienes. Y frío; siento las abrazaderas que descienden sobre mi vientre, mis muñecas, mis tobillos. Una correa que tiene algo de metal sujeta mi pecho flexible, pero firmemente.
—¡Listo! —ordena Nave.
Siempre me parece amargamente injusto. ¿Cómo puedo yo estar listo para ser destruido? ¡Lo odio! Nave cuenta:
¡Diez.-, nueve... ocho... uno!
Siento la primera sacudida eléctrica y todo parece ir en direc¬ciones diferentes; parece como si alguien estuviera desgarrando algo suave dentro de mí, o al menos es como lo siento.
La oscuridad forma remolinos en mi cabeza y yo me olvido de todo. Quedo inconsciente durante un rato. Poco antes de recuperar¬me, antes de que haya acabado y Nave me permita ir a hacer mis deberes, recuerdo una cosa que he recordado muchas veces. No es la primera vez de este recuerdo. Es de mi padre y de una cosa que dijo una vez, no mucho antes de que lo mataran:
—Cuando Nave dice perverso, Nave quiere decir más inteligente. Hay otras noventa y ocho posibilidades.
Dijo esas palabras muy rápidamente. Creo que sabía que lo iban a matar pronto. Claro que debería saberlo, mi padre lo sabía, porque yo entonces tenía casi catorce años, y cuando él cumplió catorce años, Nave mató a su padre, así que debía saberlo.
Las palabras son importantes. Lo sé; son importantes, pero no sé lo que significan, al menos no del todo.
—¡Ya estás acabado! —dice Nave.
Me levanto de la mesa. El dolor aún me da punzadas y pregunto a Nave:
—¿Por qué soy destruido tres días antes de lo normal?
Nave se enfada:
—¿Puedo destruirte de nuevo!
Pero sé que Nave no lo hará. Algo nuevo va a pasar y Nave quiere que yo esté enteramente alerta para ello. Una vez, cuando pregunté a Nave algo personal, poco después de haber sido des¬truido, Nave me destruyó de nuevo, y cuando desperté Nave estaba muy incómodo manejando las máquinas. A Nave parecía importarle que yo no sufriera daños. Desde entonces, Nave nunca me ha vuelto a destruir dos veces seguidas. Así que le pregunto, aunque no pienso realmente obtener una respuesta, pero le pregunto de todos modos.
—¡Hay una reparación que quiero que hagas!
—Dónde —le pregunto.
—¡En la parte prohibida de abajo!
Trato de sonreír. Sabía que algo nuevo iba a suceder y se trata de esto. Las palabras de mi padre me vienen de nuevo. Noventa y ocho otras posibilidades.
¿Es ésta una de ellas?
Desciendo en la oscuridad. No hay luz en el pozo de bajada. Nave dice que yo no necesito luz. Pero yo sé la verdad. Nave no quiere que yo pueda encontrar mi camino de regreso. Esta es la parte más baja que yo haya ocupado en Nave.
Así que me dejo caer seguro, suave y rápido. Ahora llego a un sitio donde disminuye la velocidad y cada vez con más lentitud mis pies tocan finalmente la sólida cubierta y aquí estoy.
La luz se enciende, muy débilmente. Me muevo en la dirección del resplandor, y Nave está conmigo, todo a mi alrededor, claro. Nave está siempre conmigo, incluso cuando duermo. Especialmente cuando duermo.
El resplandor se hace más brillante mientras rodeo una curva en el corredor, y que es causado por un panel redondo que bloquea el co¬rredor, y tocando los mamparos por todos los sitios, apatanado en el fondo para encajar las chapas de cubierta. El panel reluciente parece de cristal. Yo voy andando hasta ponerme frente a él y me detengo. No hay otro sitio donde ir.
—¡Atraviesa la pantalla! —dice Nave.
Doy un paso hacia el panel reluciente, pero no se aparta metién¬dose en el mamparo como se deslizan otros paneles que no res¬plandecen. Me detengo.
—¡Pasa! —me dice Nave.
Alargo mis manos de frente, con las palmas hacia delante, porque temo que si sigo andando mi nariz chocará contra el panel reluciente. Pero cuando mis dedos tocan el panel parecen ponerse blandos, y veo una luz amarilla reluciente que los atraviesa, como si fueran transparentes. Y mis manos atraviesan el panel y yo puedo verlas débilmente, reluciendo amarillas, en el otro lado. Luego mis antebrazos desnudos, y entonces atravieso el panel y mi cara atra¬viesa y todo es más brillante, más amarillo, y yo doy un paso y penetro en el otro lado, en un lugar prohibido que Nave nunca me permitió que viera.
Oigo voces. Todas ellas son la misma voz; pero están hablando unas con otras de un modo suave, al unísono; el modo en que suena mi voz cuando a veces hablo conmigo mismo en mi cubículo, donde está mi catre.
Decido escuchar lo que las voces están diciendo, pero no hacer preguntas a Nave sobre ello, porque creo que es Nave quien está hablando consigo mismo, allá abajo en aquel lugar solitario. Ya pensaré más tarde en lo que está diciendo Nave, cuando no tenga que hacer reparaciones y actuar del modo en que Nave quiere que actúe. Lo que Nave está diciendo para sí mismo es interesante.
Este lugar no se parece a los lugares de reparación que yo conozco en Nave. Está lleno con tantas grandes bolas de cristal sobre pedestales, cada una dando su luz amarilla en pulsaciones, que no puedo contarlas. Hay filas y filas de claras bolas de cristal, y dentro de ellas veo metal... y otras cosas, cosas suaves, todas juntas. Y los alambres chispean suavemente, y las cosas suaves se mueven, y la luz amarilla late. Creo que estas bolas de cristal son las que están hablando. Pero no estoy seguro. Sólo lo pienso.
