ROMEO Y JULIETA, acto I, escena V

Escena V
(Salón de la casa de Capuleto.)
(MÚSICOS esperando. Entran CRIADOS.)

CRIADO PRIMERO
¿Dónde está Potpan, que no ayuda a levantar los postres? ¡Andar él
con un plato! ¡Él, raspar una mesa!

CRIADO SEGUNDO
Cuando el buen porte de una casa se confía exclusivamente a
uno o dos hombres y éstos no son pulcros, es cosa que da asco.

CRIADO PRIMERO
Llévate los asientos, quita el aparador, ojo con la vajilla: Buen
muchacho, resérvame un pedazo de mazapán y, puesto que, me
aprecias, di al portero que deje entrar a Susana Grindstone y a Nell.
-¡Antonio! ¡Potpan!
(Entra otro CRIADO.)

CRIADO TERCERO
¡Eh! aquí estoy, hombre.

CRIADO PRIMERO
Os necesitan, os llaman, preguntan por vosotros, se os busca en el
gran salón.

CRIADO TERCERO
No podemos estar aquí y allá al propio tiempo. -Alegría, camaradas;
haya un rato de holgura y que cargue con todo el que atrás venga.
(Se retiran al fondo de la escena.)
(Entran CAPULETO, seguido de JULIETA y otros de la casa,
mezclados con los convidados y los máscaras.)

CAPULETO
¡Bienvenidos, señores! Las damas que libres de callos tengan
los pies, os tomarán un rato por su cuenta. -¡Ah, ah, señoras
mías! ¿Quién de todas vosotras se negará en este instante a bailar?
La que se haga la desdeñosa, juraré que tiene callos. ¿Toco en lo
sensible? -¡Bienvenidos, caballeros! [Tiempo recuerdo
en que también me enmascaraba y en que podía cuchichear al oído de
una bella dama esas historias que agradan. -Ya esa época pasó, ya pasó,
ya pasó. -¡Salud, señores! -Ea, músicos, tocad.¡Abrid, abrid, haced
espacio! Lanzaos en él, muchachas.
(Tocan los músicos y se baila.)]
Eh, tunantes, más luces; doblad esas hojas y apagad el fuego: la
pieza se calienta demasiado. -Ah, querido, esta imprevista diversión
viene oportunamente. Sí, sí, sentaos, sentaos, buen primo Capuleto;
pues vos y yo hemos pasado nuestro tiempo de baile. ¿Cuánto hace de
la última vez que nos enmascaramos?

SEGUNDO CAPULETO
Por la Virgen, hace treinta arios.

PRIMER CAPULETO
¡Qué, hombre! No hace tanto, no hace tanto: fue en las bodas de
Lucencio. Venga cuando quiera la fiesta de Pentecostés, el día que
llegue hará sobre veinte y cinco años que nos disfrazamos.

SEGUNDO CAPULETO
Hace más, hace más: Su hijo es más viejo, tiene treinta años.

PRIMER CAPULETO
¿Me decís eso a mí? Ahora dos era, él menor de edad.

ROMEO
¿Qué dama es ésa que honra la mano de aquel caballero?

CRIADO
No sé, señor.

ROMEO
¡Oh! Para brillar, las antorchas toman ejemplo de su belleza se
destaca de la frente de la noche, cual el brillante de la negra oreja de un
etiope. ¡Belleza demasiado -valiosa para ser adquirida, demasiado
exquisita para la tierra! Como blanca paloma en medio de una bandada
de cuervos, así aparece esa joven entre sus compañeras. Cuando pare la
orquesta estaré al tanto del asiento que toma y daré a mi ruda mano la
dicha de tocar la suya. ¿Ha amado antes de ahora mi corazón? No,
juradlo, ojos míos; pues nunca, hasta esta noche, vísteis la belleza
verdadera.

TYBAL
Éste, por la voz, debe ser un Montagüe. -Muchacho, tráeme acá mi
espada. -¡Cómo! ¿Osa el miserable venir a esta fiesta, cubierto con un
grosero antifaz, para hacer mofa y escarnio en ella? Por la nobleza
y renombre de mi estirpe no tomo a crimen el matarle.

PRIMER CAPULETO
¡Eh! ¿Qué hay, sobrino? ¿Por qué, estalláis así?

TYBAL
Tío, ese hombre es un Montagüe, un enemigo nuestro, un vil que se
ha entrometido esta noche aquí para escarnecer nuestra fiesta.

PRIMER CAPULETO
¿Es el joven Romeo?

TYBAL
El mismo, ese miserable Romeo.

PRIMER CAPULETO
Modérate, buen sobrino, déjale en paz; se conduce como un cortés
hidalgo y, a decir verdad, Verona le pondera como un joven virtuoso y
de excelente educación. Por todos los tesoros de esta ciudad no quisiera
que aquí, en mi casa, se le infiriese insulto. Cálmate pues, no hagas en
él reparo, ésta es mi voluntad; si la respetas, muestra un semblante
amigo, depón ese aire feroz, que sienta mal en una fiesta.

TYBAL
Bien viene cuando un miserable semejante se tiene por huésped. No
le aguantaré.

PRIMER CAPULETO
Le aguantaréis, digo que sí. ¡Qué! ¡Señor chiquillo! Idos a pasear.
¿Quién de los dos manda aquí? Idos a pasear. ¿No le aguantaréis? Dios
me perdone. ¡Queréis armar bullanga entre mis convidados! ¡Hacer de
gallo en tonel! ¡Hacer el hombre!

