MEDIO SEGUNDO O SEGUNDO O SEGUNDO Y MEDIO

Te voy a contestar a esa pregunta que nunca te has hecho, que es (dos puntos) qué ocurre mientras cuelgas el teléfono. Pues bien, yo te lo contaré. Sucede que, durante ese segundo o medio segundo o segundo y medio en que tu brazo traza (dibuja) una media parábola (aproximadamente) desde tu oído hasta lo que viene a ser la base del aparato en sí (disculpa aquí la falta de precisión), mi oído permanece pegado a mi parte del aparato esperando oír algo (pero solo topa con el silencio, claro). Sucede que durante ese segundo y medio (por decir algo), no te limitas a aferrar con fuerza el auricular (no!), sino que aprietas con fuerza mi corazón (la metáfora es fácil, lo siento) y lo arrojas contra el suelo al dirigirte a la base. Pero ahí no acaba todo (no), porque aún no cuelgas, y pasan unas décimas de segundo en las que se oye el auricular frotando la base (jrsssht, más o menos), durante las cuales se para el mundo. Durante todo este rato, silencio, tristeza. Y finalmente, click. Muerte, de momento. Hasta mañana, nos vemos. (Sé que esperabas un último paréntesis)

20 (Obviedad)

– Pues eso. Tengo veinte años y noto como todas esas responsabilidades acechan a la vuelta de la esquina. Y no, tío. No tendré novia, no tendré hijos, ni hipoteca, ni trabajo. No quiero nada de eso. Quiero seguir como ahora, no quiero que nada cambie.

– No podrás tener veinte años eternamente, Luís.

– Ya, claro. Esto... se me ha hecho tarde y no llevo suelto, ¿me invitas tú? Yo te invito la próxima vez.

– Como siempre – digo para mí mismo, mientras Luís sale corriendo casi a través de la puerta cerrada.

Como siempre. Segundo y medio más tarde, ruidos en la calle. Claxon, frenazo, golpe sordo y grito de multitud asustada. Antes de poder pensar, ya estoy fuera mirando. Luís era capaz de cualquier cosa con tal de llevarme la contraria. Aunque su cara de asombro parece decirme que él tampoco esperaba tener 20 años para siempre. Después de todo, parece que no me invitará al próximo café.

Teaser

– Lo siento, nena. La vejiga de un hombre tiene un límite. Adiós.

– ¡No, Johny! ¡Noooooo!

Y Johny echó a andar. Ella se quedó atrás, llorando, gritando, tirada en el suelo. Mientras tanto, Johny se acercaba más y más a la puerta del baño.