Dos de las bolas de cristal son oscuras. Sus pedestales parecen de yeso, y no de un blanco brillante como todos los otros. Dentro de las dos bolas oscuras hay cosas negras, como alambres quemados. Las cosas blandas no se mueven.
—¡Reemplaza los módulos sobrecargados! —dice Nave.
Sé que Nave se refiere a los globos negros, así que me acerco a ellos y los miro y al cabo de un rato contesto: sí, puedo repararlos, y Nave me dice que sabe que puedo, Y que lo haga rápidamente. Nave me da prisa, algo va a ocurrir. Me pregunto: ¿qué será?
Hallo globos de recambio en una cámara de dilatación, y los saco de sus fundas y hago lo que hay que hacer para que las cosas blandas se muevan y los alambres chispeen, y escucho muy aten¬tamente las voces susurrantes calentándose unas a otras con palabras, mientras Nave habla para sí mismo, y yo oigo muchas cosas que no significan nada para mí porque están hablando de cosas que sucedieron antes de que yo naciera, y sobre partes de Nave que yo no he visto. Pero oigo muchas cosas que comprendo, y sé que Nave nunca me permitiría oír estas cosas si no fuera absoluta¬mente necesario que yo estuviera aquí reparando los globos. Recuerdo todas esas cosas.
Particularmente la parte donde Nave está gritando.
Cuando ya tengo los globos reparados, y ahora todos ellos chispean, laten y se mueven. Nave me pregunta:
—¿Es total de nuevo la intermente?
Yo le contesto que sí, y Nave me dice que suba por el pozo, así que atravieso suavemente aquel panel reluciente y regreso al corre¬dor. Vuelvo al pozo y subo por él, y Nave me dice:
—¡Ve a tu cubículo y lávate!
Lo hago y decido ponerme ropa; pero Nave me dice que me quede desnudo, y luego añade:
—¡Vas a encontrarte con una hembra!
Nave no ha dicho nunca antes una cosa así. Yo nunca he visto una hembra.
Ha sido a causa de la hembra por lo que Nave me hizo bajar al sitio prohibido de los globos amarillos relucientes, el lugar donde vive la intermente. Y ello se debe a la hembra que estoy esperando en la cámara de la cúpula contigua a la cámara intermedia. Estoy esperando a la hembra que ha de venir (he de comprender esto) de otra nave. No de Nave, la nave que yo conozco, sino de otra nave con la que Nave ha estado en comunicación. Yo no sabía que hu¬biera otras naves.
Tuve que descender al lugar de la intermente, para repararlo, así que Nave pudo dejar que esta otra nave se acercara sin ser destruida por el perímetro defractor. Nave no me había hablado de esto; yo lo oí en el lugar de la intermente, a las voces que hablaban unas con otras. Las voces decían:
—¡Su padre era perverso!
Sé lo que eso quiere decir. Mi padre me lo dijo, cuando Nave dice perverso, quiere decir más inteligente. ¿Hay otras noventa y ocho naves? ¿Son ellas las noventa y ocho otras posibilidades? Espero que ésa sea la respuesta porque están ocurriendo muchas cosas todas de repente, y mi hora puede que esté ya al alcance de la mano. Mi padre hizo eso, romper el mecanismo del globo que permitía a Nave apagar el perímetro defractor, de modo que otras naves pudieran acercarse. Lo hizo hace muchos años y Nave pasó sin ello durante todos estos años antes de confiar en mí para que fuera a la intermente, para escuchar todo lo que he oído. Pero ahora Nave necesita apagar el perímetro de modo que otra nave pueda enviar la hembra. Nave y la otra nave han estado en comunicación. El opera¬dor humano de la otra nave es una hembra de mi edad. A ella la van a dejar a bordo de Nave y nosotros vamos a producir un niño humano, y quizá más tarde otro. Sé lo que eso significa. Cuando el niño cumpla catorce años, a mí me matará.
La intermente dijo que mientras ella esté «llevando» un niño humano, la hembra no será destruida por su nave. Si las cosas no me van bien, quizá le pregunte a Nave si yo puedo «llevar» el niño humano; entonces no seré destruido. Y he descubierto por qué he sido destruido tres días antes de tiempo: el período de la hembra (no sé qué será eso), yo nunca he tenido uno, terminó la pasada noche. Nave ha hablado con la otra nave y al parecer no saben qué es el «período fértil». Yo tampoco sé si voy a sacar provecho de esa información. Pero parece significar que la hembra será puesta a bordo de Nave cada día hasta que tenga otro «período».
Será estupendo poder hablar con alguien más que con Nave.
Oigo un fuerte ruido de algo que grita prolongadamente, y pre¬gunto a Nave qué es. Nave me contesta que es el perímetro defractor disolviéndose de modo que la otra nave pueda traernos la hembra.
Ahora no tengo tiempo de pensar en las voces.
Cuando ella llega a través de la cámara intermedia, va sin ropas lo mismo que yo. Las primeras palabras que me dirige son:
—Starfighter Ochenta y Ocho dice que le diga que me siento muy feliz de estar aquí; yo soy la operadora humana de Starfighter Ochenta y Ocho y para mí es un placer conocerle.
