El ascensor de mi anterior domicilio era pequeñito y estrecho. Tardaba una eternidad en abrir sus puertas.
En los larguísimos instantes que duraba el estar ahí quieto, de pie, daba para pensar en asesinos, ladrones, vecinos de distinta calaña, y gentes de mal vivir que podrían estar aguardando en su interior para atacarte.
Pero las puertas finalmente se abrían.
No había nunca NADA. Era decepcionante.