TYBAL
Pero, tío, es una vergüenza.

PRIMER CAPULETO
A paseo, a paseo, sois un joven impertinente. -¿Pensáis eso de
veras? Tal despropósito podría saliros mal. -Sé lo que digo. [Tomar a empeño el contrariarme! Sí, a tiempo llega.] (A los que
bailan.) Muy bien, queridos míos. -[Andad, sois un presumido.] Manteneos quieto, si no... -Más luces, más luces; ¡da vergüenza!
-Os forzaré a estar tranquilo. [¡Vaya! -Animación, queridos.]

TYBAL
La paciencia que me imponen y la porfiada cólera que siento, en
su encontrada lucha, hacen temblar mi cuerpo. Me retiraré, pero esta
intrusión que ahora grata parece, se trocará en hiel amarga.
(Vase.)

ROMEO (a JULIETA.)
Si mi indigna mano profana con su contacto este divino relicario, he
aquí la dulce expiación: ruborosos peregrinos, mis labios se hallan
prontos a borrar con un tierno beso la ruda impresión causada.

JULIETA
Buen peregrino, sois harto injusto con vuestra mano, que en lo
hecho muestra respetuosa devoción; pues las santas tienen manos que
tocan las del piadoso viajero y esta unión de palma con palma
constituye un palmario y sacrosanto beso.

ROMEO
¿No tienen labios las santas y los peregrinos también?

JULIETA
Sí, peregrino, labios que deben consagrar a la oración.

ROMEO
¡Oh! Entonces, santa querida, permite que los labios hagan lo que las
manos. Pues ruegan, otórgales gracia para que la fe no se trueque en
desesperación.

JULIETA
Las santas permanecen inmóviles cuando otorgan su merced.

ROMEO
Pues no os mováis mientras recojo el fruto de mi oración. Por la
intercesión de vuestros labios, así, se ha borrado el pecado de los míos.
(La da un beso.)

JULIETA
Mis labios, en este caso, tienen el pecado que os quitaron.

ROMEO
¿Pecado de mis labios? ¡Oh, dulce reproche! Volvedme el pecado
otra vez.

JULIETA
Sois docto en besar.

NODRIZA
Señora, vuestra madre quiere deciros una palabra.

ROMEO
¿Cuál es su madre?

NODRIZA
Sabedlo, joven, su madre es la dueña de la casa; una buena, discreta
y virtuosa señora. Su hija, con quien hablabais, ha sido criada por mí y
os aseguro que el que le ponga la mano encima, tendrá los talegos.

ROMEO
¿Es una Capuleto? ¡Oh, cara acreencia! Mi vida es propiedad de mi enemiga.

BENVOLIO
Vamos, salgamos; harta fiesta hemos tenido.

ROMEO
Sí, tal temo yo; mi tormento está en su colmo.

PRIMER CAPULETO
Eh, señores, no penséis en marcharos; va a servirse una
humilde, ligera colación. -¿Estáis en iros aún? Bien, entonces doy
gracias a todos: gracias, nobles hidalgos, buenas noches.
¡Más luces aquí! -Ea, vamos pues, a acostarnos. Ah, querido, (al
Segundo Capuleto) por mi honor, se hace tarde; voy a descansar.
(Vanse todos, menos JULIETA y la NODRIZA.)

JULIETA
Llégate acá, nodriza: ¿Quién es aquel caballero?

NODRIZA
El hijo y heredero del viejo Tiberio.

JULIETA
¿Quién, el que pasa ahora el dintel de la puerta?

NODRIZA
Sí, ése es, me parece, el joven Petruchio.

JULIETA
El que le sigue, que no quiso bailar, ¿quién es?

NODRIZA
No sé.

JULIETA
Anda, pregunta su nombre. -Si está casado, es probable que mi
sepulcro sea mi lecho nupcial.

NODRIZA
Se llama Romeo; es un Montagüe, el hijo único de vuestro gran
enemigo.

JULIETA
¡Mi único amor emanación de mi único odio! ¡Demasiado pronto lo
he visto sin conocerle y le he conocido demasiado tarde! Extraño
destino de amor es, tener que amar a un detestado enemigo.

NODRIZA
¿Qué decís, qué decís?

JULIETA
Un verso que ahora mismo me enseñó uno con quien bailé.
(Llaman desde dentro a JULIETA.)

NODRIZA
Al instante, al instante. Venid, salgamos: los desconocidos... todos se
han marchado.
(Entra EL CORO.)
Una antigua pasión yace ahora en su lecho de muerte y un joven
afecto aspira a su herencia. La beldad por quien el amor gemía
y anhelaba morir, comparada con la tierna Julieta, aparece sin
encantos. Romeo ama al presente de nuevo y es correspondido: uno y
otro amante se han hechizado igualmente con su mirar; pero él tiene
que dolerse con su enemiga supuesta y ella que robar de un anzuelo
peligroso el dulce cebo de la pasión. Él, mirado como adversario,
carecerá de entrada para pronunciar esos juramentos que acostumbran
los apasionados; y ella, como él amorosa, tendrá muchos menos
recursos para verse do quier con su bien querido. Pero la pasión les
presta poder y la ocasión les ofrecerá los medios de acercarse,
compensando sus angustias con dulzuras extremas.
(Vanse.)