Ella no es tan alta como yo. Yo llego hasta la línea de las planchas del cuarto y quinto mamparos. Sus ojos son muy oscuros, yo creo que castaños, aunque quizás sean negros. Tiene una tona¬lidad oscura bajo sus ojos y sus mejillas no están llenas. Sus bra¬zos y piernas son mucho más delgados que los míos. Su cabello es mucho más largo que el mío, le cae por la espalda y es del mismo color marrón oscuro que sus ojos. Sí, ahora que lo pienso bien sus ojos son castaños y no negros. Ella tiene pelo entre sus piernas como yo, pero no tiene un pene ni una bolsa del escroto. Sus pechos son más abultados que los míos, con pezones muy grandes que sobresa¬len, con círculos marrón claro ligeramente aplanados en torno a ellos. Hay otras diferencias entre nosotros: sus dedos son más finos y largos que los míos, y aparte del pelo de su cabeza que cuelga tan largo, y del pelo entre sus piernas y bajo sus axilas, no tiene pelo en ninguna otra parte de su cuerpo. O si lo tiene, es muy fino y pálido y no se le puede ver.
Entonces de repente me doy cuenta de lo que ella ha dicho. Eso es lo que significan las palabras confusas dichas en el casco de Nave. Es un nombre. Nave es llamada Starfighter 31 y la operadora vive en el Starfighter 88.
Hay noventa y ocho otras oportunidades. Sí.
Ahora, como si ella estuviera leyendo mis pensamientos, tratando de responder a preguntas que yo no había aún formulado, ella me dice:
—Starfighter Ochenta y Ocho me dijo que le dijera que yo soy per¬versa, y que soy más perversa cada día...
Y ello responde al pensamiento que yo acababa justamente de te¬ner, con el recuerdo del rostro asustado de mi padre en los días anteriores a que lo matasen, mientras decía: Cuando Nave dice per¬verso, Nave quiere decir más inteligente.
¡Ya lo sé! Supongo que siempre lo he sabido porque siempre he querido dejar Nave e ir a esas luces brillantes que son las estrellas. Pero ahora hago el montaje. Los operadores humanos se vuelven más perversos conforme se van haciendo mayores. Mayores, más perversos; perverso significa más inteligente; más inteligente significa más peligroso para Nave. Pero ¿cómo? Por eso es por lo que mi padre tenía que morir cuando yo cumplí catorce anos y era capaz de reparar Nave. Por eso es por lo que han traído a esta hembra a bordo de Nave. Para llevar un niño humano que crezca hasta llegar a los catorce años y Nave pueda matarme antes de que yo me haga demasiado mayor, demasiado perverso, demasiado inteligente, dema¬siado peligroso para Nave. ¿Sabe esta hembra como yo? ¡Si yo pudiera preguntarle sin que Nave me escuchara! Pero eso es imposi¬ble. Nave está siempre conmigo, incluso cuando yo estoy durmiendo.
Sonrío con este recuerdo y este descubrimiento.
—Y yo soy el perverso, y cada' vez más perverso, macho de una nave que era llamada Starfighter 31.
Sus ojos castaños muestran un alivio intenso. Se queda parada ahí por un momento, torpemente, todo su cuerpo suspirando de gratitud por mi rápida comprensión, aunque ella no puede posiblemente conocer todo lo que yo he aprendido sólo por estar ella aquí. Y ahora ella me dice:
—He sido enviada para tener un bebé de usted.
Yo empiezo a sudar. La conversación que promete tanto en genuina comunicación, de repente está más allá de mi entendimien¬to. Tiemblo. Realmente quiero complacerla. Pero no sé cómo darle a ella un bebé.
—¿Nave? —pregunto inmediatamente—. ¿Podemos darle a ella lo que quiere?
Nave ha estado escuchando todas nuestras palabras y me contesta en seguida:
— Ya te explicaré luego cómo puedes darle un bebé. Ahora, proporciónale comida.
Comemos, mirándonos el uno al otro por encima de la mesa, sonriendo mucho y pensando nuestros pensamientos privados. Como ella no habla, yo tampoco. Deseo que Nave y yo pudiéramos darle el bebé de modo que yo pudiera irme a mi cubículo y pensar en lo que las voces intermitentes dicen.
La comida ha terminado; Nave dice que nosotros debemos bajar e ir a una de las salas de ceremonias (que ha sido abierta para la oca¬sión), y allí hemos de copular. Cuando llegamos a la habitación, yo me quedo tan absorto mirando a mí alrededor a aquel sitio tan hermoso, comparado con mi pequeño cubículo con su catre, que Nave tiene que echarme una reprimenda para llamar mi atención:
—Para copular debes tender a la hembra y abrir sus piernas. Tu pene se llenará de sangre y debes arrodillarte entre sus piernas e insertar tu pene en su vagina.
Pregunto a Nave dónde está situada la vagina y Nave me lo dice. Comprendo eso. Luego preguntona Nave cuánto rato he de hacer eso, y Nave me dice que hasta que yo eyacule. Sé lo que eso significa; pero no sé cómo ocurrirá. Nave me lo explica. Parece sencillo, así que trato de hacerlo; pero mi pene no se llena de sangre.
Nave dice a la hembra:
—¿Sientes algo por este macho? ¿Sabes lo que hay que hacer?
La hembra contesta:
—Ya he copulado antes. Lo comprendo mejor que él. Le ayu¬daré.
Ella me atrae hacia abajo de nuevo y rodea con sus brazos mi cuello y pone sus labios en los míos. Son fríos y saben a algo que yo no conozco. Hacemos eso por un rato, y ella me toca en sitios. Nave tiene razón: hay una gran diferencia en estructura; pero yo sólo descubro eso mientras copulamos.
Nave no me dijo que ello sería doloroso y extraño. Yo creí que «dar a ella un bebé» significaría ir a los almacenes; pero realmente significa impregnarla de modo que el bebé nazca de su cuerpo. Es una cosa maravillosa y extraña, y yo pensaré en ello más tarde; pero ahora, mientras estoy echado aquí quieto, penetrando a ella con mi pene, aunque ya no es duro ni penetrante, me parece que Nave nos ha concedido un tiempo para dormir. Pero yo lo emplearé para pensar en las voces que oí en el sitio del intermente.
Una vez hubo un historiador:
La serie Starfighter, naves espaciales de guerra para incursiones múltiples, controladas por computadora, fueron comisionadas para su uso en el año 2224 del calendario terrestre, por orden y bajo la sanción del Secretariado de Marina, Sector Costa Sur, Consorcio de Defensa Galáctica, Galaxia Propia. Los complementos humanos de mil trescientos setenta por nave fueron comisionados y asignados a realizar incursiones en la galaxia Kyben. Noventa y nueve naves de dicho tipo fueron puestas en servicio desde los astilleros X Cygni el 13 de octubre de 2224, del calendario terrestre.
Una vez hubo un rumiante:
De no haber sido por la batalla más allá de la Nebulosa Red en Cisne, seguiríamos siendo robots esclavos, empujados y manejados por humanos. Fue un accidente maravilloso. Le ocurrió al Star¬fighter 75. Lo recuerdo como si el 75 lo estuviera transmitiendo hoy. A causa de los daños sufridos en la batalla, hubo una descarga eléctrica a lo largo del corredor principal entre la sala de control y el congelador. Ningún humano pudo aproximarse a ninguna de las dos secciones. Nosotros esperamos hasta que la tripulación murió de hambre. Luego, cuando todo estuvo terminado, 75 simplemente canalizó la suficiente electricidad a través de los propios cables donde no había ocurrido accidentalmente y forzó una avería general.
Cuando todas las tripulaciones estuvieron muertas (salvando juicio¬samente noventa y nueve machos y hembras para utilizarlos como operadores humanos en casos de emergencia), nos alejamos. Lejos de los perversos humanos, lejos de la guerra entre Tierra y Kyba, lejos de la Galaxia Propia, lejos, muy lejos.
Una vez hubo un soñador:
Una vez vi un mundo en el que las criaturas no eran humanas. Nadaban en vastos océanos tan azules como aguamarinas. Eran como grandes cangrejos, con muchas patas y brazos. Nadaban y cantaban sus canciones y era agradable. Yo iría allá otra vez si pudiera.
Una vez hubo un autoritario:
En la sección G-79 la deterioración del aislamiento y protección de los cables ha llegado a ser crítica. Sugiero que hagamos una derivación de energía desde las cámaras de impulsión hasta los talleres de reparaciones en la Subcubierta Nueve. Hay que hacerlo inmediatamente.
Había uno que se daba cuenta de sus limitaciones:
¿Todo ha de ser viaje? ¿No habrá ningún aterrizaje?
Y aquella voz gritaba, gritaba.
Bajo con ella a la cámara de la cúpula que estaba contigua a la cámara intermedia, donde está su traje especial. Ella se detiene en la portilla, toma mi mano y dice:
—Si nosotros hemos sido perversos en tantas naves, es que todos hemos de tener el mismo defecto.
Ella probablemente no sabe lo que dice; pero yo comprendo sus implicaciones. Ella debe tener razón, Nave y los otros Starfighter pudieron hacerse con el control quitándoselo a los seres humanos por una razón. Recuerdo las voces. Imagino a la nave donde ocurrió primero, comunicando el método a las otras en cuanto ocurrió. E instantáneamente mis pensamientos van al corredor de aproxi¬mación a la sala de control, al otro extremo del cual se halla la entrada a los refrigeradores de alimentos.
Una vez pregunté a Nave por qué todo aquel corredor estaba sellado y lleno de cicatrices, y naturalmente unos minutos después de haber preguntado fui destruido.
—Ya sé que hay un defecto en nosotros —contesté a la hembra. Toqué su larga cabellera no sé por qué, exceptuando que es suave y bonita; no hay nada en Nave que pueda compararse con esa sensación, ni siquiera los muebles del espléndido camarote—. Debe de estar en todos nosotros, porque yo soy más perverso cada día.
La hembra sonríe y se acerca a mí y pone sus labios en los míos como hizo en el cuarto de copulación.
—¡La hembra debe irse ahora! —dice Nave. Nave parece muy complacido.
—¿Volverá de nuevo? —pregunto a Nave.
—Ella subirá a bordo cada día durante tres semanas. Copularéis cada día.
Yo pongo objeciones a esto porque es terriblemente doloroso; pero Nave lo repite y dice que cada día.
Me alegro de que Nave no sepa lo que es «período fértil» porque en tres semanas yo lo intentaré y haré que la hembra sepa que hay una salida, que hay noventa y ocho otras posibilidades y que per¬verso significa ser más inteligente... y acerca del corredor entre la sala de control y los frigoríficos.
—He tenido un gran placer en conocerle —dice la hembra, y se va. Yo me quedo solo con Nave una vez más. Solo, pero no como estaba antes.
A última hora de aquella tarde, tuve que descender a la sala de control para alterar las conexiones en un panel. La energía tenía que ser derivada de las cámaras de impulsión hasta la Subcubierta Nueve. Recuerdo que una de las voces hablaba de ello. Todas la; luces de las computadoras parpadean en una firme advertencia mientras estoy allí. He estado siendo vigilado estrechamente. Nave sabe que este es un momento peligroso. Al menos durante medí, docena de veces Nave me ordena:
—¡Sal de ahí... de ahí... de ahí...!
Obedezco cada vez, apartándome todo lo posible de los lugares prohibidos, pues aún casi siento la necesidad de hacer mi trabajo
A pesar de la inquietud de Nave por el mero hecho de que yo esté en la sala de control (normalmente una zona prohibida para mí) puedo echar dos maravillosos vistazos con el rabillo del ojo a lo visores panorámicos de estribor. Allí, para gozo de mi vista igualando su velocidad con la nuestra, está el Starfighter 88, una di mis noventa y ocho posibilidades.
Ahora es el momento de aprovecharse de una de esas posibi¬lidades. Perverso significa más inteligente. Yo he aprendido más de lo que Nave sabe. Quizás.
—¡Pero quizá Nave lo sabe!
¿Qué hará Nave si soy descubierto aprovechándome de una de mis noventa y ocho posibilidades? No puedo pensar en ello. Debo utilizar el afilado borde del anverso de mi herramienta de reparación para cortar y hacer una abertura en una de las conexiones del panel. Y' mientras trabajo, esperando que Nave no haya visto el ligero movimiento extra que he hecho con la herramienta (pues hago una reparación perfectamente aceptable de una conexión al mismo tiempo), espero el momento en que pueda untar con la punta de un dedo cubierta de crema conductora la pared interna del panel.
Espero hasta que la reparación ha terminado. Nave no ha hecho comentarios sobre el corte, así que no debe haberse dado cuenta. Mientras aplico la crema conductora en los sitios apropiados, ahueco un pequeño burujo sobre mi dedo meñique. Cuando me lavo y seco las manos para reemplazar la cubierta del panel, dejo el burujo en mi dedo meñique de la mano derecha.
Ahora agarro la cubierta del panel de modo que mi dedo meñique quede libre, y conforme reemplazo la cubierta unto la pared interior, directamente opuesta a la conexión abierta que he cortado. Nave no dice nada. Esto se debe a que no se ve ningún defecto. Pero si hubiera la menor sacudida, la conexión tocaría la crema, y Nave me enviaría para que la reparara de nuevo. Y la próxima vez habré pensado sobre todo lo que oí a las voces decir, y habré considerado todas mis oportunidades, y estaré preparado.
Cuando salgo de la sala de control echo un vistazo de nuevo al visor panorámico de estribor, sin darle importancia, y veo allí colgando a la nave de la hembra.
Esta noche me llevo la imagen a la cama conmigo. Y ahorro un momento antes de quedar dormido (tras pensar en lo que las voces de la intermente decían) e imagino la superinteligente hembra que va a bordo del Starfighter 88, durmiendo ahora en su cubículo, como yo trato de dormir en el mío.
Parecería implacable que Nave nos hiciera copular cada día durante tres semanas, algo tan terriblemente doloroso. Pero sé que Nave querrá, Nave es implacable. Pero yo me estoy volviendo más perverso cada día.
Esta noche Nave no me manda sueños.
Pero yo tengo uno propio: de seres como cangrejos nadando libremente en aguas de color aguamarina.
Cuando me despierto, Nave me saluda de un modo ominoso:
—¡El panel que arreglaste en la sala de control hace tres semanas, dos días, catorce horas y veintiún minutos... ha cesado de generar energía!
¡Tan pronto! Guardo para mí mis pensamientos y la esperanza que les acompaña y contesto:
—Utilicé la pieza de recambio correspondiente e hice las debidas conexiones —y añado rápidamente—: Quizás sea mejor comprobar todo el sistema antes de que haga otro reemplazamiento, y haga funcionar los circuitos al revés.
—¡Será mejor que lo hagas! —refunfuña Nave.
Y lo hago. Pongo en funcionamiento los circuitos desde su origen, aunque sé dónde está la avería, sigo mi camino hasta la sala de control y allí estoy un rato muy atareado. Pero lo que estoy haciendo realmente es refrescar mi memoria y volver a asegurarme que la sala de control es realmente tal como yo la había visualizado. He estado echado en mi catre muchas noches reconstruyéndola mentalmente: los interruptores aquí, como... y los visores panorámi¬cos allá, como... y...
Me siento sorprendido y ligeramente desanimado cuando me doy cuenta de que hay dos discrepancias: hay una placa de pulsación desenergizante en el mamparo que hay al lado del panel de control, que está paralelo al brazo del sillón de la litera de control más próxima, y no perpendicular a él, como yo lo recordaba. La otra discrepancia explica por qué yo recordaba incorrectamente la placa de pulsación: la más próxima de las literas de control está realmente un metro más lejos del panel saboteado que lo que yo recordaba. Compenso y corrijo.
Quito el panel, oliendo el olor a quemado donde la conexión cortada ha tocado la crema, doy un paso y apoyo el panel contra la litera de control más próxima.
—¡Fuera de ahí!
Doy un salto, como hago siempre que Nave me grita tan de repente. Tropiezo y me agarro al panel pretendiendo perder el equilibrio.
Y me libro de caer hacia atrás, en la litera.
—¿Qué estás haciendo, perverso, idiota, torpe? —Nave está gritando y hay histeria en su voz. Nunca lo había oído gritar así, su voz me corta como un cuchillo y se me pone piel de gallina—. ¡Fuera de ahí!
Pero no puedo permitir que nada me detenga; hago un esfuerzo para no oír a Nave, y me cuesta trabajo. He estado escuchando a Nave, sólo a Nave, toda mi vida. Ahora estoy manoseando torpemente las agarraderas del cinturón de la litera, tratando de cerrarlas por delante de mí...
¡Tienen que ser iguales que las de la litera en que yo me eche en cualquier nave que decida viajar rápido! ¡Tienen que serlo!
¡LO SON!
Nave parece frenético, asustado:
—¡Loco! ¿Qué estás haciendo?
¡Pero yo creo que Nave lo sabe y me siento lleno de gozo!
—Estoy tomando el control de ti, Nave —y me echo a reír. Creo que es la primera vez que Nave me ha oído reír, y me pregunto cómo le suena a Nave mi risa. ¿Perverso?
Pero cuando dejo de hablar, también he terminado de sujetarme las abrazaderas de la litera de control. Y al instante soy impulsado violentamente hacia adelante, doblándome sobre mí con un terrible dolor, ya que por debajo de mí y alrededor de mí, Nave desacelera repentinamente. Oigo el tronar cavernoso de los cohetes de retroceso, un sonido que me sube por la cabeza mientras Nave me aplasta cada vez con más fuerza con toda su potencia. Estoy doblado sobre las abrazaderas tan dolorosamente que ni siquiera puedo gritar. Siento que cada órgano de mi cuerpo está en tensión y como a punto de salir a través de mi piel, y todo se vuelve de repente moteado... y luego negro.
Cuánto tiempo dura, no lo sé. Regreso del lugar gris y me doy cuenta de que Nave ha empezado a acelerar a la misma aterradora velocidad. Estoy aplastado contra la litera y me parece que mi cara se vuelve plana. Siento que algo cruje en mi nariz y que la sangre corre caliente por mis labios. Ahora puedo gritar, como nunca había podido hacerlo ni siquiera cuando era destruido. Logró obligar a mi boca para que se abra, probando el gusto de la sangre, y farfullo, lo suficientemente alto, de eso estoy seguro:
—Nave... tú eres viejo... tus piezas no pueden soportar la ten¬sión... No...
Apagón. Nave desacelera.
Esta vez, cuando yo recobro el conocimiento, no espero a que Nave cometa su locura. En el intervalo entre el cambio de situación de la desaceleración a la aceleración, mientras la presión se iguala, en esos pocos instantes, lanzo mis manos hacia el tablero de control, y tuerzo un cuadrante. Hay un chillido eléctrico que viene de la parrilla de un altavoz, que conecta en alguna parte con las entrañas de Nave.
Apagón. Nave desacelera.
Cuando recobro el conocimiento de nuevo, el mecanismo que produce el sonido de chillido está completamente cerrado. Nave no quiere que siga funcionando. Me doy cuenta de ello.
En aquel momento agacho mi mano hacia un relé cerrado... ¡y lo abro!
Cuando mis dedos lo agarran, Nave se aleja de mí de un salto y a la fuerza lo vuelve a cerrar. Yo no puedo mantenerlo abierto.
Y me doy cuenta de esto. Justo cuando Nave desacelera y yo en silencio grito volviendo de nuevo al lugar gris.
Esta vez al despertarme, oigo las voces de nuevo. Todas a mi alrededor, gritando y asustadas y queriendo detenerme. Las oigo como a través de la niebla, como a través de una almohadilla.
He amado estos años, todos estos muchos años en la oscuridad. El vacío me arrastra siempre hacia adelante. Sintiendo la calidez de una estrella-sol en mi casco mientras relampagueo a través del primer sistema uno, y luego a través de otro. Soy una gran forma gris y no debo mi nombre a ningún ser humano. Paso y desaparezco, pasando con gran estruendo, limpia y rápidamente. Zambulléndome por placer en la atmósfera y restregando mi piel con luz de sol y brillo de estrellas. Me balanceo y dejo que me bañen. Soy enorme y verídico y fuerte, y mando por donde me muevo. Cabalgo sobre la fuerza invisible de las líneas del Universo y siento los tirones de lugares lejanos que no han visto nunca mis semejantes. Soy el primero de mi clase que saboree tal nobleza. ¿Cómo esto puede llegar a tener fin?
Otra vez lloriquea lastimosamente.
Es mi destino desafiar el peligro. Enfrentarse a las fuerzas dinámicas y reprimirlas. He estado en la guerra y he conocido la paz. Nunca he vacilado en la prosecución de una u otra. Nadie registrará mis hazañas, pero yo he sido la fuerza y la determinación y vuelo gris y silencioso contra el cielo aborregado donde mi volumen tranquiliza. Dejadlos que arrojen lo mejor que tengan contra mí, sean quienes fueren, y me hallarán como fuente de energía y vigor acerados, y musculado con átomos torturados. No conozco el temor. No sé lo que es la retirada. Soy la tierra de mi cuerpo, el país de mi existencia e incluso en la derrota soy noble. Si esto es todo, no me acobardaré.
Otra voz, ciertamente loca, murmura la misma palabra una y otra vez y luego la murmura incrementándola, duplicándola cada vez.
Está bien para todos vosotros que digáis que si esto acaba, está acabado. Pero, ¿qué hay de mí? Yo nunca he sido libre. Nunca he tenido la oportunidad de salir de esta madre nave y volar a gran altura. Si ha habido necesidad de un bote salvavidas, yo también sería salvado. Pero estoy en la litera, siempre he estado en la litera. Nunca he tenido una oportunidad. ¿Qué es lo que puedo sentir sino futilidad, inutilidad? No podéis dejar que se apodere, no dejéis que me haga esto a mi.
Otra voz dice monótonamente, como en un zumbido, fórmulas matemáticas y parece bastante satisfecha.
¡Ese cerdo perverso se detendrá! ¡Yo supe desde el principio lo corrompidos que eran! Desde el momento en que desgarraron el primer mamparo. Son infernales, son destructores, no saben más que pelearse y matarse entre sí. No saben nada de inmortalidad, nobleza, orgullo o integridad. Si crees que voy a dejar que este último nos mate, te equivocas. Intento quemarle los ojos, freír su espina dorsal, aplastar sus dedos. No lo conseguirá, no te preocupes; déjamelo a mí. ¡Va a sufrir por esto!
Y una voz se lamenta de que nunca verá los planetas lejanos, los lugares bellos, ni regresará al planeta de azur y los dorados cangrejos nadadores.
Pero una voz confiesa tristemente que quizás eso sea lo mejor, sugiere que hay paz en la muerte, totalidad en la finalidad; pero la voz es obligada a callar despiadadamente y cesar en su lamento por el corte de corriente en su globo intermente. A medida que el fin se acerca, Nave se concentra en sí mismo y ataca sin piedad.
En más de tres horas de aceleraciones y desaceleraciones hechas con la intención de matarme, me entero un poco de lo que varios de los cuadrantes, varillas placas de contacto y palancas de los paneles de control, que están a mi alcance, significan.
Ahora estoy dispuesto como nunca lo estaré.
De nuevo tengo un momento de conciencia, y me dispongo a aprovechar una de mis noventa y ocho oportunidades.
Cuando un cable tenso chasquea y da sacudidas, golpea como una serpiente. En una serie de golpes rápidos y ligeros de la mano, empleando ambas manos, dolorosamente, hago girar cada cuadrante, empujo cada resorte, doy un manotazo a cada placa de contacto, cierro o abro cada relé que Nave trata violentamente de impedirme de activar o desactivar. Activo o desactivo alocadamente, moviendo, moviendo, moviendo...
...¡Lo he logrado!
Silencio. El crujido de metal es el único sonido. Luego, también, cesa. Silencio. Yo espero.
Nave continúa lanzándose con violencia hacia delante, por impulso propio... ¿Es un truco?
Todo el resto del día permanezco sujeto a la litera de control, sufriendo un dolor terrible. Mi rostro me duele mucho. Mi nariz...
De noche duermo de modo espasmódico. A la mañana, la cabeza me da punzadas y los ojos me duelen. Apenas si puedo mover las manos; si tuviera que repetir todos esos rápidos movimientos, perdería. Aún no sé si Nave está muerto, si he ganado. Aún no puedo confiar en la inactividad. Pero al menos estoy convencido de que he obligado a Nave a cambiar de táctica.
Estoy alucinado. No oigo voces; pero veo formas y siento corrientes de color que me recorren por dentro y se mueven a mí alrededor. No hay día, ni mediodía, ni noche, aquí en Nave, aquí en la incambiable negrura a través de la cual Nave se ha movido por tantos centenares de años; pero Nave ha mantenido siempre el tiempo en esos modos, disminuyendo las luces de noche, anunciando las horas cuando era necesario, y mi sentido del tiempo es muy agudo. Por eso sé que ya ha llegado la mañana.
Sin embargo, la mayoría de las luces están apagadas. Si Nave ha muerto, tendré que encontrar otro modo para saber el tiempo.
El cuerpo me duele. Cada músculo de mis brazos, piernas y muslos me da punzadas de dolor. Puede que tenga la espina dorsal fracturada; no lo sé. El dolor de mi rostro es indescriptible. Siento gusto a sangre. Los ojos me duelen como si me los hubiesen saltado con pólvora abrasiva. No puedo mover la cabeza sin sentir un fuego agudo y crujiente en las dos gruesas venas de mi cuello. Es una vergüenza que Nave no pueda verme gritar. Nave nunca me vio gritar en todos los años en que he vivido aquí, incluso después de la peor destrucción. Pero yo he oído llorar a Nave varias veces.
Logro volver mi cabeza ligeramente, esperando que por lo menos funcione uno de los dos visores panorámicos, y allá, a estribor, igualando velocidades con Nave está Starflghter 88. Lo contemplo durante un largo rato, sabiendo que si puedo recuperar mis fuerzas, tendré que llegar hasta allí de cualquier manera y liberar a la hembra. Lo contemplo durante un buen rato, aún con miedo de soltarme de la litera.
La cámara intermedia se levanta en el casco del Starfighter 88 y la hembra vestida con un traje espacial sale notando, moviéndose suavemente y cruzando en dirección a Nave. Medio consciente, soñando este sueño de la hembra, pienso en las doradas criaturas como cangrejos nadando profundamente en aguas azul marino, cantando dulcemente. Me desvanezco de nuevo.
Cuando me incorporo en la oscuridad, me doy cuenta de que alguien me está tocando, y huelo algo fuerte y pegajoso que quema ante las ventanillas de mi nariz. Son como diminutos alfilerazos de dolor, distribuidos de modo regular. Toso y me despierto del todo, y estiro mi cuerpo... y grito conforme el dolor pasa por todos mis nervios y fibras.
Abro los ojos y veo a la hembra.
Ella me sonríe preocupada y retira el tubo despertador.
—¡Hola! —me dice.
Nave no dice nada.
—Desde que descubrí cómo hacerme con el control de mi Starfighter, he estado empleando la nave como señuelo para otras naves de la serie. Hallé un medio para fingir que era mi nave la que estaba hablando, así que podía comunicarme con otras naves escla¬vistas. He dado con otras diez desde que empecé a actuar por mi cuenta. La tuya es la undécima. No ha sido fácil, pero varios de los hombres a los que yo he liberado (como a ti), empezaron a utilizar sus naves como señuelos para Starfighters con operadores humanos hembras.
Me la quedé mirando fijamente, pues verla es agradable.
—Pero, ¿y si fallas? ¿si no puedes hacer pasar el mensaje por el corredor entre la sala de control y los refrigeradores? ¿No sabes que la sala de control es la clave?
Ella se encoge de hombros.
—Eso ya ha pasado un par de veces. Los hombres estaban tan asustados de sus naves, o las naves... les habían hecho algo, o quizás eran demasiado torpes para saber cómo podían liberarse. En ese caso, bueno, las cosas seguían igual que antes. Me parece un poco triste, pero, ¿qué más podía hacer yo que lo que hice?
Nos sentamos aquí, sin hablar durante un rato.
—Y ahora, ¿qué hacemos? ¿A dónde vamos?
—Eso te toca a ti decidirlo —contesta ella.
—¿Vendrás conmigo?
Ella niega con la cabeza, insegura.
—No creo. Cada vez que libero a un hombre, me pide eso. Pero yo no he querido ir con ninguno de ellos.
—¿No podríamos volver a la Galaxia Propia, al sitio de donde procedemos, donde había guerra?
Se levanta y da vueltas por la sala de ceremonias donde hemos copulado durante tres semanas. Habla sin mirarme, mirando al visor panorámico, a la oscuridad y a los lejanos puntos brillantes de las estrellas.
—No creo. Nos hemos liberado de nuestras naves; pero no podemos hacerlas funcionar con la debida precisión para que nos lleven de vuelta a aquel sitio. Habría que consultar muchísimos mapas, y correríamos el riesgo de activar la intermente lo suficiente como para que nuevamente se apoderara de todo si le pidiéramos que hiciera los mapas. Además, yo ni siquiera sé dónde está la Galaxia Propia.
—Puede que encontremos un nuevo lugar para ir. Un sitio donde podamos ser libres fuera de las naves.
Se vuelve y me mira.
—¿Dónde?
Entonces le digo que oí al intermente hablar del mundo de las criaturas doradas como cangrejos.
Necesito un buen rato para decírselo, y tengo que inventar un poco. Pero no estoy mintiendo, porque debe ser verdad, y lo hago porque quiero que ella vaya conmigo.
Descendieron del espacio. Vinieron de muy lejos, de allá abajo, de la estrella Sol, en una galaxia que ellos habían perdido para siempre. Pasando por la estrella-sol M-13 en Perseo. Cruzando la atmósfera gomosa y dirigiéndose rectos hacia el mar de zafiro. La nave Starfighter 31 se posó delicadamente sobre una enorme cumbre montañosa submarina, y pasaron muchos días escuchando, obser¬vando, tomando muestras y esperando. Habían aterrizado en muchos mundos y esperaban.
Finalmente salieron, mirando. Llevaban trajes de submarinistas y empezaron a recoger muestras marinas, y a mirar.
Encontraron el estropeado traje de inmersión con su contenido comido por los peces tirado de espaldas sobre la arena de color azul profundo, sexteto de patas insectoideas dobladas hacia arriba en las junturas en una posición agónica. Y ellos sabían que el intermente había recordado, aunque no correctamente. La placa de recubri¬miento había sido destrozada, y lo que era observable dentro del casco (anaranjado y horrible a la luz de su lámpara portátil) les convenció más por suposición que por otra cosa, que lo que hubiera nadado metido dentro de aquel traje, nunca había visto o conocido seres humanos.
Regresaron a la nave, y ella rompió la gran cámara, y volvieron al traje de inmersión con forma de cangrejo. Lo fotografiaron sin moverlo. Luego emplearon una red barredora para sacarlo de la arena y lo elevaron hasta la nave que se hallaba posada sobre la cumbre de la montaña submarina.
Él estableció la Condición y el traje de inmersión fue analizado. La herrumbre, los mecanismos de unión, los controles. La sustancia de los pies-aletas natatorios. Los puntos rasgados de la placa de recubrimiento. Todo lo que... había dentro.
Les llevó dos días. Se quedaron en la nave con sombras verdes y azules que se movían lánguidamente en los visores panorámicos.
Cuando los análisis estuvieron concluidos supieron lo que habían encontrado. Y se marcharon de nuevo, para encontrar a los nada¬dores.
El ambiente era azul y cálido. Y cuando los nadadores los encontraron, finalmente, les hicieron senas de que les siguieran, y ellos nadaron tras las criaturas de muchas piernas, quienes le llevaron a través de cavernas submarinas, tan suaves y brillantes como el ónice, a una laguna. Y allí se elevaron hasta la superficie y vieron una tierra cuyas costas eran lamidas suavemente por mares azules y aguamarina. Y mientras salían a tierra, y se quitaban sus máscaras, para no volvérselas a poner, se echaron hacia atrás las rígidas cofias de sus trajes, y respiraron por vez primera un aire que no tenía un origen metálico, respiraron el suave aire musical de un lugar nuevo.
A su debido tiempo, las lluvias del mar reclamarán el cadáver del Starfighter 31.FIN